No soy una persona muy dada a tomar partido. Pero si un día, mientras camino por la calle, me pusieran una bolsa de tela en la cabeza, me metieran en una furgoneta y me llevaran a una vieja nave industrial abandonada para (apuntándome con una pistola) preguntarme por la cosa más infravalorada del Universo: mi respuesta solo podría ser una, los hongos.
Una caja de micológicas sorpresas. Y no sólo porque, esas cosas aburridas y aparentemente solitarias ya hayan salvado el mundo en, al menos, una ocasión; sino porque, en los medios especializados, pasamos horas hablando de zoología, de botánica y de microbiología; pero el mundo fúngico casi siempre queda en un segundo plano. Y la verdad es que tiene cosas realmente alucinantes: ahora, por ejemplo, acabamos de descubrir, que hablan entre ellos y de una forma muy parecida a los seres humanos.
Algo muy parecido al lenguaje humano. Al menos esas son las conclusiones de Andrew Adamatzky, investigador del Laboratorio de Computación No Convencional de la University of the West of England, Bristol tras analizar los patrones de picos eléctricos generados por cuatro especies distintas de hongos.
Un poco de contexto. Investigaciones anteriores ya habían sugerido que los hongos utilizan las hifas (unas largas estructuras filamentosas subterráneas) para transmitir impulsos eléctricos. La idea inicial era que debían funcionar de una manera similar a las células nerviosas transmitiendo información en los cuerpos animales.
No obstante, algunas investigaciones habían apuntado a que la información iba más allá. Es muy conocido el hecho de que, por ejemplo, la actividad eléctrica de las hifas de los hongos que se alimentan de madera aumenta cuando estos hongos encuentran con madera. Como si se estuvieran avisando de que acaban de darse de bruces con una enorme despensa llena hasta los topes.
Hablar como los hongos. Tirando de este hilo, Adamatzky quiso averiguar cómo funcionaba (desde un punto de vista informacional) esa actividad eléctrica. Para ello, insertó microlectrodos en los micelios (aglomeraciones de hifas) y analizó qué patrones podía encontrar en ellos.
Descubrió que estos picos eléctricos a menudo se agrupaban en secuencias de actividad concretas, que se asemejaban a vocabularios de hasta 50 palabras. De hecho, descubrió que la distribución de estas "longitudes de palabras fúngicas" coincidía estrechamente con la de los idiomas humanos. Esto tiene sentido: por lo que sabemos, los lenguajes naturales tienen patrones muy concretos que nos ayudan a averiguar si un lenguaje es real o no. Es lógico encontrar patrones similares en los hongos.
¿En busca de una piedra Rossetta? Y una razón más para sospechar que esa actividad tiene contenido "lingüistico". Porque, pese a ser muy interesante, el mismo Adamatzky reconoce que aún queda mucho por trabajar. Está claro que nada de esto es aleatorio, pero no será sencillo "traducirlos" y comprobar que efectivamente significan algo (y no son producto de otros fenómenos rítmicos o pulsantes).
Lo que sí evidencia esta investigación es que hasta los rasgos más "característicamente" humanos tienen sus ecos y modulaciones en el reino animal. Nunca eso de "entender el lenguaje de la vida" había sido tan literal.