Dos de octubre de 1965
Eran entre las 9:00 y las 10:00, cuando la sombra de los árboles se proyectó sobre las cortinas blancas del hospital. A Camina en Sueños no le quedó más remedio que confiar sus entrañas al bisturí y dejarse poner la careta. “¡Todavía siento!”, dijo. Se dio, pues, por vencido y lo último que vio fueron dos alas y dos serpientes de cobre entrelazadas en una vara que se disolvió.
Dentro de un túnel formado por fulgurantes cristales de nieve vio que a lo lejos, entre la niebla que velaba las cosas, se acercaban galopando cinco caballos de diferentes colores. “Es como estar entre la vigilia y el sueño, dentro de otra realidad en la que puedo ser y sentir de otro modo”, dijo. ¿Dónde estaba? Observó entonces con atención el lugar y se dio cuenta de que no era la Tierra. “De seguro morí en la operación... Pero aún tengo mi cuerpo y siento... y, ¿aquí es el cielo?”. Cuando comenzaba a sobrepensar las cosas, oyó un ruido de cascos y tras él un caballo rojo se detuvo sacudiendo sus crines y dijo: “Soy el caballo del fuego y te muestro el camino de la justicia si quieres ser el mejor guerrero”. “Gracias, tendré voluntad”, contestó Camina en sueños. El caballo de color rojo alzó las orejas y se disparó a galope hasta desaparecer en la densa bruma que impedía la vista a más de cien metros. Enseguida se abalanzó el caballo azul diciendo: “Soy el caballo de la medicina y la serenidad, sube si quieres sanar y que tu mente sea como el cielo, dejarás pasar las nubes del pensamiento y transformarás el hacer en ser”. “Gracias, seré paciente.”, dijo. Frente a él apareció el caballo amarillo y dijo: “Soy el caballo de la imaginación, sube y podrás crear mundos posibles en los que ningún sufrimiento te hará débil, podrás estar donde quieras en el momento que sea”. “Gracias, seré perseverante”. Ese caballo era de una belleza realmente incomparable, y recordó “Es el último color que ven los ciegos... y un ciego que guía a otro ciego...”. Estuvo a punto de convencerlo, pero en medio de la reflexión, el caballo tomó la forma de un dragón, lanzó un rugido y voló hasta desaparecer. Pero a Camina en Sueños aún le quedaban dos puertas, dos posibilidades, no se trataba de elegir entre blanco y negro. De pronto escuchó: “sube si quieres ser coherente”, dijo el caballo de la humildad y la alegría. Su color rosa era magenta brillante, como el de las bugambilias. “Gracias, sé de alguien que lo ha logrado”. En cuanto giró, el perfil del caballo gris apareció brillante, casi traslúcido y dijo: “Soy el caballo que abre caminos, sube y voy a conducirte hasta las mismas puertas del cielo, pero no morirás al instante”. Camina en sueños escuchó frases de declaraciones proféticas y poesías, pero no había tiempo de analizarlas ni mucho menos de memorizarlas. “De modo que esto no es el cielo... es difícil ir al cielo sin haberse preparado, pero sí, quiero ir”.
