Jojutla. Bajo el cielo de cobalto, que se resiste a ser un lugar común en esta ciudad, la mayoría de las construcciones del centro continúan desechas. A pesar de que ya pasaron más de cuatro meses del terremoto, la gente aún no se acostumbra a ver su casa o su calle en ruinas. María Guadalupe Muñoz vivió más de cincuenta años en el número 403 de la calle Pensador Mexicano, cerca de la terminal de los Pullman de Morelos y de las casas de las palomas urbanas que se niegan a abandonar el lugar donde nacieron. Frente a lo que ahora es un vacío en el que está enterrado un árbol de aguacate, la mujer sola relata que su casa tenía más de cien años de edificada. Aun cuando tuvo que ser demolida quedan los recuerdos de cada cosa y cada momento en que su esposo, finado hace siete años, y ella la fueron modificando conforme las necesidades se fueron presentando. –Yo podría entrar con los ojos cerrados a mi casa. Conozco perfectamente cada parte porque la fuimos ampliando conforme fuimos creciendo como familia. Mi casa era de adobe.
Al frente tenía dos balcones y la puerta de entrada. Aquí era el portón para meter el coche. Enseguida estaba la sala-comedor y después el despacho de mi esposo, que era abogado. Adelante estaba la cocina y enseguida el corredor que llegaba hasta atrás, en donde había dos recámaras, que después ampliamos a cuatro y una más arriba. Detrás del aguacate estaba mi lavadero. Una de las partes de la casa que más disfrutaba María Guadalupe era su cocina: –Mis lugares preferidos eran mi recámara y mi cocina. Mi recámara porque era mi lugar de descanso y quietud. Mi cocina era muy bonita, la diseñó mi esposo, estaba llena de azulejo azul. Primero era blanca y con unos cuadritos con florecitas azules, después mi esposo la cambió y puso azulejos amarillos con azul marino.
Tenía cuatro hornillas y mi esposo me mandó a hacer una hornilla muy grande para poner la olla del pozole. Me gustaba mucho mi cocina; cuando demolieron mi casa lo último que tiraron fue mi cocina y yo vi eso desde aquí desde donde estoy ahorita parada. En un momento no quedaba nada, es raro, no me acostumbro a este vacío todavía. Toda mi casa la recuerdo etapa por etapa y cómo mis hijos fueron creciendo y se iban a la universidad. Venían cada fin de semana a la casa y yo me alegraba mucho, pero también me ponía muy triste cuando se tenían que regresar a la escuela y nos dejaban a mí y a mi esposo solos. Luego crecieron y se casaron, hicieron su vida y su familia fuera de aquí, pero los fines de semana regresaban, ahora con más familia: los hijos, las nueras, el yerno, los nietos, era el gran bullicio. Todos nos juntábamos en un momento de mucha alegría. Pero luego se iba uno y luego el otro y poco a poquito la casa se iba quedando en silencio y soledad. Ahora mire, todo está vacío. María Guadalupe Muñoz no estaba en su casa el 19 de septiembre, había ido a la Ciudad de México a una consulta médica y se quedó en la casa de unos de sus hijos, pero al día siguiente llamó a los vecinos y éstos le comunicaron que su casa se había caído: –Pensé que era una barda, pero se cayó todo; bueno, gran parte y se tuvo que destruir todo por el peligro que representaba para nosotros y para los vecinos. La vivienda que le construirá la Fundación del señor Carlos Slim o Asociación Carso A.C., no es como la que ella tiene en su pensamiento, pero una vez que ya esté edificada se ampliará para que el fin de semana puedan llegar sus hijos, sus nueras, su yerno y sus nietos a llenar de bulla su hogar, como cuando su esposo vivía. Aunque la cocina, que es la parte que más disfrutaba de su casa caída, será también una cocina cualquiera: ya no podrá cocer en la gran hornilla especial el pozole que tanto le gustaba a su marido.