De acuerdo con la definición del diccionario, los pilancones o pilas son depresiones que se producen en ciertas rocas, normalmente granitos o areniscas, y que se originan sobre irregularidades del cuerpo rocoso que retienen agua. Para este artículo Pilancón es una colonia de Cuernavaca que sirve de marco para relatar una historia.
Hace algunos años tuve la oportunidad de conocer un espacio que queda en el imaginario como añoranza de lo que se fue, de la infancia; pero de la infancia feliz que tanta falta hace en tiempos post pandemia, de inseguridad y de cambio climático, pero también tiempos donde la tecnología ha convertido en virtual esas añoranzas.
Relato entonces mi experiencia en un espacio, que se ubica en la zona conocida como Pilancón, un área casi totalmente urbanizada actualmente ubicada sobre la Avenida Vicente Guerrero, antes Gobernadores, es ahí donde en los años 70´s en mi bicicleta recorría las aún inconclusas por ese entonces Avenidas Gobernadores y Alta Tensión por donde actualmente se encuentra el monumento a Vicente Guerrero y los pollos “Ana Kiki” del chivista Manolo Balbuena, ese es el primer punto que quiero destacar pues ya mis hijos no pueden hacer ese recorrido en bicicleta por el riesgo que representa el tráfico vehicular.
Un poco más arriba existía un lugar conocido como “El cerrito”, un banco de tezontle donde acudíamos por las tardes a volar papalotes que nosotros mismos elaborábamos aprendiendo la técnica y utilizando materiales baratos y a la mano, esas tardes maravillosas también se fueron ya, pues el cerrito ya no existe, ahora el sitio es ocupado por un campo deportivo de una universidad. Cruzando la avenida Gobernadores hacia el oriente, nuestro sitio de esparcimiento y recreación era ir a nadar a las pozas de agua, “El ojito de agua”, agua limpia y accesible en aquellos años, así que entre papalotes, bicicletas y pozas de agua se fue mi infancia, y se fue el paisaje que también cambió, así como la dinámica social derivada de diversas circunstancias.
Sin embargo; no todo es añoranza, también hay esperanza, es aquí donde las pozas del Pilancón, un ojo de agua donde otrora se veían mujeres en los lavaderos con sus niños, ahora se surten de agua las pipas y existe una pequeña oficina municipal en la parte sur, hacia el oriente casas que se acercan cada vez más al área que nos ocupa y al norte desde luego colindando con un OXXO.
En algún momento un personaje de la política pretendió con gente de la comunidad recuperar el área y ponerla al servicio de un parque ecológico que al parecer no tuvo eco, aunque si se limpiaba el área, y se podía llamar la atención de periodistas que preguntaban de manera insistente que cuál era la problemática y cuál era el plan, que de alguna manera tenía que ver con la salvaguarda de dicho patrimonio natural, y pretensión de hacerlo cultural, aunque esta zona está cada vez está más acotada geográficamente por la urbanización.
No solo es el tema del agua y la posible implementación de un área y su protección sino también de tratar de abonar a recuperar espacios públicos que sean alternativos a las ya muchas escuelas de fútbol, los centros comunitarios como “Los chocolates” en la Colonia Carolina, museos, etc. Sobre todo, se trata de buscar la emancipación tecnológica de niños y jóvenes, que las secuelas de la pandemia nos hacen reconsiderar en cuanto a hábitos y conceptos como la felicidad y el “progreso”.
En otra ocasión se tocaba el tema de la fauna nativa, endémica y aún presente en ese sitio como el cangrejito barranqueño que se puede localizar casi imperceptible bajo algunas rocas por donde corre el agua, precisamente en el área del “ojo de agua”; sin embargo el recorrido del agua de alguna, manera viene desde el norte pasando por SAMS, Plaza Cuernavaca, Parque Melchor Ocampo; inclusive pasando ya mezclado con aguas grises y negras desde la terminal de autobuses México-Zacatepec y literalmente bajo el área que actualmente pertenece a Coppel, en El vergel; paso obligado del agua como patrimonio que ha servido en este último ejemplo para canalizarla hacia Amatitlán y Atlacomulco desde hace ya varias décadas, aunque ya no es potable aún se utiliza para riego de jardines y árboles, de lo cual por cierto el Museo de Arte Contemporáneo Juan Soriano es testigo.
El desarrollo urbano inclusive irregular en la zona nos obliga a voltear nuestra atención hacia la agenda 2030 de la UNESCO, que busca hacer sostenible la vida y reorientar las actividades en busca de mejorar aspectos fundamentales entre otros puntos cabe destacar: - Garantizar la vida sana y promover el bienestar en todas las edades es esencial para el desarrollo sostenible, - Mejorar la seguridad hídrica mediante la investigación sobre los recursos hídricos, gestión de los recursos hídricos, - Apoyar la protección y el uso sostenible de la biodiversidad y la gestión de los recursos naturales, - Promover y difundir valores, actitudes y comportamientos conducentes al diálogo, la no violencia y el acercamiento de las culturas en la educación formal y no formal, - Compartir los conocimientos y habilidades y administrar los riesgos de la salud considerando los contextos culturales, promover el vínculo intrínseco entre la diversidad cultural y la biodiversidad para garantizar mayor sostenibilidad ambiental, son algunos de los 17 objetivos de desarrollo sostenible de la agenda.
Además de considerar una visión humanista tan en boga en el discurso de las nuevas políticas públicas que hablan de ello, incluyendo el tema de la sostenibilidad y derecho al bienestar y a la felicidad. “Éramos felices, pero no lo sabíamos”, cuando volábamos papalotes, andábamos en bicicleta y nadábamos en las pozas de Pilancón, en el “ojito de agua”.
Explorar el Morelos histórico, añorar el Cuernavaca de los 70s y 80s tiene la intención de generar debate en torno a la recuperación y promoción de más espacios encaminados a rescatar la reserva de valores más allá de lo meramente económico y material, nuestros valores morales, espirituales ancestrales que las familias resguardaban precisamente con esas dinámicas facilitadas por espacios de recreación, reserva de espacios naturales y públicos. Ojalá mis nietos caminen en unos años por “El Pilancón”, conozcan y respeten al cangrejito barranqueño, hagan un recorrido en bicicleta y vuelen papalotes, nuevamente. Queda ahí mi relato para que tal vez se genere un proyecto cultural, deportivo y social que conserve la historia y la tradición de una parcela pequeña, pero considero muy importante de nuestra identidad cuernavacense como patrimonio vivo.
TEXTO E IMÁGENES:
ARTURO GARCÍA SANTAMARÍA
ESTUDIANTE DEL DOCTORADO EN ARQUITECTURA Y URBANISMO
FACULTAD DE ARQUITECTURA DE LA UAEM