Algunos de los aludidos directamente responderán, o no, en su modo y tiempo, pero en mi calidad de Presidente de la Fundación del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), también es mi responsabilidad y deseo expresar mi opinión, y lo hago en este espacio al que tengo acceso, gracias a la disposición del director de este medio. Una alternativa hubiera sido enviar una carta, pero la importancia de los actores involucrados y los temas referidos exigen un mayor espacio disponible.
Me parece loable que Jorge G. Castañeda le reconozca a la Maestra Elba Esther Gordillo que con él "ha sido una amiga solidaria... (Y) que en los momentos difíciles ha estado siempre presente..." (Enfoque, julio 10, 2011). Hoy Castañeda, se puede decir, se suma a la denostación de una líder política en una coyuntura compleja, de definiciones con trascendencia nacional. Pero esa es su prerrogativa personal como intelectual de la política; recurrir más a Freud que a Weber para su análisis.
Lo más errado en el perfil que Jorge G. Castañeda hace de la Maestra Gordillo ("Amiga, sindicalista, aliada y adversaria") es considerar, habiendo estado tan cerca de ella, que "Elba Esther Gordillo ejerce la política sin estrategia, sin cuartel y sin garantías”. Si por estrategia Castañeda se refiere al apoyo a su propia carrera personal (en busca de la Secretaría de Educación Pública, el Panal, etc.), quizás tiene razón. Si se refiere a la conducción de los asuntos sindicales, sin embargo, cualquiera que haya estado cerca de ella incluso un solo día, sabría que hay pocos políticos en el México moderno de las últimas décadas con mayor visión estratégica de la política o la educación. Se lo han reconocido expresamente al menos cuatro Presidentes de la República, el actual Secretario General de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), José Ángel Gurría, muchos gobernadores y los principales líderes empresariales del país.
Y también, contradictoriamente, el propio Castañeda reconoce el nivel que ocupa la Maestra en la política nacional, cuando escribe que: "ella es el único punto de apoyo de la palanca en el que un Arquímedes educativo podría apoyarse para transformar" el sistema educativo en México. Pero aquí Jorge Castañeda vuelve a mezclar lo personal con lo político. Para él, hoy, Elba Esther Gordillo sólo sería una estratega si adoptara la "causa" de los críticos del sindicato de maestros. Eso no se lo pidió cuando fue su inquilino, pero ahora forma parte de su agenda política.
En un corto espacio de tiempo, un núcleo de intelectuales se alinearon para formar un frente común para emitiendo un dictamen sobre el estado que guarda la educación en el país. Jorge Castañeda es uno de los más recientes.
El conocimiento que cada uno de ellos posee sobre el sistema educativo, varía significativamente. Y, sin embargo, el diagnóstico conduce al mismo lugar. Todos convergen en la descalificación al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y, con distinto grado de virulencia, a su líder nacional, la maestra Elba Esther Gordillo.
Castañeda con Héctor Aguilar Camín han escrito que la solución a la educación requiere “poner fin al monopolio de facto que autoridades y maestros ejercen sobre ese espacio” (Un futuro para México, pág. 78). También: “Las redes sindicales del Estado son bastiones de atraso político” (Un futuro para México pág. 35). Y en una nueva versión de su posición (Regreso al futuro, pag. 81) declaran: “Un problema conceptual de fondo es que el debate educativo es México no está centrado en la educación, sino en el sindicato”.
Pero en ninguno de sus dos libros Aguilar Camín y Castañeda intentan siquiera demostrar cuál es la relación causal – si la hubiera- entre la forma de organización gremial y la calidad de la educación. Sólo repiten, en unas cuantas líneas, un prejuicio que se ha extendido entre sectores con menor capacidad de análisis que estos dos autores.
A partir de una necesidad real que enfrenta el país –mejorar la calidad de la educación- se han organizado intelectuales y académicos para reducir un tema especialmente complejo (en término pedagógicos, administrativos, sociales e ideológicos) a la simple confrontación con el SNTE y su dirigencia nacional. En juego está el futuro del sistema educativo público en el país y una de las más importantes organizaciones articuladoras de un amplio sector de trabajadores y miembros de la clase media. Cuando existe una ofensiva mundial en contra de los sindicatos de trabajadores del sector público, no es casualidad que se intensifique el debate educativo en México.
Los sindicatos en México (y el mundo) han sufrido un proceso de transformación profundo en los últimos treinta años. Hoy no se les puede ver como si fueran las mismas organizaciones que tuvieron vida en el apogeo del Estado nacional, entre los 40’s y los 80’s. Hoy son organizaciones diferentes en el interior (con sus agremiados) y en el exterior (en sus lazos con el sector productivo): ha cambiado la posición estratégica que ocuparon.
Un caso evidente es el de los ferrocarrileros, pero también el de los telefonistas, los trabajadores de la construcción y de otros sectores que estuvieron ligados a la fuerza del Estado, o que incluso pudieron enfrentarse a este en alguna coyuntura del siglo veinte --por su ubicación estratégica en la economía nacional. En la actualidad tienen un peso relativo distinto.
Pero hay excepciones: el de los electricistas, como ejemplo, representados históricamente por el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), que ocupan un papel central en un área estratégica de la economía nacional. Otro ejemplo, son los petroleros. Se trata de un sindicato dentro de un enclave de la economía nacional, que goza de cierta autonomía y ha logrado mantener su poder.
Y, por supuesto, también están los trabajadores de la educación, que por su número, extensión, presencia y vinculación estrecha con la sociedad tienen una posición estratégica en la vida social y política de nuestro país. Por ello, existen fuerzas, nacionales y mundiales, interesadas en debilitarlos (ver The Economist, enero, 2011)
Con excepción de estos sindicatos, y de algunos otros con características particulares, se ha debilitado el papel de las organizaciones sociales en la política nacional. Y a los que subsisten, constituyen una fuerza representativa de los trabajadores organizados colectivamente (algo que el "mercado" desprecia), se les ha querido descalificar: en vez de reconocer su fuente de autoridad -en la sociedad y en la Constitución. Por ello, se les busca denominar peyorativamente como "poderes fácticos".
No existe ninguna contradicción en que los sindicatos formen base de acción política, y que defiendan los intereses de la clase trabajadora, que tengan una agenda social y que impulsen un Estado de bienestar ligado a los intereses y a las necesidades de la clase trabajadora del país: es el caso de España, Francia, Alemania, de Inglaterra, naciones con democracias desarrolladas.
Habrá que ver los logros alcanzados por trabajadores organizados que cuentan con un sindicato fuerte: prestaciones laborales, niveles de salario real, accesos a crédito y capacidad de tener una forma de vida como miembro de la clase media.
De esta manera, es que se mezclan los asuntos educativos con los políticos, y viceversa. La restructuración del sistema educativo tiene que ver también con proceso político de redefinición del papel de los sindicatos. Es un asunto nacional, pero también es un conflicto producto de la globalización. Se trata de un proceso social y, como nos lo deja ver Jorge Castañeda en Enfoque (Reforma, julio 10), puede ser, también, personal.