¿Imagínense el grado de confianza en estas oficinas burocráticas normalmente a la orden de los ejecutivos estatales, que entre ellos se graban lo que conversan telefónica o personalmente? ¿Quién, conociendo pequeños detalles de su comportamiento, les va a tener confianza? ¿Acaso uno o mil de sus recomendaciones merecen la atención y el análisis de sus recomendaciones si el origen de quienes las imparten está enraizado en la intriga y el golpe bajo? A la breve distancia, crece la función del ex rector Fausto Gutiérrez Aragón como presidente de la CDHEM; su manejo era, cuando menos, cuidadoso hacia el interior y, claro, para afuera de sus oficinas.
Surge la impresión de que el tamaño profesional de la presidenta Lucero Benítez Villaseñor se quedó en un escritorio de la burocracia general y no siempre funcionan los escalafones cuando los talentos se detienen en estériles discusiones: si el peinado de Lucy es parecido al de Yola o si los zapatos de José son más finos que los de Vicente. Y lo todavía más común: los pequeños grupos de poder existentes en todos los ámbitos, desde una fonda que parezca restaurante hasta la presidencia de cualquier país. Intriga, descuido y vista fija al horario de salida.
Una instancia pública pagada con recursos también públicos se enfrasca entre el detergente y el chasquido del lavadero de la hermosa vecindad, en tanto otras son bien honradas por organizaciones civiles, independientes, que se han ganado a pulso la confianza y el crédito de la sociedad. Para no lastimar susceptibilidades preocupadas por lo que diga el o la del escritorio vecino, citamos a solo una: la Comisión Independiente de Derechos Humanos, y a un par de luchadores sociales gratuitos y comprometidos desde siempre: Juliana García Quintanilla y José Martínez Cruz.
Dicen que las comparaciones son odiosas, en esto no se aplica: la Independiente es mucho más confiable y pertinaz que la oficial y acude a los medios no para dar a conocer sus particulares problemas sino hechos de violaciones a los derechos humanos. No tienen presupuestos, choferes ni empleados, menos guardaespaldas a su servicio, pero sí la vocación y convicción de que hacen lo que deben, hace 35 años. El respeto y el prestigio no se pierden tras una andanada de ataques luego de ganarse en los frentes sociales, siempre desde la modestia material, pero inmensamente ricos en ambos rubros tan difíciles de la vida: respeto y prestigio. Eso les sobra en la CIDHM.
No es la pretensión satanizar a la Comisión estatal de Derechos Humanos, cuyos consejeros y presidente eligen los diputados locales, pero resulta increíble que la energía que tiene que mostrarse en la defensa de tanto morelense dañado en su persona o su patrimonio por instancias de gobierno, la utilicen en bañarse en el cieno primordial y luego lanzarse todo lo que les quede pegado, envueltos en un hedor insoportable. Es injusto que un presupuesto grande, mediano o menor, sea desperdiciado en tareas de espionaje barato dentro de su oficina que, tal como parece, es una pequeñísima sucursal de la gringa CIA. No es por la dificultad por grabar a los que llamen, sino porque en la CIA y otras agencias mundiales les pagan por ello. Aquí no les pagamos pero lo hacen no en tareas fundamentales de su trabajo, sino en el denuesto y golpe bajo entre medianos y pequeños burócratas.
Tampoco es una investigación periodística que llegue una cinta grabada de una conversación telefónica. Pero si algo creían haber construido en estos años en la CDHEM, lo han echado por el hoyo que lleva al caño que conduce, normalmente, a cloacas o a las barrancas que sobran en nuestra tierra. Cerraría el maestro Renato Leduc entrecortando su soneto “Tiempo y destiempo” que el pueblo-pueblo conoció no a través de la letra en un libro, pero sí en un disco que a todos nos hacía sentir cultos: “Ay, cuanto tiempo perdí./ ¡Ay, cuanto tiempo..!/la dicha inicua, de perder el tiempo”.