Después de unos excelentes días de descanso y de recuerdo de nuestros seres queridos que ya murieron, volvemos a la realidad del trabajo cotidiano. La vida sigue aunque la muerte, siempre paciente, nos espere como destino ineludible. No sabemos cuándo ni cómo, pero es seguro que estaremos en su guarida, tarde que temprano. ¡Así es la vida y su inseparable compañera, la muerte! Pero en el inicio de una y el tránsito hacia la otra, está a nuestra disposición el saber, el conocimiento, la ciencia y la cultura. Y la vida es más o menos rica, o más o menos pobre, según lo que podamos obtener de estos elementos. En ese sentido, la riqueza no se mide únicamente por la capacidad de acumular dinero, sino por la de disfrutar el conocimiento y la cultura en general. Pero para ello es indispensable que dichos elementos estén al alcance de todos y dependiendo de las capacidades naturales de cada uno, podremos enriquecernos con ellos. Al mismo tiempo, en un largo y constante proceso dialéctico, la ciencia y la cultura seguirán su desarrollo, sin detenerse, en un ambiente propicio y sustentable.
La vida en sí misma tiene su propia fuerza y energía, que nos impulsa a los seres vivos a seguir viviendo sin saber por qué, ni para qué. ¡Así es la vida, no necesita razones! La vida está antes que el pensamiento y que las razones para seguir viviendo. Lo que llamamos “la razón de vivir” es un proceso de elaboración posterior a la pulsión de vida. Cuando nacimos, no pensábamos en vivir o morir, simplemente vivimos. Pero traíamos una pulsión silenciosa con nuestro nacimiento, que era la pulsión de muerte. Ante los dos imperativos, el de la vida y el de la muerte, el ser humano ha ido elaborando importantes instrumentos que han permitido ganar tiempo a favor de la prolongación de la vida y al mismo tiempo en ese permanecer vivos, se han construido una gran cantidad de expresiones culturales que le dan colorido al hecho de existir, más allá de lo biológico. El desarrollo de la ciencia nos ha ayudado a prolongar la vida. Siempre quizá con la esperanza de superar a la muerte, como dijera alguna vez Ernst Bloch en su libro El principio esperanza. Pero además, la ciencia es una indiscutible gran aliada para la vida.
En casi todas sus manifestaciones ha logrado que los seres vivos estemos con una mejora constante desde el punto de vista médico y también psicológico, a pesar de que aún persisten una gran cantidad de afecciones mentales y su solución está lejos de encontrarse. En el libro El viaje a la felicidad. La nuevas claves científicas, Eduardo Punset nos dice: “La revolución científica ha desatado el cambio más importante de toda la historia de la evolución: la triplificación de la prolongación de la esperanza de vida en los países desarrollados en menos de doscientos años”. Y sigue Punset: “Súbitamente, la especie humana, las mujeres y los hombres --más las mujeres--, disponen de cuarenta años adicionales de vida después de haber cumplido con las tareas reproductoras. Nunca había ocurrido nada parecido en ninguna especie; y mucho menos en tan poco tiempo.”, “… Los últimos experimentos realizados en los laboratorios apuntan a una esperanza de vida de hasta cuatrocientos años”. Esto es sólo un aspecto, por supuesto muy importante, del matrimonio indisoluble entre la ciencia y la vida.
La expresión de la cultura nos ha llevado a disfrutar de mil maneras la vida y también a construir un mundo más rico, diversificado y universal. La cultura nos ha ayudado, ante el hecho insólito de la muerte, a relacionarnos con ella de manera que ésta no sea un finiquito, sino la extensión de una mejor vida en el más allá; o en la posibilidad mágica de un retorno de los muertos o de una eterna presencia de los mismos. El instrumento favorito de los seres humanos para hacer frente a la pérdida dolorosa e irremediable del ser querido, es el ritual. Si bien, como lo dicen numerosos investigadores, entre ellos el etólogo Konrad Lorenz, en su libro, La agresión, el pretendido mal, el ritual es uno de los comportamientos que compartimos con los animales, lo cierto es que en los humanos, más que un producto instintivo, biológico, es una creación cultural, más elaborado y adaptable a los cambios sociales e ideológicos. En fin, esto es algo de lo que la ciencia y la cultura son capaces de proporcionar al entendimiento de la vida y la muerte, y con ello hacer más llevadera la existencia de los hombres y las mujeres de este planeta. Es tanta su importancia, que de ninguna manera deben ser despreciadas por los gobiernos y sus pueblos, que quieren un país mejor. ¡No hay que olvidarlo nunca! ¡Hasta la próxima! Twitter: @Bilbao_pieldura E-mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.