¿De quién es la canción? Quién sabe, pero la Carmela la cantaba con el corazón; brotaba el llanto e invadía el lugar. Auténtica, tozuda, necia, sensible, generosa, lapidaria, enamoradiza, aferrada a lo que quería y lo conseguía. Quiso ser enfermera “para curar a sus hermanos cuando lo necesitaran”. Y se tituló en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Hizo su servicio, no ejerció profesionalmente pero le sobró ocupación en la familia. Ya el Tatis, ya el Piteco, ya Borrego, ya Juan, ya Javier, ya la Geli, ya la jefa. Su maestro es el súper doctor –San-- Juan Manuel Zurita Gatica, el mejor cirujano que tiene Morelos en sus últimos tiempos, controvertido porque es diferente en su trato con sus colegas de profesión, casi un ermitaño, dedicado a honrar a Hipócrates como pocos y hermano solidario como nadie. De ahí el cariño y el respeto de la familia ganados durante años entre pruebas constantes de ácido y fuego.
“Se oye el rumor de un pregonar, que dice así: el yerberito llegó… lleeeeegó. Traigo yerba santa pa’ la garganta, traigo te limón pa’ la hinchazón. Y también traigo albahaca para la gente flaca, el epazote para los brotes, y el vetibé pa´l que no ve… y con esa yerba se casa usted”.
Carmelita iba y no iba a la tradicional Pestalozzi donde estudió la primaria la Jefa 40 años atrás de ella. Lloraba, pataleaba, nos mentaba la madre, tiraba golpes y nos hacía regresarla a la fonda. La furia de la Güera y la parsimonia de don Juan: “Déjala vieja. Mañana va”. Tres o cuatro años y tuvo una enfermedad para ese momento muy seria que nos tuvo a la familia con la preocupación a piel. Tenemos presente el 25 de junio de 1966 que nació, los días anteriores y sobre todos los posteriores. Fue de los pocos hijos del matrimonio que no llegó en el cuarto de la vecindad y con partera. Nació en el H. Hospital de Cuernavaca, ni más ni menos. El jefe cumplía años el 24 de junio, Día de San Juan, pero por la obligación de cuidar la llegada de la consentida de todos, la Chocoyotita, no festejó bohemiamente sus 35 años de edad.
Legaron del hospital, todos queríamos ver a la pequeña, a quién se parecía, si era blanca o prietita como el Jefe. Diría el bien recordado siempre Ney: “Salió íntica”. La Güera, entonces de 32 años, trinaba en busca de su marido. “Este pinche mendigo no aparece, ni siquiera para conocer a su hija”, repetía a su hermana Gilberta y a la prima mayor, Yolanda Landeros. De pronto se escucharon murmullos en la escalera hecha a cincelazos sobre una gran roca donde se alojaba el cuartito de teja, una verdadera obra de arte en Zarco 13, interior 14, la populosa vecindad “El Amate”. Y el sonido del requinto de Adolfo Lugo Caballero el “Huevo”, el arpa de Luis con el contrabajo de su hermano Lorenzo “Los Jarochos” y las voces inconfundibles de Jara y don Pedro Núñez, el “Huachi”, papá del Ney. Estrenaban una canción, era “Esta Tarde Vi Llover”, era de tarde, chispeaba y se trataba de la primera melodía de Armando Manzanero que con su voz triunfaba en la radio. Así llegó Carmelita al mundo, escuchando canciones. Sería que por ello nunca dejó de entonar música de todo corte, normalmente finas.
“Yo traigo la verdad en mi palabra, vengo a decirte de un niño sin abrigo, vengo a contarte que hay inviernos que nos muerden, de la falta de un abrigo. Vengo a contarte que hay luces que nos hieren, que existen noches sin whisky ni placeres. Vengo a decirte que está cerca tu condena, hoy una madre, murió de pena. Déjame cantar, tengo vergüenza, de ser humano como tu, y en tu presencia, descubrirme a mí mismo en tu figura, que poca cosa somos… sin ternura”.
