Ambos temas abarcan a una gran cantidad de personas que ven en la religión y en el deporte identificación, guía, encauzamiento, disciplina, forma de vida; otros, porque así es, observan oportunidad de negocio, engrosamiento de sus seguidores y negocios secundarios.
Los medios de comunicación serán factor fundamental para penetrar en las conciencias con estos dos temas; veremos imágenes del rostro de Joseph Ratzingrer, por supuesto de las históricas visitas de Juan Pablo II, se dará seguimiento puntual a la definición de la agenda y una vez conocida, los detalles de la logística. Nuestro pueblo, mayormente católico, deseará saber dónde, cuándo, en qué instante, podrá estar cerca del jerarca católico; los privilegiados de siempre lograrán saludarle, algunos más escucharle en viva voz, muchos aprovecharán su paso por las calles de la ciudades que decida visitar y el resto que así lo desee, atento por radio, televisión y ahora por internet.
Para el caso de los Juegos Olímpicos, tras la buena organización de las Panamericanos en Guadalajara y el desempeño satisfactorio de nuestros atletas, está en el ánimo nacional el que México demuestre su capacidad para ser anfitrión de la justa deportiva más importante del mundo. Ser sede del encuentro de los deportistas que entregan sus vidas por lograr el triunfo, subir al podio, ganar medallas, ver ondear sus banderas y escuchar su himno nacional, tiene consigo un gran impacto a favor del país anfitrión.
Por supuesto que ninguno de estos acontecimientos erradicará los males que atormentan a nuestro país, pero insistimos, son bálsamos para la autoridad y un pretexto social para alejarse de la rutina violenta, insegura y triste por la que cruzamos la mayoría.
No se esconde la intención de la visita religioso-política. El Presidente Calderón fue claro cuando invitó personalmente a Ratzinger: 'Estamos sufriendo por la violencia. Ellos lo necesitan más que nunca, estamos sufriendo. Lo estaremos esperando'.
El fondo es claro. Al no ser una cuestión de fe la eliminación de la violencia, la visita papal y la invitación presidencial sólo pueden entenderse como un distractor de alto nivel; la figura religiosa, el gran recuerdo de Karol Wojtyla, la fe misma, la necesidad de creencia, son elementos que a un sector muy amplio mantendrá ocupado.
El asunto de los Juegos Olímpicos, por no ser una decisión de corto plazo, al tener que cumplirse términos marcados por el Comité Internacional, será de mediano impacto pero ocupará a muchos interesados en sumarse al proyecto. La misma solicitud formal pondrá a trabajar a muchos que verán cuantiosas ganancias, a otros que aunque secundarios, podrán obtener beneficios. Pero sin lugar a dudas, el manejo informativo será despertador de esperanzas y motivador de buena vibra.
De consolidarse cualquiera de los dos anuncios, reposicionará a México en el mundo; las alertas para no visitar nuestro país por parte de los gobiernos francés y australiano, seguramente serán retiradas. El Papa en México, en medio de esta crisis, daría confianza y buena imagen.
Con la solicitud para ser sede de los Juegos Olímpicos se despertaría una actitud nacionalista y de esperanza. Sin lugar a dudas se extendería la grata sensacion de los Panamericanos.
Pero ojo; ni el Papa ni ser sede Olímpica alejarán a nuestro país de la cruda realidad; el bálsamo se absorberá y las cosas regresarán a su estado de origen. Cuidado entonces en el cómo se manejen ambos temas, que no nos darán paz aunque la sintamos al ver al Benedicto XVII, ni nos dará salud permanente aunque imitemos y sigamos a los grandes deportistas del mundo.