El hallazgo de la que se considera la primera ave, Archaeopteryx, tuvo lugar en el ya lejano año de 1861. Este magnífico especímen, que tenía tanto características de ave como de reptil, fue desde el principio considerado revolucionario como evidencia directa del proceso evolutivo. Uno de los colegas de Darwin, Thomas Henry Huxley publicó un estudio de Archaeopteryx interpretando sus rasgos primitivos como reptilianos.
Incluso podemos considerar que ya sugirió el origen dinosauriano de las aves al apuntar las semejanzas entre Archaeopteryx, Megalosaurus, Compsognathus e Iguanodon. Hasta propuso un nombre para el linaje que incluyera dinosaurios (tal y como se concebían entonces) y las aves, grupo al que denominó Ornithoscelida.
A lo largo de décadas, aparecieron huesos fósiles de dinosaurios parecidos a aves. Y poco a poco, la linea que separaba dinosaurio de ave empezó a volverse borrosa. En 1969 John Ostrom publicaba el dinosaurio terópodo Deinonychus. Deinonychus era un dinosaurio terópodo cuyas proporciones distaban mucho de la imagen de dinosaurios lentos y pesados, era esbelto y grácil.
Tenía unas patas posteriores largas, perfectas para correr y saltar, rematadas por garras afiladas, en especial la garra del dedo II, la “garra terrible” de los raptores. Sus brazos eran largos y se asemejaban mucho a los brazos de las aves, sólo que rematados, de nuevo, por garras afiladas. En ese sentido, su brazo era muy parecido al de Archaeopteryx.
La cola, muy larga y mantenida elevada en posición horizontal, ayudaría como contrapeso durante la carrera y los saltos. El pubis, el hueso de la cadera que en las aves aparece apuntando hacia atrás pero en el resto de dinosaurios saurísquios todavía apunta hacia adelante, aquí ya adquiere una posición parecida a la aviana.
Estamos ante un grácil y rápido depredador que no tenía nada que ver con aquella imagen de dinosaurios tontos y lentos condenados a extinguirse. Este hallazgo jugó un importante papel en la llamada Dinosaur Renaissance, cuando dejamos de ver a los dinosaurios como seres obsoletos y los empezamos a ver como los animales activos y perfectamente adaptados a su medio que eran. Y a estos pequeños terópodos se les empezó a ver como pájaros…
Los yacimientos de Liaoning en China se hicieron famosos internacionalmente en los años 90 del pasado siglo XX por el hallazgo de dinosaurios. Estos yacimientos pertenecen a los llamados “de conservación excepcional” o en alemán Konservat-Lagerstätten, en los que, por su peculiar formación, se pueden encontrar invertebrados, o los tejidos blandos de los vertebrados.
El yacimiento de Solnhofen en Alemania o Las Hoyas en Cuenca, España, pertenecen a este mismo tipo de yacimientos. En el caso de Liaoning, el enterramiento y preservación de esta fauna está relacionado con fenómenos de vulcanismo, que por un lado hicieron que se depositaron abundantes cenizas volcánicas, y por otro lado, produjeron mortalidades en masa por sus gases tóxicos. Aquello debió ser toda una catástrofe para las faunas de Liaoning, pero fue una suerte para los paleontólogos 130 millones de años más tarde.
Sobre todo, cuando en sus afloramientos empezaron a encontrarse pterosaurios y dinosaurios perfectamente preservados con sus contenidos estomacales o su piel. La mayor sorpresa fue el hallazgo de dinosaurios no avianos con plumas, tanto primitivas como más desarrolladas, en su piel. Estos dinosaurios pertenecían a varios linajes de terópodos, permitiéndonos por primera vez poder tener una hipótesis acerca de la evolución de las plumas.
Así es como, poco a poco, aprendimos que muchas de las características que creíamos exclusivas de las aves en realidad las habían heredado de sus ancestros. Incluso sus huesos huecos, que permitieron a los grandes dinosaurios saurópodos hacerse gigantes.
Pero, sorprendentemente, en años recientes hemos aprendido que las aves no fueron los únicos dinosaurios que pudieron alzar el vuelo. Dos linajes muy cercanamente emparentados, como poco, fueron capaces de planear entre las copas de los árboles.
Uno de ellos es una subfamilia de los dromeosaurios o raptores, los microraptorinos. El primero de ellos que fue hallado, Microraptor, ya sorprendió por tener impresiones de plumas rémiges tanto en brazos como piernas, además de las plumas timoneras de la cola. Este grupo de pequeños raptores sería capaz de usar sus dos pares de alas para planear entre los árboles de los antiguos bosques Cretácicos.
Y el segundo de estos grupos es todavía más extraño: los escansoriopterígidos. Otros terópodos cercanamente emparentados con los raptores, que no sólo estaban emplumados, sino que desarrollaron alas membranosas.
Gracias al alargamiento de uno de sus dedos de la mano, y al desarrollo de un nuevo hueso alargado que partía de sus muñecas, estos terópodos soportaban un ala membranosa, parecida a la de los pterosaurios o los murciélagos. En vida, debieron ser lo más parecido a un dragón que ha existido. Y también debieron planear o revolotear entre los árboles.
Sin duda, los dinosaurios, y en especial los cercanamente emparentados con las aves nos demuestran una vez más que la evolución no tiene una dirección ni sentido predeterminado. Y también que cuando creíamos que el registro fósil no podía sorprendernos, nos deja de piedra. Una y otra vez.