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Zapata en el tiempo y la memoria


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A 141 años del nacimiento de jefe del legendario Ejército Libertador del Sur.

Imelda Leticia Zapata Espinoza y su hijo Edgar Rafael Castro Zapata se sientan en unos cómodos sillones al lado de la puerta. A su derecha hay un breve altar con fotografías familiares; en la pared, detrás de ellos, se levantan dos figuras de pie de tamaño natural, la de Emiliano Zapata Salazar pintado en una manta empuñando un rifle y sobre el muro su hermano Eufemio Zapata Salazar. Son las 10:56 horas.

En una esquina de este hogar donde vivió Mateo Emiliano Zapata Pérez, hijo del general, hay una mesa pequeña de madera fina; tiene patas grabadas en forma de garras de águila sostenidas por esferas de cristal. Este mueble servía como escritorio para redactar correspondencia; seguramente el secretario se sentaba en una silla ordinaria y le volaban las manos cuando el general Emiliano Zapata Salazar, dando pasos largos frente a él, le dictaba una carta, alguna contestación o párrafos de lo que sería posteriormente el Plan de Ayala. La mesa perteneció a algún hacendado y fue ”expropiada” para servir a una noble causa.

Sobre el mueble hay tres balas de cañón de la época, dos espuelas con discapacidad usadas por el general y un sable dentro de su funda de metal.

La vaina está oscura, sobre ella han caído muchísimos instantes de tiempo que lo han alejado de las batallas y de las ceremonias importantes en donde era uno de los protagonistas.

Edgar Castro Zapata lo toma en sus manos, como seguramente lo ha hecho muchas veces a solas, y lo saca de su funda; el roce del metal con el metal despierta la memoria del arma y Edgar relata que es el sable que usó su bisabuelo en la fotografía más emblemática tomada en 1911 en el Hotel Moctezuma. El general está retratado de cuerpo entero: un metro sesenta y nueve centímetros de valentía, ensombrerado y vestido de charro, cruzado por sus cananas y por una banda. Con la mano derecha levanta a media altura un rifle, con la izquierda empuña el arma punzocortante. De su lado izquierdo hay dos soldados suyos, uno sentado y el otro recargado en un muro de ladrillos. No miran a la lente ni al bulto dónde se ocultaba el impúdico retratista, sino al lado izquierdo. Lo que estaban observando o a quien están mirando se desconoce, la espada no quiere revelarlo o ya no lo recuerda.

Imelda permanece callada, mira en el pasado los hechos que tantas veces ha leído o escuchado sobre su abuelo.

Edgar va tendiendo puentes entre los hechos que hemos leído en libros o que están ilustrados en las fotografías de sobra conocidas del Caudillo del Sur y otros que no están consignados, pero que ocurrieron y se cuentan de boca en boca entre las familias de quienes los presenciaron.

El parte

La muerte de Emiliano Zapata Salazar el 10 de abril de 1919 fue un hecho que los grupos de poder estuvieron buscando durante mucho tiempo y que culminó con su asesinato en la hacienda de Chinameca.

El coronel Jesús Guajardo y el presidente de México de ese entonces, Venustiano Carranza, no querían que hubiera duda que habían matado al caudillo del Sur, porque muchas veces lo habían intentado. Además, necesitaban que el pueblo se enterara de que el ejército había cobrado la vida del jefe suriano en batalla, no de la manera en que ocurrió, es decir, en una emboscada y a traición.

Edgar mostró un documento original de puño y letra (ológrafo) con una bellísima caligrafía en tinta china azul, firmado en Cuautla, el 12 de abril de 1919 y dirigido al presidente municipal de Tetecala, el Srio. Gral. de Administración; un tal Gral. y Licenciado J. E. Aguilar, expone:

“Tengo el honor de comunicar a usted el combate sostenido por fuerzas comandadas por el cabecilla Emiliano Zapata en contra de fuerzas leales, al mando del C. Crel. Jesús Guajardo; fue muerto el primero de éstos en tal acción, cuyo cadáver fue conducido a esta ciudad en donde será expuesto a expectación pública. Se comunica a usted para su conocimiento y en toda la jurisdicción a su cargo…”

La filmación de la muerte de Zapata

Hay fragmentos de películas en blanco y negro en donde se documenta el cadáver del general y su entierro: el gobierno insistía en enseñarlo ante el pueblo como un trofeo y que constara de manera indubitable que el caudillo del sur o el “cabecilla” no estaría dando más problemas.

