Supongo que cada escritor tiene sus propios hábitos cuando se trata de escribir. En mi caso, puedo decir que casi siempre se cumplen algunas condiciones, por lo que puedo decir que son mis hábitos.
Es en cliché que los escritores —como cualquier artista— tienen manías, rituales u obsesiones a la hora de crear. Y es cierto. Si bien no conozco todas las manías de mis colegas, he visto bastantes, como para afirmar que es una constante: los escritos hacemos cosas raras para ponernos a escribir.
En mi caso, suelo escribir en las mañanas y cuando tengo un proyecto muy concreto me levanto lo más temprano posible y escribir, quizás desde las 6 de la mañana. Pero para poder hacerlo, el día anterior debo hacer varias cosas: no puedo sentarme a escribir de forma libre y creativa… si mi casa no está bien escombrada, en orden y limpia. Por ejemplo, no me siento bien si los trastes están sucios, mi habitación está desordenada o el piso sucio. Antes de escribir, suelo escombrar todo en mi casa, hacer el aseo, limpiar, incluso ordenar lo mejor que se pueda todo aquello que puedo ver mientras estoy sentado escribiendo. Esto puede llevarme todo un día.
Luego del orden y la armonía —que también se debe imponer en mi escritorio— tengo que preparar un café, especialmente preparado con leche y estevia. Como estaré sentado bastante tiempo —quizás hasta las 4 pm— debo comer alimentos ligeros, que no me provoquen trastornos estomacales ni molestias de ningún tipo. Comida con poco picante, sin irritantes, como fruta, granola con leche deslactosada, alegrías de amaranto, dulces. Además, tengo a la mano agua o preparo tés.
A veces, mientras escribo tengo antojos extraños, como papitas fritas —que por lo general no acostumbro comer—, palomitas, gomitas de dulce, pepinos con limón y sal, entre otros gustos.
Procuro no atender ningún otro asunto mientras escribo. La ventaja es que solo escribo por la mañana, entonces tengo la tarde para otras cosas. Podría escribir en la tarde y noche, pero no me concentro igual ni me siento tan fresco para hacerlo. Me gusta iniciar la escritura cuando inicia el día. Pienso que es como cuando iba a la primaria o a la secundaria, cuando estudiaba de las 7 a las 2 de la tarde y luego jugaba o descansaba.
También es importante que antes de sentarme esté bañado, peinado, bien vestido, como si fuera a salir a atender a un cliente o a presentar un libro. Esto es una formalidad que creo que tiene que ver con que escribir es mi trabajo, por lo que debo estar bien presentado para hacerlo.
La música que escucho para escribir —nunca escribo en silencio— depende del género que escriba. En mi novela No hay color, de próxima aparición, es importante la música de Juan Gabriel, así que mientras la escribía escuchaba al Divo de Juárez. Cuando escribo minificción pongo música pop, un poco de cumbia o salsa. Cuando escribo poesía solo música clásica.
Hago pausas en la escritura de unos 10 minutos, me relajo, hago estiramientos, camino un poco, brinco, hago ejercicios de respiración y luego vuelvo a la escritura. Esto me permite refrescar mi mente y volver a concentrarme en lo que estoy inventando. Como la escritura es catarsis, con frecuencia río, pero también lloro frente a la pantalla. Escribir es conmovedor, en especial en ciertos temas.
Aunque me concentro en una obra a la vez, vienen ideas de otras obras nuevas o detalles que añadir a obras en proceso, así que puedo hago un paréntesis y apunto las anotaciones necesarias al respecto.
Últimamente logro concentrarme si voy a una cafetería Starbucks, donde me siento cómodamente, me pongo mis audífonos y escribo en mi computadora portátil. Lo hago igual en horario matutino. La ventaja de estar ahí es que no me distraigo con cosas de la casa y nadie me conoce, así que no me interrumpen.
Cuando termina mi jornada de escritura tengo que hacer alguna actividad física, como ir al gimnasio, caminar, ir al supermercado. Debo distraerme y olvidarme de lo que estaba haciendo. De esta forma me conecto con la realidad y me despejo de los mundos ficticios que salen de mi imaginación.
@DanieloZetina