Los que han vivido eventos dolorosos recientes le duele seguramente más y la asimilación es otra, algunos generan recuerdos siempre encima del tamaño de su pariente difunto o de cosas chuscas. Son puntos de encuentro con un manejo excesivo del respeto. Es como estar en un velorio sin cuerpo presente o en una tertulia musical o gastronómica con un “pegue” alcoholero por en medio, un cigarrillo que dé sabor a la conversación, y el artista armado al vapor tocando “Que me lleve la tristeza” del gran Marcial Alejandro en una de las esquinas, rodeado siempre de las destempladas primeras, segundas u octavas voces y cualquier botella de plástico y un palo hacen el güiro o la madera o un bote la percusión. El asunto es no estar solos y además del pretexto del recuerdo de los muertos, sentirse vivos, ponerse bien. Son fechas extraordinarias: el regreso de los nuestros, los que se han ido físicamente y es un hecho por si no nos encontramos –si es que existe el infierno y el cielo o los puntos intermedios—vamos a caer esparcidos en una caja de madera y a merced de la madre tierra o en alguna barranca de nacencia o los que han hecho de esta acción fúnebre su último paseo y que sus cenizas se esparzan en el océano, aunque apenas lo hayan conocido y vivan a cientos o miles de kilómetros de ahí. Bueno, por qué no.
Este día lo teníamos en agenda para dar pormenores de una gran ofrenda que colocarían centenares de personas, familias, con hojas que no necesitan tinta roja para estar teñidos en sus frentes y respaldos, medios y hasta en la mente sanguinolenta y supurada de sus avariciosos autores, con sus obligados olores fétidos y visiones purpuradas. Un gran collage hecho por familiares de víctimas que a la caída del primero son múltiplemente agredidos sus seres queridos, con el estruendo rugir de la infamia en megáfono o micrófono que vocea en colonias, esquinas y cruceros al destazado, al suicidado, al cosido a puñaladas o al que tuvo un accidente de tránsito y lo arregló, y que desde su casa o trabajo se ve a los dos días fotografiado como un delincuente más. Determinaron un organismo ya aglutinado, con personalidad jurídica y presencia social, para no ofender la importante fecha de duelo familiar, para hacer una protesta pública y la exhibición del abuso de un solo organismo de medios, porque en lo general, la prensa de Morelos respeta y exige igual trato, pero está al servicio de la gente, de toda la gente, no lo pregona como tal y los agrede durante días, largos y dolorosos días, semanas, meses, luego de sepultar a su muerto. Nunca terminan de sepultarlo con el comentario mordaz o inoportuno de gente que no tiene más que leer, seguro hasta que les toca ser protagonistas de portadas o interiores propias o de allegados.
Un tema tan sensible es, como la hermosa y movida canción—himno venezolano “Caballo viejo”, que no tiene horario ni fecha en el calendario. Ya será.
Los días de muertos, tradición pura de los mexicanos, ha decaído un tanto, incluso varios medios dejaron de hacer creaciones entre mágicas y cómicas de los actores principales en sus versos en calaveras. Y secciones que aparecen cada año, carecen de la calidad de antaño. Había esencia, seguramente el terror de los grandes homicidios ocurridos en Morelos, nos han obligado a ver a la muerte de otra manera, distinta. Los panteones se llenan, con gente convencida que lleva cubetas y agua, riega plantas, acomoda flores. Sabemos que la mayoría acude porque es parte de la herencia por generaciones, otros para cubrir un tanto la ausencia de visitas al ser siempre extrañado y no faltan aquellos que se confunden con los demás, hombres públicos, para que no falte el que transmita que lo encontró en tal cementerio, rezaba, hincado y luego arreglaba la tumba, dejaba bellas flores y se alejaba cabizbajo, normalmente solo o con su chofer. Actuación pura, hay de todo, claro.
Un cierre respetuoso para estos días y que cada quien recordemos a nuestros querIDOS –no es error tipográfico, así va—es vacilando o entristeciéndonos y qué mejor que la música, que a través de los tiempos nunca deja de generar talentos que le cantan a la muerte de diversas maneras, todas ellas con plena identificación popular. Veamos:
José Alfredo Jiménez:
“Llegó la muerte luciendo, mil llamativos colores/ ¿en qué quedamos pelona?: Me llevas o no me llevas/ No le temo a la muerte/ más le temo a la vida”.
Sergio Esquivel:
“A dónde van, los amigos que se van/ cuando se quedan dormidos, a dónde van/ qué les harán, cuánto tiempo pasará/ para volvernos a encontrar”
Alberto Cortez:
“Nos dejó el espacio como testamento/ lleno de nostalgia, lleno de pasión/ libre como el viento, era nuestro perro/ nuestro y de la calle que lo vio nacer/ se bebió de golpe, todas las estrellas/ se quedó dormido… y ya no despertó”.
David Haro:
“Nos entendemos bien/ me llevas a tu antojo, a donde quiero ir/ sabes que soy igual, que me deleita el vino y tu vestido azul/ la noche de la muerte/ en paz quiero que llegue… a mí”
Hoy, mañana, pasado y lo que venga, que todos estemos bien.