La falta de actividad física, el consumo excesivo de comida y el estrés que se experimentan durante el confinamiento por la pandemia de COVID-19 han modificado los patrones de descanso nocturno y evitan que se cumplan los procesos de recuperación.
De acuerdo con Víctor Aguilera-Sosa, profesor e investigador del Instituto Politécnico Nacional (IPN), el insomnio que vive la población en confinamiento se relaciona con estrés, procesos de ansiedad y angustia, o depresión.
Ello se explica, según el doctor en Ciencias, debido a que la mayoría de los ritmos sociales fueron eliminados.
Además, la sobreexposición a información de la pandemia genera emociones negativas como angustia, ansiedad, tristeza y enojo, lo que conduce a un estado de estrés agudo a corto plazo y estrés crónico a mediano plazo.
Alteración del sueño
El especialista destacó que durante el sueño se generan una serie de procesos vitales para el ser humano como la regeneración del tejido muscular o la secreción de la hormona del crecimiento, mismos que se ven afectados con la alteración del descanso.
Dentro de los trastornos que se presentan está la “fase atrasada de sueño”, que es el desfase que vive la población que actualmente trabaja o tiene clases en casa, ya que si antes acostumbraban dormirse entre las 21:30 y 22:00 horas, ahora se duermen pasada la medianoche, pero al día siguiente deben levantarse temprano para retomar actividades virtuales.
En el caso de los adultos mayores, si duermen pequeñas siestas durante el día, por la noche presentan un sueño fragmentado, en el que se empieza a invertir el ciclo circadiano, es decir, el reloj biológico que regula y programa las funciones fisiológicas del organismo en un periodo de 24 horas.
Los niños y adolescentes expuestos a pantallas y videojuegos también se ven afectados en sus hábitos nocturnos, factor que contribuye a alterar la cantidad y calidad del sueño.
Ello también provoca alteraciones en la alimentación, como el ansia por comer, sobre todo alimentos azucarados o grasos, con lo que deviene el aumento de peso, y que impacta en los ciclos de sueño.
El ansia por comer puede provocar obesidad, condición que suele favorecer la aparición del Síndrome de Apnea Obstructora del Sueño, que se manifiesta con una pausa en la respiración que puede ir de 30 segundos a un minuto, o más tiempo, lo que fragmenta la calidad del sueño y daña células y funciones de los procesos cardiorrespiratorios.
A la larga, este síndrome se correlaciona con patologías cardiacas, eventos vascular-cerebrales e incluso síndrome metabólico.
¿Cómo aminorar los efectos del desfase?
Para aminorar los efectos, el especialista recomienda organizar una agenda con horarios para despertar, desayunar, trabajar, hacer ejercicio y dormir.
También “hay que permitir el aburrimiento” y dejar los fines de semana para actividades recreativas o lúdicas.
En cuanto a la alimentación, recomendó disminuir la ingesta de carbohidratos simples, refrescos y productos chatarra, así como las porciones de comida porque la actividad física bajó 70%.