Hay evidencia de que el asesinato de Emiliano Zapata Salazar fue documentado por medio de una película.

El historiador Fernando del Moral González, escribió un artículo interesantísimo denominado “El cine sobre Emiliano Zapata y la lucha por la tierra”. En él asegura que hay una filmación de la ejecución de Zapata en Chinameca.

De acuerdo con Edgar Castro Zapata, una vez que el general es asesinado en Chinameca, Guajardo lleva el cuerpo, a lomo de bestia, hasta Cuautla. En la información oficial se comunicaba que ya habían matado a Zapata y que “iba” para Cuautla, pero había incertidumbre porque muchas veces, durante el tiempo que duró la rebelión en el sur, se había dicho que habían “capturado” o habían “matado” a Emiliano, pero no era cierto. Entonces, Pablo González, el jefe militar, no sabía si era el propio Zapata, vivo, que viajaba hacia Cuautla con Guajardo.

Cuando por la noche llega el cuerpo de Emiliano a Cuautla piden al jefe de escoltas de Zapata, un muchacho de 25 años de nombre Eusebio Jáuregui, que identifique el cuerpo, pero éste se niega a reconocerlo.

Pablo González recopila la información. Mandan a Salvador Toscano a que documente el sepelio (la filmación del sepelio de Zapata fue patrocinada por la Azteca Films y fotografiada por Enrique Rosas) y éste filma el cuerpo en el Palacio Municipal, en ese entonces la Comandancia de Policía; ahí expusieron los restos del general. Luego se puede ver en la película el cortejo fúnebre rumbo al panteón municipal.

Fernando del Moral González afirma que consultó varias fuentes que le aseguraron que existe una filmación de la ejecución de Emiliano Zapata en Chinameca, que sirvió a Pablo González para documentar la muerte de caudillo del Sur, y que debió estar en poder de Venustiano Carranza.

Édgar considera que esta película debe darse a conocer a los mexicanos, es una parte muy importante de una verdad que pertenece a los morelenses y a la nación. Y este gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador podría ser el que mandara a hacer una investigación exhaustiva y, en su momento, difundir este fragmento de la historia de la revolución tan importante para México.

“Uno de los objetivos que tenemos (es) el resguardo del acervo de la memoria zapatista, para preservar y difundir la herencia de los mexicanos; no es exclusivamente de la familia Zapata, sino de los morelenses, de los mexicanos, incluso es patrimonio de la humanidad: Emiliano Zapata es hombre, real, de carne y hueso, que trascendió en el Siglo Veinte como uno de los máximo líderes del agrarismo”.

 

Eufemio

De acuerdo con Edgar, un mito que se ha desmentido y en el que es necesario insistir es en el de la muerte de Eufemio Zapata Salazar. El 18 de junio de 1917 cayó abatido en una de las calles principales de Cuautla, Eufemio Zapata, a manos de un subordinado suyo, Sidronio Camacho.

Desde los primeros decenios del siglo pasado se difundió, con bastante éxito, la versión de que Eufemio habría sido acribillado por Camacho, en un vulgar pleito de cantina, y a la leyenda se le fueron agregando detalles para oscurecer la historia. Sin embargo, el contexto político en el que ocurre el crimen y los documentos disponibles permiten presentar otra hipótesis. Sidronio Camacho y Napoleón Caballero, subordinados de Eufemio Zapata, general y jefe de la plaza de Cuautla, fueron cooptados por los generales Cirilo Arenas y Vicente Rojas, poco antes de asesinarlo.

En “La muerte de Eufemio Zapata”, Edgar Castro Zapata traza algunos rasgos de su tío bisabuelo.

“El Flaco”, Eufemio, era quince años mayor que Emiliano, y cumplía para el general las comisiones de más confianza. En combate conquistó el grado de general por su valentía y coraje dentro de la revolución zapatista.

De acuerdo con Simón Pineda Barragán, teniente de caballería, el general Eufemio era un hombre muy enérgico y muy decisivo , casi en lo más malo que en lo bueno, lo que no fue el general Zapata, porque el general Emiliano era un hombre muy recapacitado, no hacía las cosas con violencia, primero las estudiaba para resolver lo que debía de hacerse, lo que no era don Eufemio.

