En estos casos de violencia que en principio parecieran no tener vínculo alguno con el crimen organizado, cuyo modo de operación es diferente, las autoridades estatales deben sacarlo delante de inmediato, porque el tiempo –lo sabemos en carne propia y conforme pasa el tiempo los palos de ciego son cada vez más evidentes, se dedican a adivinar--, en el entorno de una ciudad que ha crecido, los movimientos inmediatos de las policías es vital.
Ha sido una acción dolosa, cruel, que lastima a una familia morelense tradicional y de manera doble. Por ello, la solidaridad plena a los Sánchez Cortés porque son acciones donde la conmoción dura tiempo, a veces meses o años, y no existe digestión emocional para estos asuntos. Una familia de profesores, crecidos en la cultura del esfuerzo y que más allá de la actividad política de Maricela, son gente que tiene muchos amigos en Morelos. Un abrazo más fuerte.
Claro que incomoda…
Un lector asiduo, amigo de siempre, crecido en las calles hermosas del centro de Cuernavaca, Arturo Salgado Porcayo, es un lector acucioso de la prensa local y nacional, además recurre frecuentemente al internet para estar mejor informado. Nos hace llegar lo que escribe el novelista, escritor y periodista campechano Héctor Aguilar Camín, recientemente en su colaboración de Milenio y comenta que es una especie de símil con acciones que se dan en Morelos entre un medio en particular y algunos políticos, además de gente que nada tiene que ver ni con una ni con otra actividad, pero los han pasado a joder.
El columnista cree que es motivo de análisis lo que escribe Aguilar Camín y que nos podemos poner, los que estamos en este medio, ya sea el saco, la gabardina o el traje completo. Aquí está:
La prensa: grandeza y miseria
Día con Día: Héctor Aguilar Camín
Los medios han jugado un papel clave en el ambiente de libertad, crítica y pasión por la transición democrática mexicana. Son, a la vez, una de sus asignaturas pendientes.
La mexicana es una prensa que honra el compromiso de su libertad, ejerciéndola sin cortapisa, aun al precio del escándalo. Es también una prensa que defrauda a menudo las normas de veracidad y rigor que son su fundamento ético, su sentido profesional.
Todos los días una legión de reporteros, comentaristas, columnistas, conductores y locutores cumple la tarea esencial de su oficio: informar, criticar, exigir, airear la vida pública, dar voz a quien no la tiene, acotar el poder. Junto a ellos, todos los días, otra legión produce noticias falsas, ataca la fama pública de alguien, acusa sin fundamento, condena sin pruebas, descalifica, inventa, se hace eco de rumores escandalosos o incurre en lo que la ley tipifica como calumnia, difamación y daño moral. Conviven en el mismo espacio público, a veces en el mismo periódico o en el mismo medio electrónico, el profesional y el extorsionador, el rigor y el abuso, la responsabilidad y la impunidad.
La libertad de informar y opinar, ejercida sin miedo, con furor, aun con altanería, le ha ganado a esta prensa credibilidad y lectores. Le ha dado fuerza y prestigio. Pero sus éxitos legítimos y su credibilidad bien ganada la absuelven a menudo de exhibir las cartas credenciales de su oficio. ¿Cuántas de las revelaciones con que la prensa mexicana ha sacudido a la opinión pública podrían resistir el visto bueno del más modesto maestro de periodismo, la prueba de las más sencillas normas de la profesión informativa como, por ejemplo, acreditar sus fuentes?
En una transición democrática como la que ha vivido México, muchos medios de información venían cargando la culpa de su silencio previo. No había una tradición que acreditara su compromiso con la libertad de prensa. Necesitaban lavarse la cara y ganar audiencia para sobrevivir. Fueron deslenguados y escandalosos para ser creíbles y competitivos. Ejercieron sus nuevas libertades desmesuradamente. Algunos llegaron a actuar como los únicos ciudadanos libres de toda sospecha. Se asumieron como repentinos depositarios de la buena conciencia en la crisis general de mala conciencia que es toda transición democrática.
Desde entonces la prensa es un poder sin contrapesos en un espacio público donde prácticamente no ha quedado poder sin equilibrio. Los poderes públicos están como nunca antes acotados por una opinión sensible y una libertad de prensa ejercida sin cortapisas. Pero nada acota a la prensa en tanto poder público. Sus excesos no tienen sanción. Las leyes que deberían contener tales excesos se ven lejanos.