Por primera vez, un grupo de investigadores ha determinado la época del año en la que impactó el meteorito que provocó la extinción del 75% de las especies -entre ellas los dinosaurios no aviares- al final del Cretácico, hace unos 66 millones de años: según los autores del estudio publicado en la revista Nature, fue entre finales de primavera y principios de verano en el hemisferio norte. El momento del cataclismo es más importante de lo que podría parecer, puesto que se produjo en época de cría en el hemisferio norte y esto, en especies con ciclos de reproducción largos, habría afectado gravemente a sus posibilidades de recuperación.
Los investigadores han llegado a esta conclusión después de analizar el yacimiento de Tanis, en Dakota del Norte (EEUU), que contiene fósiles directamente relacionados con un tsunami provocado por el impacto del meteorito. En el sitio se hallan numerosos restos de dinosaurios, reptiles, peces y plantas: algunas de estas especies son de agua salada, una prueba de que fueron arrastradas tierra adentro por una gran masa de agua; su datación coincide con la del impacto del meteorito, por lo que los autores concluyen que ambos eventos están conectados.
El impacto del meteorito se produjo a finales de primavera o inicios del verano en el hemisferio norte, en época de cría.
En el estudio de dichos restos se han encontrado diversos indicios que apuntan a que el cataclismo se produjo a finales de primavera o inicios del verano en el hemisferio norte. Las evidencias más concluyentes son la presencia de alevines y ejemplares jóvenes de diversas especies animales y la presencia de flora estacional correspondiente a ese periodo del año, además de otras como señales de actividad de los insectos o patrones de crecimiento de los huesos correspondientes a los meses con mayor luz solar.
Los efectos de la estación en un evento de extinción
Según los investigadores, la estación del año en la que se produjo el impacto del meteorito habría influido en las consecuencias iniciales del cataclismo en al menos dos aspectos: el primero es que, en el hemisferio norte, habría coincidido con la temporada de cría. Esto habría tenido un efecto mayor en especies con ciclos de reproducción largos, cuyos individuos tenían más probabilidades de morir antes de poder reproducirse de nuevo; por el contrario, aquellas con ciclos más rápidos habrían tenido una ventaja competitiva al poder engendrar nuevas crías más frecuentemente y, por lo tanto, aumentar las posibilidades de supervivencia del conjunto de la especie.
La extinción podría haber seguido patrones distintos en ambos hemisferios y habría sido más intensa en ecosistemas altamente estacionales.
Un segundo efecto, siempre según el estudio, es que la extinción podría haber seguido patrones distintos en ambos hemisferios -en el sur no habría coincidido con la época de cría- e incluso ser menos marcada en ecosistemas con menor variación estacional. En este sentido, los autores señalan que “los efectos inmediatos provocados por el impacto, como la contaminación atmosférica, la falta de luz solar y los cambios rápidos de temperatura se habrían dejado sentir con más dureza en ecosistemas altamente estacionales”.
Las implicaciones de este estudio, por lo tanto, resultan determinantes a la hora de entender por qué ciertas especies lo tuvieron más fácil para sobrevivir a una de las mayores extinciones de la historia de la Tierra.