TERCERA PARTE
13 de abril de 1967
Bajo el aguacero que transforma el aire en un olor a tierra húmeda, la claraboya de la oficina proyectó una luz tenue en los cristales en que Camina en Sueños vio su reflejo, apoyado en un cuadernillo que reposaba sobre el brazo de aquel sillón victoriano. En el cuadernillo había anotado todo lo que quería hablar con el psicoanalista, pero también había dibujos de diferentes tipos de estrellas y aves, esquemas de múltiples relaciones entre arcángeles, colores, astros, árboles celtas, estaciones y dioses griegos. Camina en Sueños quería pasar desapercibido dentro del absurdo de las convenciones sociales y, en algún punto, creyó que se había convertido en una especie de detective de lo paranormal, interesado en la magia, la teología, la mística y la historia, para así por fin sanarse, y sanar a quien así lo quisiera. En la oficina del superior, mientras me esperaba sin saber que era yo, Camina en Sueños meditaba si la poesía y la filosofía habían descubierto el inconsciente mucho antes que el psicoanálisis, aunque lo llamaban destino, no necesariamente relacionado con el amor trágico de Edipo rey o Romeo y Julieta, pero sí con la manifestación de enigmas de la condición humana y la revelación de lo que debía permanecer oculto, de aquella suerte de espanto que afecta las cosas conocidas y familiares. “Creaban realidades en vez de buscarlas, construían mundos posibles para habitarlos como pequeños genios o dioses, quizá por temor, y después esos mundos se convertían en modos de ser, de vivir y de pensar, como si la existencia encajara en nuestros modelos imaginarios”. Camina en sueños se perdió como en un laberinto, pero siempre la realidad acaba reordenando el espejismo que imagina, la ficción de la que emerge lo siniestro del sueño, lo fantástico materializado, como la llave antigua que cuelga sobre su pecho.
A través de la reja, entre los huecos de las flores, una silueta atravesó corriendo el parterre que conduce hasta la estancia. Al llegar a la entrada, un joven alto y desgarbado, con el cabello largo y negro, ojos marrones y piel color caramelo, quien lucía un traje azul marino cruzado, cerró la sombrilla, la recargó sobre la maceta del pasillo y sonrió con disimulo. En ese entonces era un personaje de aspecto elegante y al mismo tiempo contradictorio: un joven melenudo, bien trajeado y de porte aristocrático que, tras cruzar la habitación hasta el costado de la ventana, sintió la sutileza y el misterioso resplandor de la mirada de Camina en Sueños. Le di una palmada en el hombro diciendo: “Eh, Luis, ¡qué tal!”, y tomé asiento. Olía a invierno, como si hubiera llegado de un lugar donde la nieve cae inclemente sobre las embarradas calles y los tejados de las casuchas. Durante unos instantes, la calidez y la penumbra de aquel rincón donde nos hallábamos nos sumergió en un silencio en el que pudimos reconocernos, pero la extrañeza de aquella posibilidad nos llevó a iniciar una conversación guiada por la desconfianza y los estándares de la civilidad y las buenas costumbres.
Quedamos sentados frente a frente, él me miró a los ojos y me analizó lentamente. Sí, ya sabía que yo no era humano, no era la primera vez que un mortal me reconocía, pero su reacción me extrañó porque este reconocimiento iba a acompañado de respiraciones profundas y de una oración en latín, mientras se escuchaba que daban unos golpecillos en el techo y del otro lado de la reja. Yo volví la mirada hacia donde estaba un tabachín que ondeaba resplandeciente sobre el césped. Entonces se puso encima un petirrojo y se balanceó, revoloteando de una rama hacia otra y entre los huecos de las flores. De pronto advertí que Camina en Sueños me miraba fijamente, me invadió un sentimiento de compasión, aunque también había algo en su presencia que me intimidaba, tal vez era su aura de serenidad en medio de lo inexplicable. “Yo sé que Dios no me envía algo que está más allá de mis fuerzas, pero sigue siendo una elección, ¿cierto?, de libertad. Sé que no permitirá que una criatura como usted me haga daño, no sé si es un diablo, un vampiro, un espíritu maligno o bondadoso, quizá desaparezca con agua bendita, pero no lo creo, hay vampiros que frecuentan las iglesias y coleccionan arte sacro”, dijo Camina en Sueños. “¿Te refieres a que ya te diste cuenta de que no soy humano?, preguntó el doctor L. “Sí, lo presiento, he visto a otros seres como usted, los he visto en las grandes ciudades y en los pequeños pueblos mezclados entre la multitud, no le tengo miedo, sólo que me parece conocido”, contestó Camina en sueños. “No pretendo sobresaltarte con las noticias que te tengo, Felipe me pidió que te explicara ciertas cosas, pero, sobre todo, me pidió que te cuidara. Soy Lestalt, uno de los miembros más antiguos de la Orden de Bingen, ahí hay científicos, teólogos, místicos, historiadores, exorcistas y seres inmortales que nos dedicamos al estudio de fenómenos sobrenaturales y atendemos algunas emergencias. Cada miembro posee un don que se pone al servicio de los demás, tú tienes sueños e inocencia, Felipe puede leer la mente al tacto y expulsar demonios, y yo poseo una fuerza monstruosa, soy capaz de volar y captar pensamientos en el otro extremo del océano, soy un vampiro, soy inmortal, desde 1789 no tengo edad, pero hace 20 años dejé de beber sangre humana y de matar para obtenerla, me alimento