No podemos controlar nuestro pasado, pero sí la forma en que la que manejamos nuestro presente.
Los hijos cargamos siempre con los errores, el temperamento o los traumas que los padres nos van dejando en el camino. A veces solamente son simples manías, pero en ocasiones puede ser un pasado un poco más tormentoso.
Ellos se equivocan, y quienes pagamos con esas consecuencias somos nosotros. Por ello, es normal que en un determinada etapa de nuestras vidas el rencor aflore en nuestras mentes, y los juicios lleguen a nosotros.
Sin embargo, debemos tener muy en claro varias situaciones. La vida jamás nos concede todo aquello que deseamos, y nos va llevando por senderos en donde debemos improvisar muchísimo. Esto no siempre nos lleva a tomar las mejores decisiones, y sobre la marcha vamos resolviendo nuestros asuntos.
Los errores que nuestros padres cometen no son adredes, ni malintencionados. Por ello, nosotros no somos jueces para estar acosándolos con aquello que deberían hacer o cómo debieron actuar. No estamos en su situación, no sabemos cómo los ha alejado la vida de sus sueños, ni tenemos el derecho de sentenciarlos.
Más allá de cualquier situación, el rencor, aunque sea de forma inconsciente, termina siendo un obstáculo en nuestra felicidad. Jamás podremos conseguir plena libertad si continuamos guardando los errores de otras personas.
No podemos controlar nuestro pasado, pero sí la forma en que la que manejamos nuestro presente. Nadie esta exento de culpas, pero es más fácil llevar una vida sin esos pesares sobre la espalda.