Los idos, a través de su familia como el hermano del que escribe, Esteban “El Piteco” Jaramillo, representado por sus hijos Esteban, Sandra y Alejandra, todos ellos -gracias a la visión de su padre, el apoyo de su madre y el impulso de su abuela “La Güera”- profesionales exitosos, orgullo de todos nosotros.
Claro, otros inolvidables, auténticos ídolos de barrio que se adelantaron como ese tremendo centro delantero que en el llano era imparable pero en el fut profesional no logró el estirón como Jorge “El Perro” Arellano. O el mejor extremo derecho que parió Cuernavaca, a mucha honra de Los Arcos de Gualupita, David “El Cacique” Díaz, hijo del famoso “Breco”. Y leyendas locales vivientes como el rey del descontón –y campeón goleador en la división de ascenso con León, Ciudad Madero y Zacatepec—Víctor Manuel Ponce de León, que noqueó a más de cinco por llamarle como hoy con subrayado le decimos con el cariño de siempre: El Orejón. Otro más, serio, al que nos encontramos cada rato en su taxi, pero en sus tiempos fue titular en la primera división con Zacatepec y Ciudad Madero, Andrés Martínez “El Robavacas”, de la merita colonia El Empleado.
El carnal Héctor “El Borrego” fue por nosotros y es coautor de esta columna porque, amante de la comunicación, nos dio detalles. Por ejemplo, en realidad era un homenaje al legendario Jorge Piñán “La Pingüica”, finísimo jugador del Ciudad Victoria, nativo de Cuernavaca, que vivió años dirigiendo al Cuernavaca en la Segunda División, con jugadores amateurs y algunos profesionales. Es el responsable del debut profesional del Piteco, del Perro Arellano, del Cacique Díaz, de “La Niña” Rodolfo López, de Jorge Martínez Salgado, del Café Gloria y político profesional, de Beto Jiménez, de Pepe y Felipe Ayala Vizcarra del barrio de Salazar, Toño “La Manopla” Velázquez, con su estampa clásica de porterazo, el temerario Rosario “El Bógar” Ramírez, el defensa central Arturo López Zamora, el durísimo Nacho Martínez “Alma Grande”, de Ángel “El Grillo” Zamilpa e Inés “El Güero” Toledo de La Estación –un jugadorazazazazo--, del fino y duro Huesos Núñez de Leandro Valle, del Vivis Soriano, de Pepe Gurza, de Pancho Olvera, de Rogelio “El Chueco” Hernández de La Satélite, del Buitre Nava (trabajaba de bombero y anotó el gol del triunfo con el que Cuernavaca le quitó el invicto al Atlas de los hermanos Delgado, del arquero Héctor Brambila, de Madgaleno Mercado, de José Luis Herrera, del Berna García, del goleador Ricardo “Astroboy” Chavarín). Y vinieron jugadores ya con experiencia como los mismos Robavacas Martínez y Víctor Manuel Ponce de León, otros como el habilísimo Menéndez y el goleador Bernardo Rocha, uno más apodado “El Chalco”, el ex portero del América, Federico Ochoa, los hermanos Melgoza de Oacalco, “El Toro” de Puente de Ixtla.
Toda una época de esa Cuernavaca hermosa, pasiva, de excursiones cada 15 días al Centenario para ver al Tampico, al Querétaro, al Ciudad Madero, al Salamanca, al Irapuato, el Ciudad Victoria, al Puebla, al Pachuca, al Colima, al Tepic, al Nacional de Guadalajara, al Zamora, al Morelia, a Los Tigres de Nuevo León. Ese equipo que nunca disputó los primeros lugares de la tabla, que viajaba en desvencijados camiones urbanos a Monterrey o Tamaulipas, que no daba sueldo a los locales y hacía esfuerzos extraordinarios para cumplirle a los que lo reforzaban. Tenían mística. El señor Rossi de la vinatería en la calle de Guerrero, el siempre ejemplar don Daniel Gurza quitándole ganancias a su negocio para que el club siguiera, con lo que podía desde su herrería el papá de Los Ramírez, el mismo Juan Jaramillo Ortiz –padre del que les escribe y seis mulas más— que con la complicidad de “La Güera” también “le entraba”. Ese Cuernavaca dio chance a todos. Recordamos los entrenamientos entre titulares y suplentes –donde entraban muchos que ni se imaginan como un servidor—, o estaban el inolvidable amigazo Jorge Núñez Suástegui “El Ney” y la presencia siempre cerca de Jorge Piñán, de este gran hombre que es Jaime Serna, siempre leal, siempre atento, cerca de las necesidades de los demás.
Fueron años cuesta arriba, siempre forzados desde el terreno económico, pero dentro de la cancha veíamos debut tras debut, porque “La Pingüica” Piñán hizo lo que nadie: hacer creer al cuernavacense, al morelense, que podía. Felicitamos a los sobrevivientes de aquel Cuernavaca, brindamos un aplauso a los que casi al mismo tiempo se adelantaron y por ello eran sumamente queridos como Cacique, El Perro y El Piteco.
Y damos una razón, quizá poderosa, a nuestros lectores: si hablamos de cualquier cosa como la política, por qué no participar en el rescate de los tiempos de añoranza como esos años 70’s con el Cuernavaca en la tercera y segunda división, ésa que hoy llaman división de ascenso con un equipo filial de Pumas donde no juega un solo morelense. Nostálgicos, irreales, pero en aquel once de los que aspiraban a jugar en la primera división, iniciaban cada semana, de jodido, siete morelenses. Un abrazo al querido Jorge Piñán “La Pinguica”, el forjador, del que esperamos se conserve como el roble que siempre ha sido. Y, claro, a Jaime Serna por el esfuerzo desplegado para volvernos con un cacho importante de historia.