La experiencia de las trece elecciones recientes y lo que empieza a suceder con la selección de candidatos para el 2011 nos deja ver que a pesar de la alternancia y de las distintas instituciones creadas para garantizar la equidad en los procesos electorales, el avance no solo ha sido muy pobre, sino es lamentable.
En las trece elecciones vimos romper filas a muchos miembros de los partidos, en parte porque al quitar el factor ideológico del escenario sirvió para fomentar el oportunismo, que fue lo que caracterizó a la creación de candidaturas. Al estructurar las coaliciones solamente se tomaron en cuenta las posiciones de las dirigencias de los partidos, no se consultó a la militancia sino que fue un acto de autoridad de los líderes de estas organizaciones y del grupo que propició las coaliciones. Lo peor fue que al decidir sobre las alianzas también decidieron quien sería el candidato. La democracia pasó a segundo término, privó el pragmatismo y como ya se había dicho el oportunismo.
Del lado del PRI fue esencialmente lo mismo. La Dirección Nacional llamo a ex-gobernadores y a prominentes príistas y entre ellos decidieron quien sería el candidato. La decisión salió del centro y en los estados solamente se siguió la liturgia política, la parte ceremonial de la cargada de los sectores y los delegados que consumaban lo que se había decidido “arriba”. A los perdedores les dieron un premio de consolación: “A ti te tocan tantas diputaciones, tantas direcciones y tantas alcaldías”. Es decir, si no hubo democracia para la designación del candidato a gobernador, menos aún para presidencias municipales o legislaturas locales. Esto es en el más puro estilo de la imposición establecida, sin ningún escrúpulo, atrás quedó ya la llamada “apertura democrática”. Lo que recientemente se consumó fue la elección de los candidatos por métodos arcaicos. De una manera u otra todos los partidos, el PRI y los coaligados buscan una selección por lo que alguna vez se llamó una “junta de notables”.
La realidad es que propicia una selección por el criterio de caciques. De esta manera no solo no cambiará el país sino que se irá deteriorando cada vez más, mientras el criterio caciquil prevalezca para las entidades, que ahora tienen mayor poder que en el pasado cuando había una fuerza central que los frenaba. Lo peor es que los partidos coaligados han utilizados los mismos procedimientos. No importa que ideología representa o que plan de gobierno propone, eso pasó a ser secundario, lo que importa es quien puede ganar. En los partidos existe la certeza de que el PRI puede ganar todo y los partidos aliados pudieran representar una posibilidad de victoria. Es decir la política de estos partidos es todos contra el PRI. Este criterio impide cualquier evolución política. Es sintomático que ya sea con un partido o con otro son las mismas caras y los mismos apoyos que vemos desde hace tantos años. No en balde los jóvenes se alejan de la política, lo que es peor no acuden a votar, no por falta de civismo, sino porque no se les ofrecen ninguna alternativa.
Se está viendo el efecto de la falta de consistencia en los partidos políticos, pareciera que las tendencia generalizada es si alguien no consigue la candidatura en un partido, lo práctico es correr a otros partidos y ofrecer sus servicios. Eso lo vimos en las coaliciones en las pasadas elecciones ahora se repite el fenómeno. Esta parece ser la tendencia más popular de la clase política. Las razón es que los partidos, con el monopolio de las candidaturas que les da la Constitución, ya dejaron de ser lo que rimbombantemente se autodenominaron “institutos políticos”, para convertirse en agencias de colocaciones, mucho más cínicamente que en el pasado.
Lo que se está viviendo es la pérdida de credibilidad de los partidos y de la política en general. Cuando se rompen las barreras de la ideología y de la decencia política se llega al punto de hacerse obsoleto el sistema de partidos. Les pasa los mismo que a Mexicana de Aviación: están en quiebra, pero no se han dado cuenta.