Como ésta, interpretada por el chileno Germaín de La Fuente, sabía todas. Carmelita nunca cambió, tenía a sus amigas de siempre: Liz, la prima Genoveva Frikas, desde niñas. Amistosa, anfitriona de fina clase popular (pápalos, rábanos, cebolla con chile serrano y limón, siempre presentes) y una excelente cocinera de guisados. Coca Colas y hielos y buena música. “Gordo, ponte a Cheo (Feliciano) y luego a Rapahael con ‘Qué sabe nadie’”, que era su preferida del temperamental cantante-histrión ibérico. “Ésta tu hijo Javier me pidió que la pusiera y ya la grabamos con el maestro Cárdenas; quedó a toda madre”, solía decir.
“De mis secretos deseos, de mi forma de sentir, de mis ansias y mis sueños, qué sabe nadie, qué sabe nadie. Qué sabe nadie, lo que me gusta y no me gusta de este mundo, qué sabe nadie, lo que emociona y da placer a mi corazón. A veces oigo sin querer algún murmullo, y yo me río muchas veces, me pregunto, qué sabe nadie, si ni yo mismo muchas veces se qué quiero, qué sabe nadie…”
Nos atrapó la vorágine y no cumplimos en el momento con el reconocimiento amoroso a Carmelita, la menor de los hermanos Jaramillo Frikas, la que de pronto era la madre de todos cuando sentían alguna molestia y se transformaba en la “Chocoyota” cada que sus caprichos dictaban y paraba de cabeza a los jefes, a sus hermanos y a quien se atravesara. Dueña de la mejor voz de la familia, Carmen nació cantando, rebasó a su padre en mucho; era no un ruiseñor ni un canario, sino un torrente que cimbraba a todos lo mismo con “El Yerberito” –su primer éxito entre la banda y acompañado del inmortal La Mosca y su Combo Ruco-- que con “Vieja Luna”, donde lloraba y ponía la piel chinita de los presentes.
Carmelita nos fue a esperar el 20 de diciembre pasado, tenía varios meses mal, sabía lo que venía, preparó excepcionalmente a sus hijos Héctor el “Tiki” y el “Negro” José Alfredo; los dos son músicos. Este último de 13 años en formación. Son los hijos de todos desde siempre; hoy lo son más. Están tranquilos, son inteligentes. Su mamá “les cantó el corrido” hace años para su ausencia, los ha hecho útiles. Pero ella no se va, porque desde su casita truena como rayo encantador su voz, las grabaciones que hizo, que nos legó, como esa que emocionó al Teatro Ocampo, a la plaza de armas y al auditorio Teopanzolco, y ahí está con “La Mujer que tanto Amé”:
“Todo fue un cuento de mil y una noches, sólo un poema de amor y ternura, nos alumbraba hasta el mar que llegaba a perderse allá en las dunas, Cuánto vagar por las noches de luna, era un andar por arenas doradas, eras un cuerpo de amor, embriagada, que de tenerte jamás se cansaba, ¡Dónde estás ahora, mujer que tanto amé” Tu risa mañanera, sigue despertándome. ¡Si al volver dijeras, volví y todo logre” Mientes… mientes… mientes: ¡Eres Mujer!”.
Uno de los hermanos que quedamos, Juan, la definió así como era a su hijo Tiki, en la velación en La Alianza: “Ve nomás, tu jefa siempre fue taquillera”.
No está de más una visita a You Tube y busquen Las Jaramillo; ahí están las dos. La Carmela interpreta “Contigo Aprendí” y “La Gata bajo la Lluvia” que si bien no eran sus favoritas, se darán un quemón de cómo se las gastó. Y la Geli, la otra Jaramillo, agasaja con una cancón del argentino Paz Martínez cuyo arreglo de Pedro Cárdenas es el mejor que hemos escuchado: “Te Propongo Algo”. Ya de remate con el corazón de hermano huérfano: cuando reforman para estar en todo con tus consanguíneos, puede haber un malestar pasajero pero nunca un rencor. El orgullo que aquí los que estamos obedecemos los dictados de Los Jefes aun idos y seguimos andando.
1 comentario
Hey
Hermosa narración de Javier acerca de Carmelita, como la llamabamos. Es imposible… Compartelo!