Al terminar de decir la última sílaba, Camina en Sueños se aferró al caballo con ambas manos y el ruido de cascos aumentó de volumen, las patas y toda la presencia del caballo se convirtió en algo cristalino y reflectante. Ante ellos se vislumbraron unos muros tan altos que no alcanzaban a ver su cima y oleadas de risas y cánticos los envolvieron por completo. A 40 o 50 metros se alzaba un edificio con aspecto de templo gótico, al que se encaminaban seres y personas, donde unos entraban y otros salían por escalinatas que se extendían aquí y allá en perfecta armonía. Aquella combinación de orden y desorden representaba un misterio que lo intrigaba, le parecía una prodigiosa revelación a la que todos asistían y que se había desarrollado perpetuamente, a medida que se movían entre senderos, valles y edificios que parecían conectados de una forma que nunca se había visto en la Tierra. Entonces apareció en un jardín, sobre un puente que atravesaba un río; durante unos instantes sintió que la luz lo cegaba y cerró los ojos, pensando que los rayos de sol extinguirían su cuerpo para siempre. Abrió de nuevo los ojos y sus pupilas se redujeron como en la mirada de un lince. En las aguas del río se reflejaba la luz y el musgo y el pasto eran de un verde tan intenso que parecía que acababan de brotar. Mientras atravesaba el puente sintió una palmada muy suave en el hombro y oyó una voz que le dijo: “Pues bien, ese es tu camino, te encuentras ante las puertas del cielo”. Al volverse vio a un hombre con una insignia que decía guardián, quien le señalaba otro edificio de enfrente con columnas de templo griego. “Sólo te recomiendo que te fijes bien en los señalamientos, podría darse el caso de que creas haber llegado a un lugar y sólo sea una ilusión. Los que entran por allí no salen más, pero la vida de los que salen de allá pende de un hilo muy fino. “He medio muerto en la operación. ¿Mi cuerpo estará vivo en otro lugar al mismo tiempo?”, pensó Camina en Sueños. “Te encuentras en ese último estado y allí debes ir, y si los cirujanos logran revivirte, podrás regresar”.
Antes de resolver si el guardián había leído su pensamiento o había hablado en voz alta, Camina en Sueños llegó a la sala de espera. Su guardián lo dejó en la puerta, donde un nuevo guardián cantó su nombre en voz alta: ¡Luis!, mientras le hacía señas para que entrara de una vez. El interior era un largo salón en el que había galerías, fuentes y un árbol gigantesco que se elevaba hacia la bóveda de fractales. La sala estaba atiborrada de libros y pergaminos, pero cuando trató de agarrar un pergamino en el que se exponía la historia de la Creación, un hombre de traje oscuro que llevaba la pintura de una hermosa llave dijo: “No lo mires, porque no recordarás lo que has visto”. El pintor tenía razón, Camina en Sueños olvidó en un instante lo que había visto, y conversaron. “Los surrealistas son portadores de llaves porque saben que pueden abrir las puertas y ventanas hacia lo desconocido, al subconsciente individual y colectivo, lo que está más allá, o más adentro, incluso hacia lo que no se ve, pero se mueve en la sobrerrealidad, eso que han denominado utopía”, dijo. El pintor le contó que había pasado por muchas etapas en su arte, pero a pesar de eso, siempre volvía a él la imagen de una llave. “Las utopías son sueños y los sueños cubren y expresan nuestros deseos, creo que la llave que he pintado una y otra vez abre una puerta que no he visto y, sin embargo, sé todos los detalles de la llave, hasta el más mínimo”. “La pintura es también un medio para conocerse a sí mismo, tal vez esa llave es la representación de una nueva etapa en tu vida o en tu proceso creativo”, dijo Camina en Sueños. “Durante 30 años la dibujé y todavía no sé lo que abre”. Camina en sueños lo escuchó, todavía pensando si iba a poder volver, y el pintor siguió monologando sobre la llave, preguntándole si la había visto también, que si era un mensaje de los ángeles... ¿para que podría servir? ¿Qué abriría? “Te imaginas que se tratara de una llave que abra las puertas del cielo para todos? Sería estupendo tenerla ahora, podría dejar de deambular por aquí y dejar pasar a los que lo quisieran. Aunque, por otro lado, si podía abrir el cielo, ¿por qué no podría abrir otros lugares, como el infierno?”. El pintor siguió murmurando más detalles sobre la llave, cada vez más posibilidades de lo que podría hacer con ella. Finalmente avanzó y dejó a Camina en Sueños para inspirar a otros caminantes con su visión.
De pronto, Camina en sueños despertó y de su boca sacó una llave antigua, que ya había visto en una pintura...
Continuará...