Por ser una enfermedad mental con manifestaciones cognitivas, físicas, emocionales y conductuales, los trastornos se convierten en crónicos y resistentes a los medicamentos y, por consiguiente, los logros de su tratamiento no son tan significativos.
Las consecuencias de este mal, en las personas adultas mayores son de alto impacto, ya que las personas tienden a caer en el aislamiento y, por lo tanto, a deteriorarse con mayor rapidez, tanto física como emocionalmente.
La falta de motivación causada por estados depresivos suele disminuir la adherencia terapéutica del paciente a los medicamentos, lo que incrementa el riesgo de muerte.
La depresión constituye el trastorno afectivo más frecuente dentro de la psicopatología geriátrica, pues la mayoría de los casos no son diagnosticados por su presentación atípica y porque se cree falsamente que forma parte normal del envejecimiento.
En ocasiones se trata sólo de tristeza o sentimientos de soledad que no llegan a conformar un cuadro depresivo porque no cumple con los criterios: mínimo dos semanas, al menos tres síntomas y de una gravedad que afecte la funcionalidad en la vida diaria.
Los síntomas de la depresión tienen manifestaciones cognitivas, como disminución de la atención, concentración y lentitud de pensamiento; y emocionales como baja autoestima, ansiedad, sentimientos de soledad, de inferioridad, de culpa y fantasías de muerte.
Además, conductuales como irritabilidad negativa a la ingesta o sobre ingesta, problemas en el sueño, aislamiento y agresividad hacia el otro y uno mismo; y físicas, como fatiga, llanto fácil, falta de energía, apatía y aletargamiento.
Existen cuatro tipos de depresión, de los cuales la distimia es el trastorno más común en la tercera edad y se caracteriza por manifestaciones no tan severas, pero crónicas (que duran varios años o de manera indefinida), con independencia de las situaciones que sucedan a su alrededor.
Su tratamiento depende de la gravedad, por ello se centra en la parte psicológica con intervenciones grupales, pues a estos pacientes les es más difícil adaptarse a los cambios que tienen que enfrentar en el envejecimiento, pero con apoyo terapéutico para fortalecer su autoestima.
Muchas personas comienzan a deprimirse por el aspecto exterior: las canas, la calvicie, las arrugas, el andar encorvado, la disminución de la estatura, pero debemos pensar que estas manifestaciones no son exclusivas de los viejos, ya que todos conocemos jóvenes con algunas de ellas, y por el contrario, vemos ancianos erguidos e incluso sin arrugas, con la sonrisa jovial en la mirada y en los labios, colmados de intereses y con actitudes positivas y alegres, dándonos con ello grandes ejemplos.
Hemos mencionado, que si nos ponemos a pensar desde cuando puede comenzar la senilidad, podríamos hablar que desde los veinte y cinco años, pues comienzan grandes cambios bioquímicos en el organismo, comenzamos a perder agua, comenzamos a descalcificarnos, con osteoporosis en algunas personas que, al final, terminan con la famosa fractura del fémur en los ancianos. Los órganos sufren naturalmente las consecuencias del envejecimiento de los tejidos, los cuales pierden fuerza, presentan menor rendimiento, con insuficiencia cardíaca o respiratoria, con fatigas y atrofias diversas, y comprendemos que todo esto es claramente la vejez física; sin embargo, todo esto también va haciéndonos comprender el paso de los años, cuya riqueza interior nos irá llenando el alma, pues mucho de lo que nos va sucediendo, hace que nos encerremos en nosotros mismos, lo cual es una parte de la vida, pero no en su totalidad.
Por eso, la socialización es una parte muy, pero muy importante en esta etapa de la vida, no debemos aislarnos, al contrario, debemos salir con nuestra pareja, nuestros amigos, compartir una salida al cine, una salida al club de día a tomar clases de taichí, de yoga, de baile, a jugar un partido de dominó, una lotería, etcétera.
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¡Felices Pascuas!