El 2 de diciembre de 1914, el Ejército Libertador de Sur ocupó la Ciudad de México. Luego entró la División del Norte -ambos en el acuerdo de la Soberana Convención de Aguascalientes- y fue Eufemio el encargado de entregar el Palacio Nacional al nuevo presidente provisional Eulalio Gutiérrez. Es famoso su discurso en el Salón Embajadores, a veces adjudicado erróneamente a Emiliano, en cuya parte principal decía:

“Cuando los hombres del sur nos lanzamos a la revolución para derrocar a los dictadores que por la fuerza se habían posesionado de la silla presidencial, hice yo una solemne promesa a mis muchachos: la de quemar la disputada silla, tan pronto como hiciera mi entrada a la capital.

“Esa silla yo creo que tiene un talismán de mal agüero. Porque he notado que todos los que en ella se han sentado, no sé por qué extraño maleficio, se olvidan de sus promesas y compromisos que hicieron y su único sueño dorado es el de permanecer por el tiempo que mayor les fuera posible sentados en esa silla. 

“Cuando mis hombres tomaron la capital de la república -continuó Eufemio Zapata-- y vine a México, mi primera visita fue al Palacio, con objeto de cumplir la promesa que hice a mis soldados. Pero me encontré con que se la llevó Carranza con la intención, según cuentan que dijo, de sentirse presidente de la república cada vez que se sienta en ella.

“Nosotros los hombres del sur, nos lanzamos a la revuelta no en pos de conquistas de puestos públicos, ni para habitar esplendentes palacios donde pisar alfombras, ni usar magníficos automóviles, como hicieron otros. Nosotros hemos venido peleando por derrocar las tiranías y conquistar con nuestras armas las libertades a las que tanto hemos aspirado, y que a nuestros hermanos les sea impartida la justicia.

“Ya irá usted a Morelos, señor presidente, y se convencerá de lo triste y desolada que está mi tierra natal, con sus pueblos incendiados, con nuestros hogares destruidos por esa gente que no tuvo corazón. Los de Morelos carecen hasta de pan, y yo mismo y mis hijos no tenemos hogar, pero nunca desfallecimos por la conquista de nuestras libertades tan anheladas. Jamás desmayamos ni aún en los momentos de mayor prueba, cuando cansados, fatigados y sin ningún alimento contentábamos para quitar nuestra hambre, con un puñado de habas tostadas”.

Con el tiempo, Eufemio se fue a radicar a Cuautla, donde tenía su casa y era jefe de plaza. Todos saben que apenas aparecía la figura alta en el dintel de la puerta, ya había un grupo de mujeres, niños y viejos esperándolo, tratando de adivinar su estado de ánimo. Si lo veían sonreír, se precipitaban a saludarlo, y él vaciaba los bolsillos para ofrecerles los centavos que traía. En cambio, si lo veían con el ceño fruncido, manteniendo los labios apretados, daban la vuelta rápidamente y echaban a correr, dispersándose. Y es que tenía un genio de los mil diablos.

Los restos de Eufemio Zapata descansan en el panteón municipal de Anenecuilco, Morelos; hace tres años, la familia de Edgar dispuso develar una placa en el lugar en donde está enterrado, como un homenaje póstumo por las batallas que libró en el legendario Ejército Libertador del Sur.

 

Sobre el tiempo y la memoria

En esta plática que concluimos a las 12:17 horas, brincamos de un instante a otro, de un personaje a otro, entramos y salimos por un lapso de más de 140 años y meses, sin un orden cronológico. Ésta es la única facultad que tenemos los humanos de alterar eso que se llama tiempo y que no perdona vidas, aunque estás sean esplendorosa y se apaguen muy pronto, como la del general Emiliano Zapata Salazar.

Otro sí. Durante toda la entrevista estuvieron presente la señora Imelda Leticia Zapata Espinoza y su hijo Edgar   Castro Zapata, el licenciado Pedro Martínez Bello y su hijo, un joven de ojos grandes de nombre Daniel Martínez Marquina, que supo algo más sobre la vida de un hombre lejano, la periodista Yesenia Daniel Ménez, y el suscrito. Queda para constancia el día domingo veintiséis de julio del año dos mil veinte en la Ciudad de Cuautla, Morelos, México.

 

 

 

 

 

 

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