de pollos crudos, ratas y cerdos”. Enseguida me levanté del sillón y fui desprendiendo de mi verdadero rostro el velo de la máscara que ocultaba la perfecta imitación de un anglosajón rubio de ojos azules, apenas 200 años y sin perder la cordura ni olvidar mi identidad. “Hace un par de décadas el antecesor de Felipe me llamó para investigar una serie de muertes y una neurosis colectiva aquí mismo, algunos murmuraban frases sobre una maldición que había caído porque alguien invocaba a los muertos, otros hablaban sobre espectros y demonios que los acechaban y los hacían enojar con sonidos en los techos y las paredes, lo cierto es que las muertes se debían a un veneno en el pan y en el vino, que producían alucinaciones por cuatro días, para después inducirlos a coma y finalmente a la muerte. La superstición y la rigidez habían detonado una lucha en contra de los falsos profetas que arriesgaban la vida con tal de poseer los textos originales de las profecías y visiones de la santa de Bingen sobre la Encarnación, el Conocedor de los Caminos y del portador de la llave que abre el sancta santorum donde se guarda el secreto del velo que ostenta el rostro de Cristo, el velo de Verónica. Memnoch no sólo quiere el velo y la llave, también te quiere a ti, porque contribuirás en traer equilibrio a la fe, las personas volverán a soñar, creerán y vendrá el salto de conciencia; sé que Memnoch ha proyectado mi imagen en algunos de tus sueños para que me temas. ¿Recuerdas que un doble, casi idéntico a mí, te pedía ayuda en un sueño? o ¿aquella voz que se entrometía en tu diálogo con Dios?, ¿al mirlo que jalaba de tu hábito? , ¿el hombre de Arena que permaneció en ti como un fantasma de tus primeros años?, ha sido Memnoch el que utiliza algunas de sus astucias para aislarte de todo lo conocido y convertirlo en algo siniestro que envilezca tu estado de ánimo, y así se entorpezca el salto hacia el interior . Él quiere seguir expandiendo su culto a sí mismo porque cree que sólo así puede evitar el sufrimiento a las almas en su proceso de evolución, por ello planea que un falso profeta construya un reino que una el infierno y la Tierra, lo que sólo se puede alcanzar con el velo de Verónica. Al sacar a las personas de su interior, las transforma en esclavos de sus propia rigidez y superstición. “Entonces no todo lo que he soñado y conectado son fantasías, pero ya no logro distinguir entre lo que es real de lo que no lo es, ni si quiera sabría por dónde empezar”, dijo C.S. “La llave... es bastante obvio que se refería a la que había guardado después de despertar, pero, ¿el velo? ... ¿Qué se supone que yo puedo hacer para encontrarlo?”, pensó.
Lo interrumpí y le ofrecí una taza de té mientras le preguntaba si quería ver lo que yo había visto. Camina en Sueños dijo que sí sin pensarlo dos veces, sabía que necesitaba más información urgentemente para entender su nueva misión. De pronto, en la superficie del agua del té empezaron a balancearse de un lado a otro algunas siluetas, sin poder quitar los ojos de encima, Camina en Sueños se percató de que en un parpadeo había cambiado el contexto y ya no estaba en una oficina, sino fuera del tiempo.
Habíamos llegado a una ciudad amurallada en la que el aire estaba mezclado con arena, como el aire del desierto. Rodeándome los hombros apareció Memnoch, abriéndose paso a través de la muchedumbre hasta que llegamos a una calle angosta para presenciar el paso de la procesión. La mujer que estaba frente a nosotros avanzó, se quitó el velo blanco que le cubría el cabello y lo sostuvo ante el rostro de Cristo. Era Verónica, la mujer que se curó de una hemorragia cuando tocó el borde de su túnica. Verónica le acerco el blanco velo al rostro para quitarle la sangre y el sudor y, durante un instante, el perfil de Cristo se grabó bajo la tela, como si la imagen estuviera formada por una delgada capa de carne. Luego me entregó el velo y dijo: “Toma, ocúltalo en un lugar seguro”. Yo tomé el velo con cuidado y lo sostuve contra mi pecho para impedir que me lo arrebataran. Corrí bajo el aguacero que transforma las calles de suelo arcilloso en lodo, bajé por una rampa y caminé por continuos tramos de terreno que formaban barrancos. De pronto se levantó una ráfaga de viento que en un instante se convirtió en un torbellino, mientras seguía apretando el velo contra mi pecho. El torbellino me transportó a un campo sembrado de piedras, vi a Memnoch erguido, con sus alas plegadas a sus espaldas y pezuñas de cabra. Nos acercábamos a las puertas del infierno, formadas por unos arcos negros y relucientes de granito. Por doquier sonaban los lamentos y quejidos de las almas en pena, cuando de pronto, noté las manos de Memnoch sobre mis hombros, tratando de detenerme y arrebatarme el velo. Al tratar de impedir que me lo arrebatara, le di un empujón y luego, propulsándose con sus gigantescas alas, clavo sus uñas en mi espalda y me arrancó un pedazo de carne. Eché a correr escaleras arriba, me elevé a través de la luz y el silencio y aterricé en la Tierra”.
Camina en Sueños no tenía idea de por qué un vampiro le inspiraba tanta confianza, sentía que todo lo que le había estado pasando estuviera conectado de formas intricadas para evitar este momento, el momento en que encuentra su propósito, con la confianza de que sin duda alguna lo conseguirá, pues la luz está de su lado.
Continuará....