La Ciudad de México está experimentando una inusual primavera en pleno invierno, ya que las jacarandas, famosas por teñir de lila la ciudad en marzo, han comenzado a florecer en enero.
Este fenómeno ha dejado atónitos a los capitalinos, quienes compartieron en redes sociales la fotografía de una flor de jacaranda que asomaba en una acera, generando una mezcla de sorpresa y admiración.
El invierno cálido que envuelve a la capital mexicana es señalado como el responsable de este florecimiento temprano. Las temperaturas inusualmente suaves han impulsado el proceso de floración de estos árboles, originarios de Sudamérica y traídos a México por el jardinero japonés Tatsugoro Matsumoto.
Según Leonardo Alejandro Beltrán Rodríguez, experto del Jardín Botánico del Instituto de Biología de la UNAM, las horas de luz características de la primavera son el detonante para el desarrollo de la jacaranda, marcando el inicio de su proceso de floración, crucial para su ciclo de vida.
Este fenómeno no es exclusivo de la Ciudad de México; investigadores de Asia, Europa y América del Norte han registrado floraciones tempranas en las últimas décadas, considerándolas como indicadores de inviernos más suaves relacionados con el calentamiento global.
La Organización Meteorológica Mundial (OMM) confirmó que 2023 fue el año más cálido registrado, con un aumento de aproximadamente 1.5°C por encima de los niveles preindustriales. Las proyecciones para 2024 indican que esta tendencia continuará, impulsada por el fenómeno del Niño y el cambio climático.
El cambio climático, evidenciado por el aumento de la concentración de CO₂, impacta no solo en la fenología de las plantas sino también en la producción de néctar y aminoácidos. Investigaciones anteriores de la Universidad de Nuevo León alertaban sobre los efectos de los incrementos de temperatura en los datos fenológicos.
La floración temprana de las jacarandas no solo afecta su ciclo vital, sino que también perturba los ecosistemas al modificar las interacciones entre plantas y polinizadores.
Las consecuencias ecológicas se hacen evidentes, ya que las flores que brotan prematuramente pueden no coincidir con los períodos de actividad de colibríes o abejas, lo que resulta en la pérdida de néctar y fertilización.
Morgan Tingley, ornitólogo de la Universidad de California, advierte que las primaveras tempranas, lejos de ser la excepción, se están convirtiendo en la regla con el cambio climático. Esto podría tener impactos negativos significativos en los ecosistemas, afectando la polinización y reduciendo la producción de semillas y frutos.
Además, la floración anticipada implica una liberación temprana de polen, prolongando las molestias para aquellos que padecen alergias estacionales. Así, el inusual florecimiento de las jacarandas en enero no solo es un espectáculo visual, sino también un indicador tangible de los desafíos ambientales que enfrenta la ciudad y el planeta en su conjunto.