Experto en seguridad o cuando menos sus exigencias públicas y mediáticas lo hacían ver como tal, Graco cuenta con elementos a favor que ninguno de sus antecesores ni sus adversarios actuales: las Fuerzas Armadas. Si bien el futuro presidente del país seguramente valora su presencia en las calles, en el caso específico de Morelos la geografía no es tan complicada como para que no se intenten, cuando menos, llegar a los primeros 18 meses con buenos resultados. Ese el plazo que se impuso Graco para dar resultados en contra de la delincuencia organizada. ¿Es mucho tiempo? Quizá sea poco o el suficiente, ya lo veremos.
Aunque no lo queramos (y el columnista se va al archivo y lo anotaba como posibilidad desde hace 28 años porque es cuando nos “cae el veinte” las tareas de personajes que luego serían míticos del mal, como Rafael Aguilar Guajardo y José Antonio Zorrilla Pérez) el modelo colombiano se ha asentado en algunos puntos en México. Ya son alrededor de 20 años que los barones de la droga en el país sudamericano generaron terror entre la población: asesinatos de políticos, de jueces y ministros, de periodistas, atentados en edificios públicos, en medios de comunicación. Y aquí lo veíamos lejano, como que desde el propio gobierno se generaban equilibrios. Siempre ha habido droga en las calles pero como hoy nunca. Siempre han existido los cárteles, pero desordenados como en Morelos, jamás. Incluso no es necesario apuntarlo tan directo, pero antes de la muerte a Arturo Beltrán Leyva, se percibía un ambiente especial, pero nunca de temor galopante como sucedió tras ese 16 de diciembre del 2009. Hoy mismo, en este instante, entre parte de la clase política el tema genera escozor y temores, más allá de lo que imaginemos.
De todo eso Graco ha estado enterado siempre, no con partes informativos desde Morelos, él tiene a dónde acudir en oficinas importantes de la Ciudad de México. Pero en aquellos momentos lo hacía para estar bien informado, en su condición de senador, de diputado federal, de dirigente de un partido de oposición. Y seguramente lo usaba cuando podía, cuando quería o simplemente lo guardaba. Hoy cambian las condiciones: es el inminente gobernador del Estado, atrás la risa perdonando a los demás o el gesto de “luego nos vemos”. Ya no puede ni lo dejaría la sociedad morelense.
Fíjense, estimados lectores: Graco se convierte en la esperanza de la recomposición de Morelos. Cada que llega un gobierno y su banda de funcionarios, se prende por ahí alguna lucecita de que las cosas cambien. Esta vez, la posición del ciudadano común es que llega al cargo un auténtico luchador social, alguien que encabezaba marchas contra la inseguridad del gobierno de Jorge Carrillo Olea, un político que se paraba frente en los espacios públicos y denunciaba que los principales jefes policiacos de Sergio Estrada Cajigal Ramírez eran protectores de los narcotraficantes, y finalmente así fue, “las fuentes” de Graco no fallaron. Ese es el Graco que tiene la imaginaria popular, la general. No el Graco del buen discurso –que lo tiene— el de la conciliación ni el de la armonía. Muchos creen que ha llegado a Morelos a gobernar un guerrero y que eso se necesitaba.
En una palabra: ha generado demasiadas expectativas, lo sabe y le inquieta no cumplir con ellas. Como ser humano, Graco Ramírez conoce sus alcances, en el terreno político ha sido extraordinario desde la acera de enfrente calificando normalmente mal a los gobernantes. Hoy está en el balcón, desde donde pueden aventarle rosas rojas o costales de espinas con improperios.
En lo que grupos, grupitos, grupúsculos, tribus o como gusten denominar, hablan de su cercanía con el gobernador electo, ya se hacen dentro de un gabinete, la preocupación de un político con formación no es de cuántos colaboradores se armará, ni a cuántos amigos beneficiará. No, la mirada de Graco en los últimos actos públicos enseñan que comienza a conocer el monstruo en sus entrañas, que el asunto no es simple, que la comodidad –con sus riesgos graves, cierto— de la protesta desde la calle o desde la tribuna, es opuesta a ser el receptor de razones, sinrazones, mentadas y pocos, muy pocos halagos. Siempre la ambición por el poder, cada vez es menos atractivo asumirlo.
Casos sobran, políticos que hacen pasar su vida para gobernar su estado o como el caso de Graco, el lugar que determinó para siempre vivir, pero en las condiciones actuales las cosas cambian. Esperamos al mejor Graco gobernador, que llegue el que haga lo que deba y no lo que le mal digan; que aparezca el líder a la cabeza de la mejor vida para los morelenses. El plazo de los 18 meses tuvo que decirlo al peso de sus razones y fortalezas. El no ver resultados en seis o 12 meses, pueden marcar su mandato. Y si al año y medio, nada, también la calificación de que es uno más… no el esperado.