Dentro del óvalo de madera de 250 metros, enfundada en un traje color negro con vivos en amarillo, la famosa “Popis” cumplió los dos primeros giros en 13.47, para cerrar con todo en la última vuelta en medio de aplausos del público presente que atestiguó la hazaña.
Tras bajarse de su inseparable compañera de aventuras, Carmen Muñiz externó la misma emoción que la primera vez que ganó un reconocimiento en sus inicios allá cuando tenía doce años, “todos tienen el mismo significado para mí, no hay uno más importante que el otro, pues a mi edad puedo decir que he ganado batallas más dolorosas pero sigo adelante con mi carrera”.
Señaló con su clásico sentido del humor, “a mí los reconocimiento me hacen muy feliz. No sé si me los merezca, significan parte de mi vida, mi vida es la gente del ciclismo, si hago un esfuerzo y me lo reconocen, pues me emocionan”
La ciclista añadió “soy una muestra de que cuando se quiere se puede, a mis
72 años, peso 55 kilos, el deporte me ayuda a conservarme, pero no me consideró ser un ejemplo para nadie. El ciclismo se ha convertido en mi vida, y
si volviera a nacer volvería a ser ciclista”.
“He aprendido muchas cosas, no solamente del ciclismo, de la propia vida al sobrevivir a un cáncer, y me tuvieron que extirpar una mama”, recordó la pedalista que al igual que Lance Armstrong ganó esa difícil batalla. “Creí que no me recuperaría, pero mis amigos, la gente del ciclismo me ayudó a salir adelante y sobreviví”.
Pero la historia de la “Popis” ante la adversidad no termina ahí, ya que también vivió una de las experiencias más desgarradoras como madre de familia. “Perdí hace dos años a mi hijo, y ahí creí que sí ya no iba a poder seguir, y sin embargo, siento que ahora él desde el cielo me guía, por que aún recuerdo cómo èl me decía que se sentía orgulloso de mí”.
En todo este andar por las pistas del país, Muñiz, la amazona del ciclismo mexicano ha contado con un compañero inseparable: Enrique Romero. El es su publirrelacionista, su promotor, el cronista, el hombre de la cámara y la pluma que registra una historia como ninguna otra, en la que la gran mujer figura al lado de un gran hombre, como ejemplo inseparable.