Celebran madres de migrantes morelenses y sus hijos el Día del Amor y la Amistad en Estados Unidos.
California, Estados Unidos.- Las emociones se concentraron en una esquina de Casa García, un restaurante de comida mexicana en Anaheim, una ciudad a las afueras de Los Ángeles, en el sur de California. Ocho mujeres de más de sesenta años edad, provenientes de Morelos, fueron recibidas por sus hijos y sus nietos migrantes el sábado 14 de febrero de 2020.
Ante la mirada de extrañeza de los comensales que celebraban el 14 de febrero, una por una, las mamás fueron entrando al restaurante y los hijos, hijas, nietos y nietas las recibían con flores y abrazos. Ahí, con los corazones hechos nudo y abrazados, lloraban de felicidad, porque 16 o 23 años antes se habían dado un adiós que ninguno sabía si era el último.
Los abuelos conocían a sus nietos sólo por fotos o por videos, o algunas llamadas telefónicas, pero ahora ahí estaban y podían abrazarlos todo el día.
En las mesas contiguas hubo silencio antes estas muestras de cariño.
La recepción duró un poco más de media hora, y las familias provenientes de varias ciudades de California se llevaron a sus parientes, quienes deberían regresar a México el 7 de marzo.
Aunque el viaje comenzó a las tres de la madrugada en una esquina de la avenida Plan de Ayala, en Cuernavaca, Morelos, México.
Algunas venían de pueblos lejanos a la capital morelenses y habían salido de sus hogares desde las 12 de la noche; una de ellas había llegado de Huautla, municipio de Tlaquiltenango.
Más aún: el verdadero viaje comenzó un año antes, cuando los hijos migrantes de estas mujeres les avisaron que había la posibilidad de obtener una visa para para poder entrar a Estados Unidos sin miedo a que fueran deportadas.
A su vez estos migrantes se enteraron, hace poco menos de un año, por la página en Facebook de la Federación de Clubes Morelenses (FCM) sobre el programa Corazón de Plata, operado por el gobierno de Morelos, y decidieron iniciar un trámite largo que culminó en la entrega de la visa para poder entrar a Estados Unidos.
Para las madres morelenses, una de las experiencias más traumáticas en este proceso fue la entrevista con el empleado o empleada consular, ya que de ellos dependió si les daban la visa o se las negaban. Las ocho confesaron que ese día hasta se enfermaron del estómago porque pensaban que no les iban a dar el documento y jamás volverían a ver a sus hijos. Pero sí, les dieron los “papeles”.
Las madres salieron de madrugada, acompañadas (y cuidadas por la FCM, una organización altruista con sede en Chicago y en Morelos, que tiene como objetivo ayudar a la reunificación familiar de morelenses en la unión americana y que ha hecho posible que más de mil familias se reúnan en el vecino país del norte) y llegaron dos horas después al Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México.
Ninguna conocía el aeropuerto ni había viajado en avión: todo era muy extraño y demasiado grande. Por equipaje llevaban una cartera y una bolsa negra que les regaló la FCM.
Una vez que las registraron y les dieron boleto con el número de sala de abordaje se dirigieron a área de inspección en donde pasaron a revisión de rutina. Unos empleados las llevaron en sillas de ruedas, porque la mitad tenía problemas para caminar.
A las mamás se les había instruido para que no llevaran objetos prohibidos, armas blancas, metales, botellas de cremas, nada de frutas ni comida de su pueblo: un año atrás una mamá estaba muy molesta porque en el filtro le habían quitado un tamal de pescado envuelto en aluminio, era para su hijo, cumplía años y era lo que más le gustaba cuando vivía con su familia en Coatetelco.
En la sala de espera las ocho mamás estaban muy nerviosas a pesar de que se les había advertido que probablemente tenían que esperar más de hora y media para que pudieran pasar a los asientos que les correspondían en el avión Boeing 747-8 (la versión más grande del 747, el avión comercial más grande construido en los Estados Unidos y el avión de pasajeros más largo actualmente operativo del mundo).
-¿Qué tan grande es el avión?
-Grandes, le caben más de 220 pasajeros, imagínese a unos 20 Pullman de Morelos en una línea de dos autobuses.
-Dicen que es muy peligroso. Si explota arriba ya nada nos salva. ¡Ay, Dios!
-Mejor póngase a pensar en lo que le va a decir a su familia ahorita que se vean.
El vuelo 646 de Aeroméxico salió pasadas las 7:45 de la mañana y llegó a las 10:15 al aeropuerto internacional de Los Ángeles, California, o aeropuerto LAX. El avión era muy cómodo, tenía cuatro líneas de pasajeros, pantallas en la parte posterior del asiento, contaba con wifi, con servicio de comida a la carta y bebidas alcohólicas. Ninguna de las madres morelenses utilizó estos servicios, sólo comieron un desayuno de frutas y café o refresco que los sobrecargos ofrecieron.
En el aeropuerto LAX, personal de la aerolínea esperaba a las viajeras con sillas de rueda y las llevaron inmediatamente a los filtros del personal de migración. Ahí, el trámite fue rapidísimo y las mamás fueron trasladas en sus sillas a la salida.
El personal de Migración del aeropuerto internacional de Los Ángeles es muy amable en su trato con los visitantes. Piden identificación, pasaporte, visa, toman las huellas dactilares y una fotografía y le dan la bienvenida a los visitantes, todo con una sonrisa. Se comunican en el idioma que hable el turista o en inglés.
No es así en el aeropuerto de Houston, Texas. Ahí hay unas filas para turno gigantescas, los agentes agobian a los mexicanos con preguntas y hablan inglés, o en español con mezcla de inglés que es muy complicado entender y que uno responde como si fuera delincuente: “no” (la regla para los que desconocen el idioma inglés es: si no entiendes, contesta que no).
El grupo de mujeres salió del aeropuerto a buscar una camioneta que los llevaría a un restaurante. Estaban sorprendidas (y “atarantadas”) por el lugar gigantesco y la cantidad de autobuses que circulaban; también por que esperaban mucho frío, allí no pasaba de los 20 grados Celsius.
A los 15 minutos una camioneta las recogió y, 30 minutos después llegaron directamente al restaurante, al encuentro con sus hijos, a los que no veían desde diez o veintitrés años atrás (como Rosa Honorio Ontiveros), de sus nueras y yernos (mexicanos) y de sus nietas y nietos a quienes nunca habían abrazado.
Uno de los hijos que no veía a su mamá desde hacía 17 años agradeció a la Federación de Clubes Morelenses haber asesorado, acompañado y cuidado a su mamá: “puse en sus manos a quien no pensé volver a ver, al ser que más amo en el mundo, y ustedes me la traen este día sana y salva. No tengo cómo pagarles ni palabras con qué agradecerles”.