Aunque la temperatura ambiental sea la misma, no todos perciben el frío de igual forma.
Este fenómeno, que parece simple, es en realidad el resultado de una compleja interacción de factores biológicos, genéticos y ambientales que determinan la capacidad del cuerpo humano para regular su temperatura interna, que debe mantenerse entre los 35.5 y 37 grados Celsius para funcionar de manera óptima.
Cuando hace frío, el cuerpo activa mecanismos como la contracción de los vasos sanguíneos para conservar el calor. Esto puede provocar temblores, una respuesta fisiológica diseñada para generar calor adicional.
En cambio, en climas cálidos, los vasos sanguíneos se dilatan para liberar el exceso de calor a través de la piel, lo que lleva a la sudoración.
Sin embargo, lo que realmente marca la diferencia en la percepción del frío es cómo cada organismo procesa estas señales, y el cerebro desempeña un papel central en este proceso.
La sensación de frío está estrechamente relacionada con la velocidad a la que cambia la temperatura y con cómo el sistema nervioso interpreta esas variaciones.
El sexo también influye de forma significativa. Las mujeres, por ejemplo, tienden a sentir frío con mayor frecuencia que los hombres debido a una combinación de factores hormonales y físicos.
Los niveles de estrógenos hacen que los vasos sanguíneos sean más sensibles al frío, mientras que una mayor proporción de grasa corporal actúa como aislante, protegiendo los órganos internos pero dificultando la retención del calor en la piel.
La edad es otro aspecto determinante. Los recién nacidos, cuyo sistema nervioso aún no ha madurado por completo, tienen dificultades para regular su temperatura, lo que los hace más vulnerables al frío.
En los adultos mayores, la disminución de grasa corporal que produce calor los expone también a temperaturas más bajas, aumentando su sensibilidad al frío.
El entorno donde una persona crece moldea la capacidad de su cuerpo para adaptarse a cambios de temperatura. Aquellos que han vivido en climas fríos tienden a ser más resistentes al frío, mientras que quienes provienen de regiones cálidas suelen percibirlo de manera más intensa.
Además, factores como la genética influyen directamente. Por ejemplo, las personas con piel grasa tienen mayor protección frente al frío, mientras que un índice de grasa corporal bajo incrementa la susceptibilidad. Incluso el estrés crónico puede alterar los mecanismos de regulación térmica, amplificando la sensación de frío.
Así, aunque la temperatura sea objetiva, la percepción del frío es profundamente personal y refleja cómo el cuerpo humano combina biología, entorno y emociones para adaptarse al mundo que lo rodea.