Tlaquiltenango.- De la casa de José Miguel Campos Rodríguez sólo quedan escombros. No perdió a ninguno de sus familiares, pero literalmente se ha quedado en la calle.
José Miguel no pasa de treinta años, es un muchacho delgado, moreno, bajo de estatura.
Tiene la mirada perdida en el vacío y en el escombro donde hasta antes de las 13:00 horas del 19 de septiembre habitaba: calle Lerdo de Tejada, a unos pasos de la calle Galeana.
Su esposa está sentada en la banqueta, silenciosa; sus tres hijos y dos perros andan cerca, despreocupados.
Relata que el 19 de septiembre se dirigía al centro de Jojutla a instalar un riel en una casa de tres pisos, cerca de la cabeza de Juárez, ya que es empleado en una carpintería.
Iba caminando a unas cuadras de la presidencia municipal de Jojutla, cuando comenzó a sentir el temblor: las calles se movían, las ventanas tronaban, los muros caían y había gritos de terror.
Cuenta que su patrón le dijo que había un hombre al que se le había caído encima el muro de su casa y los dos corrieron a ayudarlo, pero no podían solos, así que se dirigió a la presidencia municipal que estaba a unas cuadras:
“En la explanada estaba todo lleno de personas tiradas, entonces dije no, no va a haber quién me pueda apoyar y regresé a mover escombros para sacar al señor. Cuando regresé ya había más gente. Lo sacamos entre todos, lo paramos y lo acostamos en el piso, y entonces dije ahora sí: ¡Mi familia! Yo imaginé que, así como yo estaba apoyando a las personas, alguien estaría ayudando a mi familia, entonces dije: No voy a perder la calma”.
Una vez que ayudó a rescatar al hombre, se dirigió a ver a su familia en la colonia Manzanares; ahí le informaron que familia está bien. Sabiendo que su esposa y sus hijos estaban bien se dirigió a ver a su madre, que se encontraba bien y luego se dirigió a su domicilio, en la calle Lerdo de Tejada de Tlaquiltenango.
“Cuando llegué vi a mi padre, con una pala, retirando escombros de lo que era mi casa. Lo abracé, porque era el único que me iba a dar fortaleza y lloramos los dos”.
José Miguel relata que enseguida comenzó a evaluar los daños: Todo estaba destruido. Sus cosas rotas, sus láminas, su bicicleta inservible. Entonces pensó para sí que “por lo menos su familia está bien”. Luego salió a buscar ayuda para que pudieran tirar las paredes que amenazaban con caerse, y de regreso, como las 4:30 de la tarde, se encontró a su joven compañera:
“Cuando vi a mi esposa me preguntó: ‘¿Cómo está la casa?’. Y yo le respondí: ‘Ya no hay casa. La casa se cayó completamente’”.
Regresaron juntos a lo que era su hogar, y mientras atravesaban la ciudad devastada fueron viendo sangre y llanto por las calles:
“Fue algo que nunca me imaginé que yo podría llegar a ver, desde Jojutla, ver tanto heridos, tanta gente gritando, llorando, tantos niños y adolescentes que no sabían para dónde ir. Gente a la que le decían tu casa se cayó. Era algo impactante, de película”.
José Miguel dice que hasta la noche pudo ver y abrazar a sus dos niños y a su niña:
“Creo que para ellos no fue tan aterrador porque estaban con su mamá y ella les daba fortaleza, que mal que yo no estuve porque yo no les pude dar fortaleza a mis hijos, pero estaba el papá de mi esposa, mi concuño, y los niños”.
Esta familia de Tlaquiltenango está pernoctando en un albergue instalado en un salón de fiestas, a unas cuadras de donde se destruyó su casa, la cual habitaban desde hace seis años.
“Nos están dando lo que necesitamos, pero no he pensado qué va a pasar después. La casa donde iba yo a instalar el riel se cayó y una muchacha murió allí, esperando que nosotros llegáramos a colocar el riel, de eso me enteré”, concluye.
Sus hijos y sus perros juegan entre los escombros, en la habitación que les daba un lugar seguro y que ahora está hecho pedazos.
-Imagen: La Unión de Morelos.-