El Mar Muerto en realidad no es un mar, sino un lago endorreico, en el que desembocan todos los ríos de su cuenca y que no tiene contacto con el mar. Está situado en el fondo de una depresión tectónica a más de 400 metros bajo el nivel del mar, y es característico por su salinidad con una concentración de sales disueltas de hasta un 28 %, muy superior al promedio del agua de mar, que ronda el 3,5 %.
Esa elevada salinidad es la que permite que una persona flote en sus aguas sin dificultad. Pero además, su composición salina es distinta; a diferencia del agua de mar, cuyas sales se componen principalmente de iones de cloro, sodio, sulfatos y magnesio, el mar muerto se compone sobre todo de sales de calcio, magnesio, potasio y bromo.
Esta composición de sales, no solo distintas, sino además extraordinariamente concentradas, hace que peces y anfibios no puedan mantener el equilibrio osmótico, es decir, el equilibrio de sales entre el interior de su cuerpo y el agua que les rodea.
Esa ausencia total de peces y anfibios da nombre al lago; ya en hebreo era conocido por dos nombres; sobre todo Yām ja-Melaj que significa "mar de la sal" y, en algunos escritos, Yām ja-Māvet o "mar de la muerte". Sin embargo, el apelativo “de la muerte” o “muerto”, como lo llamamos ahora, no solo porque no es un mar, sino porque además, no está muerto.
Si algo nos ha enseñado la historia de la evolución es que la vida no puede contenerse, la vida siempre se abre camino. Y eso hizo en un entorno tan inhóspito como Mar Muerto; un entorno donde los organismos extremófilos —que pueden vivir en entornos extremos— han encontrado un nicho donde habitar y han conformado un peculiar ecosistema microbiano. Hoy hablaremos de tres seres vivos que han conseguido habitar y prosperar en el Mar Muerto.
Haloferax volcanii, la arquea de la sal
Se trata de una arquea, un tipo de procariota —organismos unicelulares sin núcleo— distinto de las bacterias, que de hecho están más próximas a nosotros que a ellas. Es un ser vivo que vive sin dificultad en las aguas hipersalinas del Mar Muerto, pero que además, necesita calor, algo fácil de conseguir en un lago endorreico en el desierto. Por ese motivo, durante el verano estas arqueas se reproducen con mucha más facilidad.
Esta arquea, además, se puede cultivar relativamente bien en laboratorio. Sumando a esto su condición de extremófilo lo convierte en un fantástico organismo modelo para la exobiología, es decir, el estudio y la comprensión de cómo podría ser la vida extraterrestre en entornos inhóspitos.
Sin embargo, su fortaleza es también parte de su debilidad. Haloferax volcanii tiene un rango de salinidad muy restringido. No solo necesita una elevada salinidad, sino que si es demasiado elevada, le perjudica.
Durante las últimas décadas, la extracción de agua y lodos del Mar Muerto está provocando que su nivel cada vez esté más bajo y sus aguas sean cada vez más saladas, lo que pone en riesgo la conservación de este extremófilo.
Dunaliella parva, el alga verde de color rojo
Pasamos de una procariota a una eucariota —organismo con células nucleadas—. Dunaliella parva es una pequeña alga unicelular, con una pareja de cilios, adaptada a los medios salinos. Carece de pared celular rígida; en su lugar tiene una cubierta de almidón. Esto le da cierta flexibilidad, que le permite expandirse y contraerse, absorbiendo o expulsando agua, en función de la salinidad del entorno. Además, en su citoplasma contiene altas concentraciones de glicerol, que permiten mantener la fluidez a pesar de tener poca agua.
Aunque forma parte del grupo de las clorófitas o algas verdes, su coloración es más bien rojiza, por la elevada concentración de ß-carotenos en sus cloroplastos, los mismos pigmentos que dan color al tomate o a la zanahoria. De hecho, cuando suceden elevadas proliferaciones de esta alga en el Mar Muerto, sus aguas se tornan rosadas. Estos pigmentos protegen a la clorofila de la iluminación extrema. Estas algas son, por tanto, extremófilos adaptados a una elevada salinidad y a una fuerte insolación.
También son organismos fáciles de cultivar, aunque en esa situación sí que se tornan verdes al encontrarse en situaciones de menos estrés. Estas algas se cultivan para la extracción de ß-carotenoides utilizados como colorante alimentario o cosmético, o como suplemento nutricional. Pero su facilidad de cultivo también convierte a Dunaliella parva en un buen organismo modelo para la exobiología.
Los esquivos protozoos del mar muerto
Durante una toma de muestras en los años 40 se consiguió aislar y cultivar dos protozoos a partir de muestras del mar muerto. Uno de ellos fue un tipo de ameba hallado en el lodo, a más de 300 metros de profundidad. Hablamos de un organismo unicelular de menos de 80 micras de longitud. Se descubrió que tenía la peculiaridad de que, en ciertas condiciones, era capaz de producir flagelos.
Por otro lado, descubrieron un protozoo ciliado que se encontraba en íntima asociación con la ameba anterior y con las algas del género Dunaliella. Ese organismo unicelular era aún más pequeño, no más de 24 micras, y tenía dos espinas endurecidas en la parte posterior.
Sin embargo, ninguno de los dos cultivos se han conservado hasta hoy. Estudios posteriores trataron de volver a localizar estos curiosos protozoos, sin éxito. De modo que, de momento, no podemos estar seguros de si estas criaturas realmente existen en el mar muerto o si se trató de algún tipo de contaminación de las muestras originales de hace ocho décadas.