Unas alas enormes apenas necesitan batirse para sobrevolar en grandes círculos las grandes planicies que se extienden bajo los Andes. Una vista infalible identifica una presa que acaba de salir de su madriguera. Argentavis magnificens se deja caer desde los cielos a la superficie. Atrapa con sus fuertes garras a su víctima, con su peso sofoca todo intento de escapar y con su poderoso pico asesta un golpe definitivo. Uno de los mayores depredadores del pasado americano se dispone entonces a comer.
El ave voladora más grande de todos los tiempos
Su nombre significa “ave argentina magnífica” y define en tres palabras los rasgos más destacados de esta especie. Argentavis magnificens vivió durante el Mioceno superior, hace entre 8 y 6 millones de años, en la actual pampa argentina y la zona de la Patagonia. Desde luego que era magnífica, pues sus dimensiones la sitúan entre las aves más grandes de la historia.
Era una mezcla entre águila y buitre que pesaba alrededor de 70 kilos, tenía entre 1,5 y 2 metros de altura, una longitud del pico a la cola de 3,5 metros y una envergadura con sus alas abiertas que podía alcanzar los 7 metros. Esto la convierte en el ave voladora más grande conocida, rivalizando con Pelagornis sandersi.
Pertenece a la familia de los teratornítidos (Teratornithidae), las “aves monstruosas”, debido al gran tamaño que presentan, especialistas en planear utilizando las corrientes de aires para encontrar a sus presas. Es por ello que Argentavis se considera una especie relacionada con los ancestros de los actuales buitres americanos. Marcos Cenizo, de la Fundación de Historia Natural Félix de Azara, dijo que:
“Se cree que los teratornítidos se originaron en América del Sur, ya que sus restos más antiguos fueron hallados en yacimientos con edades de entre 25 y 5 millones de años, en Brasil y Argentina. Luego de este período de tiempo, los teratornos desaparecen del registro fósil sudamericano, pero se vuelven notablemente abundantes y diversos en América del Norte hasta su extinción al final del Pleistoceno, unos 12 mil años atrás”
Depredador y carroñero
Debido a su morfología y clasificación como especie, los investigadores entienden que Argentavis se alimentaba tanto cazando a sus presas como devorando carroña. Los pequeños mamíferos pudieron ser la base de su dieta, pero dado su tamaño y corpulencia, no se descarta que pudiera atacar a los marsupiales de la época y otros animales de tamaño medio.
Hay distintas hipótesis acerca del uso de su pico. Unos lo encuentran más parecido al de las águilas, por lo que Argentavis se alimentaría tragándose a su presa de un bocado. Otros opinan que, siendo un animal carroñero, debía tener un pico capaz de desgarrar carne con facilidad.
Un gigante argentino
En la década de 1970, los paleontólogos argentinos Rosendo Pascual y Eduardo Tonni estuvieron buscando fósiles en la La Pampa. En 1979 hallaron unos restos fragmentados de lo que parecían los huesos de un ave, pero su tamaño era tan descomunal que dudaron de estar en lo cierto acerca del fósil.
Más tarde se confirmó que, efectivamente, habían encontrado los restos del ave más grande que había sobrevolado aquellos territorios del sur americano. En 1980, Kenneth E. Campbell y Eduardo Tonni publicaron la descripción científica de la especie.
¿Demasiado grande para volar?
El tamaño de este pájaro gigante ponía en duda todo lo que se sabía hasta entonces sobre el vuelo y la aerodinámica. Argentavis superó los límites sospechados en cuanto a dimensiones en aves con la capacidad de volar. El análisis de los fósiles para tratar de averiguar las características de su locomoción dio como resultado que este animal sería ágil en el suelo y que pudo incluso trotar para acechar a sus presas o a otros depredadores para arrebatarles sus presas. Pero, desde luego, su especialidad era planear.
No era un ave muy veloz, tenía una velocidad media de unos 70 kilómetros por hora. Los especialistas creen que tuvieron un método de vuelo igual que los cóndores y buitres actuales. Es decir, no podría despegar desde una posición estática, ni mantenerse en el aire por la fuerza de su aleteo, sino que saltaría desde pendientes o riscos elevados y aprovecharía el régimen constante de vientos que había en su hábitat para planear durante kilómetros sin apenas batir sus alas.