Nuestro paso en el planeta tiene una huella que, aunque muchas veces se traduce en grandes avances científicos o artísticos, generalmente representa un impacto negativo...
Nuestro paso en el planeta tiene una huella que, aunque muchas veces se traduce en grandes avances científicos o artísticos, generalmente representa un impacto negativo para la Tierra, reflejado por ejemplo con la tecnología que usamos a diario. Y eso nos hace cuestionarnos a dónde van a parar los desechos tecnológicos que año tras año generamos.
El dispositivo desde el que lees esta nota ha contribuido en parte para generar emisiones de carbono en nuestro planeta, mismas que aceleran el cambio climático. Estas implicaciones comienzan desde que se extraen los minerales y elementos necesarios para elaborar los componentes que más tarde forman parte del gadget que sea.
Sin embargo, el impacto ambiental no termina ahí, ya que una vez que el dispositivo cumple su vida útil (asumiendo que le hemos sacado el máximo provecho y no lo hemos cambiado al año por otro más novedoso) termina en vertederos de desechos tecnológicos. De acuerdo con cifras de la ONU, cada año generamos 50 millones de toneladas de este tipo de desperdicio, lo que equivale al espacio que ocuparía llenar Manhattan de torres Eiffe cada año.
Del total de desechos, sólo se recicla cerca del 20% de manera formal, mientras informalmente millones de personas, de las cuales cerca de 660,000 son de China, trabajan separando estos desperdicios, pero muchas veces en condiciones precarias que ponen en riesgo su salud debido al contacto con químicos tóxicos, como mercurio, arsénico, cadmio,cromo y antimonio, sólo por mencionar algunos.
Cada uno de estos químicos afecta a las personas que separan los desechos: el plomo causa un deterioro intelectual, el mercurio daña al cerebro y el sistema nervioso central, mientras que el cadmio causa un grave daño a los riñones y a los huesos. De acuerdo con National Geographic, una batería que contiene níquel y cadmio puede llegar a contaminar hasta 50,000 litros de agua y una televisión hasta 80.000 litros.
¿A dónde van a parar los desechos tecnológicos?
Desde luego, la mayoría de los desechos de este tipo no se quedan en países desarrollados, sino que se envían a vertederos en territorios pobres, principalmente a Ghana, Nigeria e India. Esto se hace a pesar de que existe un tratado llamado Convención de Basilea de Naciones Unidas que pretende regular el envío de basura tecnológica a países del tercer mundo, ya que no cuentan con la infraestructura necesaria para manejar estos desechos; sin embargo, es obvio que dicha convención no es respetada y que incluso hay países que prefirieron no participar en ella, como Estados Unidos, el principal productor de desperdicios tecnológicos en todo el mundo, pues entre 2 y el 3% de su basura es e-waste, o desechos electrónicos.
De entre todas las naciones a las que llega la basura tecnológica, Ghana es la que más desperdicios recibe. La zona más afectada dentro del país es Agbogbloshie, en la región de Accra. Este barrio antes era una área natural en la que se encontraba una desembocadura del río Odaw y que ahora es uno de los tiraderos de e-waste más concurridos en donde gran parte de los 80,000 habitantes de la región, que migraron del norte del país por la pobreza, acuden a destruir vehículos y a extraer elementos de dispositivos electrónicos (entrando en contacto con los químicos tóxicos) para revenderlos en la zona. Finalmente, si no se puede rescatar nada, la mayor parte de la basura es quemada.
Esto da como resultado la contaminación del aire, el suelo y además una lenta y progresiva intoxicación de las personas que informalmente manipulan los desechos, pero que no tienen otra forma de poder ganarse la vida.