La red marca el pulso no sólo de la forma en que trabaja y se comunica el mundo, también la manera en que se informa y los contenidos que consume diariamente. Sin importar su naturaleza, los programas de televisión enfrentan una crisis ante las posibilidades de expresión que Internet ofrece a cualquiera –siempre y cuando posea una conexión de red y un dispositivo apto para navegar en ella–.
Entre todos los fenómenos que se viralizan sin explicación alguna, existe uno especialmente redituable y adictivo, capaz de mover a millones de jóvenes sin la publicidad de los medios tradicionales, generar opinión y proveer de referentes culturales a los millennials en su eterna búsqueda por encontrar una identidad propia. Se trata de los YouTubers, hombres y mujeres menores de 30 años que mantienen una cuenta en la página más popular de vídeos y no sólo la utilizan para expresar sus inquietudes, opiniones, chistes y habilidades a la cámara, también para subsistir y en algunos casos, generar ganancias multimillonarias.
Los YouTubers nacieron en 2011, cuando Google (que adquirió el sitio en 2006) puso en marcha una estrategia comercial llamada “YouTube Partner”. A través de la plataforma de vídeos, todos los aficionados creadores de contenido original que participaban de forma activa en la comunidad, tuvieron la oportunidad de monetizar su canal y con ello percibir parte de los ingresos que gana Google por concepto de publicidad y segmentación de mercado, ayudando a la red en su principal negocio y razón de ser, el gestor de publicidad AdSense.
A partir de entonces, la aventura de compartir cualquier cosa frente a la cámara y subir el video a YouTube se transformó en una actividad altamente lucrativa, que ofrecía tantas posibilidades de negocio como anunciantes en la web. De inmediato, cientos de jóvenes comenzaron a cumplir con las reglas que Google estipula para monetizar un video y encontrar comerciales idóneos antes, durante y después de su reproducción.
Desde entonces, la fama de distintos YouTubers creció como la espuma ante un público ávido por encontrar algún rasgo de pertenencia o identidad en consonancia con la frenética y superficial búsqueda de estímulos en el presente. El formato de los videos originales era digerible por toda clase de público, especialmente los llamados millennials; mirar a la cámara contando situaciones de la vida cotidiana con un toque de humor o bien, demostrando habilidades como destreza en la cocina, consejos de belleza personal o sketches de humor con poca producción ha sido una práctica común después.
El proceso de edición sigue la misma línea; cortes continuos para mantener un discurso breve y ligero, sin ningún compromiso social (mucho menos político, ideológico o educativo), cumpliendo con la máxima de cualquier vídeo monetizado: entretener y consolidarse como un contenido digno de ver (y compartir con amigos), lo que se traduce en visitas y a su vez, en ganancias.
Independientemente de la calidad del contenido y los temas que tocan, el éxito en números de estos videobloggers es incontestable. Millones de reproducciones diarias que no sólo se materializan en ingresos, también generan nuevas oportunidades de negocios y de paso, les brindan la posibilidad de entrar de lleno al mundo de los líderes de opinión.
Debido a la dificultad para calcular las pautas del algoritmo de ingresos que YouTube establece para cada video, es imposible calcular con exactitud las ganancias que esta actividad deja a los videobloggers más visitados; sin embargo, la revista Forbes asegura que Felix Kjellberg, un joven sueco de 23 años cuyo canal “PewDiePie” tiene más de 50 millones de seguidores, es el YouTuber más rico del mundo, con ingresos anuales aproximados por 12 millones de dólares, sin contar los contratos, menciones y compromisos publicitarios que a raíz de su fama acarrea fuera de la red de vídeos más grande del ciberespacio.
El salto a la fama vía YouTube abre un mundo de posibilidades que aparecen para una personalidad reconocida entre un sector activo de la población. Los libros, campañas de publicidad y negocios ajenos aumentan aún más la popularidad de estas estrellas que no nacieron en televisión, ni en el cine; sino como resultado del hartazgo del gran público de los canales típicos de entretenimiento y el proyecto publicitario de Google para YouTube. | Cultura Colectiva