Un equipo internacional y multidisciplinar de científicos ha desarrollado una técnica no destructiva para aislar ADN de huesos y dientes, un avance que ayudará a extraer nueva e importante información de muchas piezas óseas, dentales y de piedra de la prehistoria.
Aunque este tipo de objetos contiene información importante sobre el modo de vida, la cultura y la organización de los primeros humanos, hasta ahora era casi imposible atribuirlos a individuos concretos porque los enterramientos y ajuares funerarios eran muy escasos en el Paleolítico.
La nueva técnica permitirá obtener información inédita de multitud de piezas de piedra y restos óseos hallados en los yacimientos de forma aislada y determinar quién fabricó, utilizó o llevó esos objetos de la Edad de Piedra.
Los detalles del nuevo método se publican hoy en la revista Nature.
La técnica, que permite aislar ADN de huesos y dientes sin destruir la pieza, ha sido desarrollada por un equipo internacional liderado por el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, Alemania.
Para probarla, el equipo usó artefactos fabricados con hueso, porque al ser más porosos, tienen más probabilidades que los objetos de piedra de retener el ADN de la piel, el sudor u otros fluidos corporales.
Lo primero fue asegurarse de que los valiosos objetos no sufrieran daños durante las pruebas.
“La estructura de la superficie de los artefactos óseos y dentales paleolíticos proporciona información importante sobre su producción y uso. Por tanto, preservar su integridad, incluidas las microestructuras de su superficie, era una prioridad absoluta”, subraya Marie Soressi, arqueóloga de la Universidad de Leiden y supervisora del trabajo junto con Matthias Meyer, genetista del Max Planck.
El método no destructivo para extraer ADN se basa en el fosfato.
“Se podría decir que hemos creado una lavadora de artefactos antiguos dentro de nuestro limpio laboratorio. Lavando los artefactos a temperaturas de hasta 90 °C, podemos extraer ADN del agua del lavado y mantener los artefactos intactos”, explica Elena Essel, autora principal del estudio.
El equipo puso a prueba el método con un conjunto de piezas de la cueva francesa de Quinçay excavados entre los años setenta y noventa.
Aunque en algunos casos fue posible identificar ADN de los animales de los que procedían, la gran mayoría del ADN obtenido era de las personas que habían manipulado los objetos durante o después de la excavación.
Para evitar este problema de contaminación humana moderna, el equipo se centró entonces en material recién excavado con guantes y mascarillas y guardado en bolsas de plástico limpias con los sedimentos aún adheridos.
Así, aunque en tres colgantes dentales de la cueva de Bacho Kiro (Bulgaria) -donde se encuentran los humanos modernos más antiguos de Europa- los niveles de contaminación por ADN moderno fueron significativamente más bajos, tampoco pudieron encontrar ADN humano antiguo.
Todo cambió gracias a Maxim Kozlikin y Michael Shunkov, dos arqueólogos que en 2019 excavaban la famosa Cueva Denisova en Rusia.
Aunque desconocían el nuevo método que se estaba desarrollando, excavaron limpiamente y apartaron un colgante de diente de ciervo wapití del Paleolítico Superior del que los genetistas del equipo de Leipzig pudieron aislar el ADN del propio animal y grandes cantidades de ADN humano antiguo.
“La cantidad de ADN humano que recuperamos del colgante fue extraordinaria. Casi como si hubiéramos tomado una muestra de un diente humano”, destaca Essel.
Basándose en el análisis del ADN mitocondrial -la parte del genoma que se hereda exclusivamente de la madre-, llegaron a la conclusión de que la mayor parte del ADN procedía probablemente de una sola persona.
Utilizando los genomas mitocondriales del wapití y del ser humano pudieron estimar la antigüedad del colgante entre 19,000 y 25,000 años.
Los investigadores también recuperaron una fracción sustancial del genoma nuclear de su propietario humano y determinaron que el colgante fue fabricado, utilizado o llevado por una mujer.
También descubrieron que esta mujer estaba estrechamente emparentada genéticamente con antiguos individuos contemporáneos de Siberia, más al este, los llamados “antiguos euroasiáticos del norte”, cuyos restos óseos se habían analizado anteriormente.
“A los forenses no les sorprenderá que se pueda aislar ADN humano de un objeto que se ha manipulado mucho pero es asombroso que siga siendo posible 20,000 años después”, concluye Meyer.