Ya desde épocas muy antiguas nuestra civilización ejercía la actividad de mercadeo y nuestra cultura prehispánica la retomaba como una de sus principales actividades, tanto social como económica.
En el México antiguo el mercado era el centro social y económico. Era en los centros urbanos donde la gente se congregaba para comprar o vender su mercancía. En las zonas rurales era donde las familias se juntaban en un espacio para vender, comprar o intercambiar alimentos, herramientas, artesanías por otras cosas que necesitaran. A esta actividad se le conoce como “trueque”.
Además de sus funciones económicas, el mercado también funcionaba como un espacio público social, donde la gente iba y frecuentaba amigos, familiares e interactuaba con gente de otros pueblos.
Hoy en día nuestros mercados no son muy diferentes a lo que eran en la época prehispánica, pero si bien seguimos ejerciendo la misma actividad económica, sí hemos perdido la parte social, la pública, la que nos es común. Actualmente es difícil encontrar mercados que destinen parte de su infraestructura a las cuestiones sociales, ya no vemos mercados que a su vez sean centros comerciales, espacios públicos, sedes sociales o espacios culturales.
Un análogo muy interesante lo encontramos en la ciudad de Cuernavaca, Morelos. Un mercado que surgió en el sexenio del presidente Adolfo López Mateos en el año de 1964 a falta de un nuevo recinto que funcionara de central de abastos.
Fue en 1961 cuando comenzaron los trabajos para su construcción y fue Mario Pani el arquitecto a cargo del proyecto, uno de los arquitectos más prolíficos de la época, con alta experiencia en proyectos urbanos a nivel mundial. Él y su equipo propuso una arquitectura a base de bóvedas de concreto armado que lograban con gran asombro librar el interior de alguna estructura adicional como columnas o muros de concreto. Esto permitió al arquitecto desarrollar el programa arquitectónico con gran dinamismo y funcionalidad. La fachada está resuelta por celosías de ladrillo que permitían una ventilación cruzada que, junto con su prominente altura conseguían una de las técnicas bioclimáticas más efectiva, evitar el calentamiento y la acumulación de olores, dando una respuesta correcta al problema de sanidad.
El mercado se emplaza en un área llena de tepetate, por lo que el arquitecto retomó la naturaleza de su contexto para aplicarla al edificio y así lograr una identidad de pertenencia.
Lo interesante está en el planteamiento propio del proyecto que en sus inicios estuvo pensado, pero hoy no se celebra. Mario Pani implementó un mercado que fuera dinámico, que creciera y se trasformara con el pasar del tiempo, pero también un lugar de encuentro, repleto de vegetación, con una gran plaza de accesos que en intervalo funcionaba de parque público y ya una vez dentro del inmueble sorprenderte con una chispa de cultura morelense, un cielo pintado de murales, que más que resaltar la arquitectura te hacía sentir la esencia del pueblo. Fue el artista y muralista mexicano José Silverio Saíz Zorrilla quien propuso una pintura monumental sobre las bóvedas, representando el trajinar diario del centro comercial. Saís Zorrilla tardo 21 años para finalizar su obra que en su época se consideró el mural más grande del mundo.
Esta pequeña ventana al pasado nos hace reflexionar sobre el futuro de lo que queremos con nuestra arquitectura contemporánea, hoy solo diseñamos un uso para cada tipología. Sin embargo, las soluciones están en el dinamismo, la mezcla de usos y de siempre pensar en la sociedad, porque como lo he dicho antes, el arquitecto no debe ser un artista sino un servidor público con voluntad.