“La insensibilidad y el inmovilismo han provocado la peor crisis económica y política que se tenga memoria”, dijo el joven de camisa roja. Y su mensaje tiene dedicatoria especial, porque él lo dijo claro: los gobiernos federal y estatal.
“Sólo vemos sangre y cómo sangran al pueblo”, resumió hasta arrancarle al campesino aquel un aplauso, de pie, desde una de las cinco mil butacas dispuestas para la ocasión.
Ése, sí, ese de camisa roja, el diputado Julián Abarca, del que dicen algunas personas “es un muchachito”, rememoró a Colosio y a don Lauro, sí, Lauro Ortega, “el inmenso” como él mismo le llamó, y cuya aparición en la pantalla provocó no sólo aplausos sino que como un resorte se pararan los más, los que le conocieron, los que tienen memoria.
“El mejor gobernador de Morelos”, dijo una mujer altiva, acaso presumida, pero emocionadamente sincera.
Ahí estaba don Lauro, como testigo mudo de esos “Diez años de insensibilidad e inmovilismo”, de esos “Diez años ya de desempleo, violencia, carestía, hambre”.
La transmisión de un mensaje grabado, de acaso 10 minutos, acaparó la atención de la asistencia, como también sucedió con su discurso, mensaje político, detrás del atril, frente a la muchedumbre, para ser interrumpido no seis ni ocho, sino en catorce ocasiones a manera de aprobación de sus dichos, cargados con un alto contenido social y político.
Sus iguales de cámara, mujeres y hombres, entre ellos Amado Orihuela que subió al estrado a felicitarlo, y que le dijo así de directo, derecho, como son las mujeres y hombres curtidos en el campo, “Gracias, cabrón”, acaso porque lo dicho por el joven de la camisa roja caló hondo en el sentimiento del líder cañero, hoy candidato a la presidencia de su partido, el PRI, veían, escuchaban, serios, callados.
El señor de sombrero y huaraches, sí, ese de los surcos en sus pies y en el rostro, de olor a campo, a verdad y realidad, el que aprobaba los dichos del joven de camisa roja, Julián Abarca, diputado, fue el primero en pararse cuando don Lauro, el primero en pararse cuando Julián, pero también el último en sentarse aún aplaudiendo.
Las grietas de sus talones parecen un mapa de insensibilidad e inmovilismo…