No encuentro errores en la FIL, a pesar del tufo de corrupción que diferentes fuentes periodísticas acusan en ella, en especial por su vinculación con la universidad local. No es que cierre los ojos, más bien me acuso ignorante, en especial porque no vivo en Jalisco, llegué cuando ya era grandecita y he disfrutado ahí más de lo que nunca imaginé. Soy inocente, tímido, tengo la mirada…
Antes faltaba comida buena dentro de la Feria, pero este año la oferta superó todas las expectativas; se instaló en lo que otrora fuera el ala infantil: un buen local adyacente a la nave principal de la Expo, de un piso, con todo para dar y repartir (ahora sí) cualquier tipo de ambigú, chela y garnacha al respetable público.
El piso de venta de la FIL es una cosa que hay que conocer una vez en la vida. Sobre un suelo alfombrado y terso puedes andar cuanto gustes entre torres de novedades y libreros repletos. Tiene una altura tremenda, unos 30 metros, que ayuda a percibir una amplitud inusitada en el lugar, lo que sumado al olor a libro nuevo despierta sensaciones suculentas.
La oferta es una barbaridad: hay editoriales comerciales (Planeta y otros random), sellos universitarios (que misteriosamente no regalan sus libros como en otros sitios), institucionales (no me burlaré, hay cosas interesantes), independientes (de lo más mejorcito, sin duda), artesanales (entre lo horrible y lo sublime), remates (delicia), afiches (hay de todo), de viejo (ahí no me paro), miniaturas (rarezas) y más: la FIL no lo tiene todo, la FIL es el todo.
Las nuevas tecnologías están presentes, las plataformas de lectura o para escritores están a la orden del día, y como cada año, son parte importante del debate en torno al libro.
Los eventos son de lo más diversos: desde divulgación de la ciencia, hasta publicaciones de populares youtubers, pero en todos hay una constante: son actividades con público de verdad, por así decirlo, la mayoría espontáneo o fans que saben lo que buscan, aunque también te puedes perder entre los salones para que la actualidad te sorprenda con un autor novel o una edición especial.
Por su parte, el encuentro de escritores se da en los pasillos, donde dejan de ser los protagonistas de las mesas y se convierten en lectores, que animosos hablan de libros con el primero que se encuentran, o pactan encuentros en bares locales para continuar la charla o iniciar la bohemia.
Las actividades alternas son la cereza del pastel. Está claro que los artistas underground son más divertidos e interesantes (y por lo general mucho más cultos) que los escritores institucionales o becados, así que en sus noches (Filemona, La Otra FIL, etcétera) encontrarás opciones más libres y revolucionarias. Hay desde lecturas, conciertos y humorismo hasta peleas entre poetas borrachos, desplantes de divas o amaneceres en alguna azotea. No hay desperdicio.
Las luminarias literarias allá brillan como nunca. Cuando algún autor “famoso” pasea por la calle es cualquier persona, a veces incluso podrías mirarlos con justificada desconfianza, pero en la FIL destacan y gustan, se ven guapos y apuestos. Es su sitio para la gloria, donde los aplausos son más fuertes y honestos, donde hacen lo que su público ama: hablar de sí mismos y de sus obras. Son admirados, a veces los tocan y hasta les piden autógrafos.
Los asistentes en un buen año en la FIL casi alcanzan el millón en los diez días que dura. Cierto es que muchos van de fuera, pero el grueso proviene de Guadalajara, Zapopan y otros municipios metropolitanos. No por nada, aquella mancha urbana es la tercera más grande del país, con 5.5 millones de habitantes. En 2021 hubo solo 30% de asistencia: de 828 266 en 2019 a 251 900 en 2021. Asimismo, hubo solo 50% de los sellos, aunque es la versión con más actividades on line.
Mi hipótesis es que la FIL es uno de los diálogos más importantes de la industria editorial en español. En pocas palabras: La FIL es todo lo bueno junto, para ver, tocar y disfrutar de los libros, la lectura, la literatura y los negocios.