Aunque mucha gente no lo crea, seguimos siendo animales. Y si bien los adultos hemos desarrollado un raciocinio y una inteligencia que nos diferencia cada vez más de ellos (la mayoría, claro), nuestros bebés humanos nacen siendo auténticos "cachorros" cuya dependencia es, de hecho, mucho mayor que la de la mayoría del resto de animales.
¿Qué quiero decir con esto? Que mientras muchos adultos piensan que nuestros bebés ya no necesitan que los sigamos tratando como animalitos, porque esperan de ellos comportamientos y habilidades que no tienen (que se calmen por sí mismos, que no lloriqueen porque es signo, dicen, de que nos están manipulando, etc.), muchos otros tenemos claro que en este sentido, tenemos que aprender mucho de otras especies, que saben instintivamente que sus crías necesitan mucho contacto físico para que crezcan con seguridad en sí mismas.
¿Y qué tiene que ver una cosa con otra? Mucho, porque las hormonas que segregan los bebés son muy diferentes según sean los cuidados que reciben. Por eso se habla de la química de las emociones, o de por qué hay que criar a los bebés con cariño y respeto.
Los animales saben...
Que cuanto más contacto tienen con la madre, mayor es la seguridad con la que crece la cría, y en consecuencia mayor la valentía. Así, cuanto más cercana es ella, menos temerosos son los cachorros, más capaz se siente la madre al cuidar de ellos, más tranquila en su relación, y más tranquilos son los hijos en consecuencia.
Si esto lo extrapolamos a nuestros bebés, los resultados son similares (o esto es al menos lo que dicen los psicólogos de Harvard), y todo tiene una explicación química: el cerebro de los bebés segrega diferentes hormonas según sea el entorno en el que vive.
Si predomina la oxitocina
Dicen que la oxitocina es la hormona del amor porque es la que se segrega cuando nos enamoramos, cuando estamos bien con alguien, cuando estamos a gusto, cuando vamos a hacer el amor incluso... y es la que el cerebro de los bebés segrega cuando están a gusto con su cuidador.
Los bebés se comunican con los padres mediante el llanto o mediante la calma, algo que podríamos traducir por el "No" o el "Sí". Con el llanto nos están diciendo que "No", que algo va mal, y con la calma nos dicen que "Sí", que así vamos bien. Así, si cuando un bebé llora los padres actúan buscando su confort, aportándole tranquilidad, contención, amor y sosiego, el bebé cambiará las hormonas del estrés por las hormonas de la calma y la tranquilidad: la oxitocina y los opioides.
En ese punto, cuando los bebés crecen sintiéndose seguros, con unos padres tranquilos que les aportan también esa calma, los niños crecen menos temerosos y más atrevidos a la hora de explorar, de disfrutar de los momentos, deseoso de aprender, y cuando llegue el momento, de relacionarse también con otros niños y personas. Además, serán también más capaces de afrontar las diferentes situaciones complejas, o los retos que la vida les vaya poniendo por el camino.
Si predomina el cortisol
La hormona del estrés es el cortisol. Esta hormona tiene la misión de poner al cerebro del bebé en alerta, en situación de amenaza, para que valore si debe huir de las situaciones, o luchar contra ellas (aunque no sea capaz por ser un bebé). Un estilo de crianza en el que los momentos en brazos sean limitados, el bebé llore sin encontrar consuelo, e incluso reciba gritos o muecas de desagrado hará que el cerebro del bebé mantenga siempre unos niveles de cortisol elevados, y que el niño se sienta siempre en amenaza.
Son bebés que crecen pensando que el mundo en el que viven es un lugar hostil, y que están en relativo peligro en todo momento. Así, se convierten en niños más temerosos, desconfiados y asustadizos; niños que tienen menos seguridad en sí mismos, y que ante una misma situación, donde unos no ven mayor problema o riesgo, ellos pueden percibir lo contrario.
Es decir, son niños que pueden encontrar amenazantes a personas, comportamientos, sucesos, etc., que a otros niños más tranquilos y seguros apenas les afecten.
Cuando los niños crecen...
Entonces sucede que estos niños, los que crecen con el predominio de la oxitocina y los que crecen con el predominio del cortisol, se hacen adolescentes y luego adultos. Está claro que al final serán la suma de todas las vivencias que les han hecho llegar hasta donde estén, y que el entorno escolar, las amistades, etc., tendrán muchísimo que decir también. Pero se sabe que el estrés infantil es un indicador de ciertos desórdenes mentales en la edad adulta, y son muchos los que llegan a ese momento, a la adultez, aún arrastrando ese estado de alerta, de desconfianza en las demás personas, y de desconfianza en sí mismos... demasiado presos de su zona de confort, incluso, viviendo simplemente a la deriva de los acontecimientos, sin ser parte activa por el temor a sufrir de nuevo.
Por eso interesa que nuestros hijos crezcan felices, y sintiéndose queridos y respetados. Y que esos abrazos y esa contención llegue también incluso cuando son más mayores, cuando algo les sobrepasa y lloran y tenemos dos opciones: decirles que lo superen, que no es para tanto y que espabilen, o ayudarles a recobrar la calma con un abrazo, cariño y diálogo cercano que les ayude a ver los problemas desde otra perspectiva, y a elaborar soluciones.
Que no, no estamos hablando en ningún momento de vivir sus vidas y evitarles todos los males, sino de enseñarles a vivir sus propias vidas afrontando lo que venga con seguridad, firmeza y confianza en sí mismos. Y esto, dicen los expertos, se consigue con cariño, respeto y amor. Y no como creían nuestros padres y abuelos, que pensaban que debían dejarnos llorar para hacernos más fuertes.