El escritor Juan Tovar me comentó un día que la dedicatoria es el género literario más difícil. Estaba en su estudio porque fue jurado de un concurso que gané y fui a que revisáramos mi libro Mentiras piadosas. Era un hombre serio e inteligente. Me dedicó un libro suyo y platicamos sobre varios temas.
Hay dos tipos de dedicatoria: la que va en el libro, es decir, impresa en tipografía, pensada antes de publicar y la que se escribe a mano. Ambas tienen sus detalles.
Le llamo dedicatoria literaria a aquella que ofrenda una obra a cierta persona para que todos lo sepan. No voy a dar una clase de esto, pero las posibilidades son infinitas: desde el clásico a la madre hasta quienes dedican su libro a la posteridad o al infinito. Las más frikis son las que se avientan un rollo del tipo: “Para Carlitos, que compartió conmigo esta historia o una parte de ella, para que nunca se nos olvide aquella tarde”; y las hay misteriosas: “Dedico esta novela (sic) a una persona muy especial, cuyo nombre será incógnito siempre, porque fue, es y será el motivo de mis días y el sol que se asoma cada mañana por mi ventana, siempre estará abierto mi corazón para que con sus pasos salvajes vuelva a nuestro nido…”
Prefiero las cursis, como varias en mis libros, porque soy así. Pienso poco cuando las escribo y casi nunca las reviso, porque además, yo no las leo y supongo que mis lectores tampoco, porque nadie parece reparar en ellas. A final de cuentas, lo importante es que la persona a la que va dedicada sepa que así es, que le dedico mi creación.
Algunos de mis libros se los he dedicado a mi hermana Carmen, a mis primos, a mi hija, a mis estudiantes, incluso a mí mismo. Insisto, es una cursilería, aunque no me la ahorraría.
En ocasiones, mi dedicatoria literaria ha variado, me explico, en cierto momento le dediqué un libro a alguna persona, pero años después ya no, entonces, o bien lo dejé sin dedicatoria o se lo dediqué a otra persona, por diferentes razones que no explicaré aquí, claro, pero que usted misma puede interpretar.
Una vez un escritor literario más mayorcito que yo me recomendó que fuera prudente al dedicar y que si hacía un libro de cuentos no le dedicara cada texto a una persona diferente, que eso se veía muy chafa. Por esos días conseguí un libro de cuentos suyo, que incluso leí, y sí, cada cuento tenía ese defecto… Comprendí que se hablaba a sí mismo y los pocos libros que llegué a ver de él después carecían de tanta dedicatoria. Así se aprende, pues.
Por último, no recuerdo una dedicatoria literaria digna de compartirles, quizás no haya ninguna.
Respecto de las dedicatorias a mano (personales), veo tres variables:
- a) cuando regalo un libro mío a alguien especial la dedicatoria es más cursi y por lo mismo harto sincera.
- b) en una presentación o feria del libro, para público general y en general generoso, estas dedicatorias son rápidas e intento que no sean sosas, aunque no sé si lo logre, lo que más pongo es “Nunca dejes de leer” o “Espero que te guste”, dos frases que también me nacen del corazón.
- c) para otros públicos, como quienes acuden a mis talleres o compran mis libros para regalar, aquí hay un especial agradecimiento, pues hay un valor agregado en cada caso, por lo general escribo con calma las dedicatorias, con menos pasión pero con más criterio.
No puedo concluir que las dedicatorias (literarias o personales) sean un género como tal, son más un accesorio del libro, es algo que se atiende poco y no tiene tanta relevancia como la obra misma, y aunque no es un acto estético, sí es una expresión humana, más que artística, y es ahí donde reside su valor, porque una dedicatoria es un registro de algo que se comparte (aunque se compre) y de un diálogo posible, y en ese sentido sí me encantan las dedicatorias, especialmente escribirlas, pero también recibirlas de otros autores.
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