Sociedad

Tinta sobre hielo


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Me han dicho que “El profesor”, así es como le apodan, es un ex marine sanguinario amante de la literatura ¿A quién demonios se le ocurrió contratar a alguien así? ¿De qué nos sirve un literato en el Polo Norte?

Estoy nerviosa, al parecer por lo que cuentan, odia a las mujeres y se sospecha que también es un homosexual reprimido. Pienso que las letras son su pretexto para huir de la porquería de vida que sostiene, sobre todo venir a esta unidad de investigación es como una extrema válvula de escape para sus frustraciones. En fin… muchos creen que el desierto blanco es la mejor manera de escapar de los infiernos personales. Yo por mi parte, ahora sé que no es así.

Ya pasaron dos horas desde que nos citaron en la sección sur para darle la bienvenida, y el nuevo integrante nunca llegó.  El mal tiempo aquí es impredecible. Seguramente la tormenta derribó al helicóptero en el que venía; eso ya no es algo que nos sorprenda. Tenemos siete meses enclaustrados en las instalaciones y hemos terminado con la poca empatía que nos teníamos, sin embargo, no podemos abandonar la investigación, está estipulado en el contrato. Además, no hay mejor lugar que este, para el grupo de científicos inadaptados que somos ¿En dónde más podríamos hacer algo con nosotros mismos?

Son las nueve de la mañana y nuevamente es mi turno de salir a recoger las muestras profundas del iceberg, está casi oscuro como siempre en esta época. Maya me acompaña, es uno de los malamute de nuestro equipo, ella se ha convertido en mi mejor amiga y además me advierte con anticipación si algún oso se aproxima o de cualquier otro peligro.

He estado arrodillada alrededor de una hora picando el hielo para extraer datos de los sensores. Cuando estoy por terminar Maya comienza a ladrar. Volteo, pero no veo nada. Me inquieto porque los osos son diestros en esconderse entre la nieve y pueden alcanzar una velocidad hasta de 50 kilómetros por hora, pero tampoco quiero dejar a medias mi registro. Decido arriesgarme porque por más que agudizo la vista no veo al oso y Maya no ha ladrado de esa manera tan particular cuando es inminente que se trata de uno de ellos.

A los cinco minutos por fin termino y recojo rápido mis cosas. Por el rabillo del ojo alcanzo a ver una silueta erguida a unos ocho metros de mí. No sé cómo se acercó tanto sin que me percatara. Al enfocar la visión me doy cuenta que es un hombre que detrás de si va dejando gotas de sangre. Lleva sobre su hombro izquierdo a Mirna, la piloto de nuestra unidad aérea, y en la otra mano sostiene una libreta aferrándola contra su pecho como si fuera más importante que su propia vida. “Soy el profesor… Si no hubiera sido por los ladridos me hubiera perdido. No puedo más, los dedos de mis pies están congelados” alcanzó a decir antes de derrumbarse a lado de mí.

Tiktok: expedicion_nocturlabio

 

 

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Arquitecta, escritora, diseñadora, amante de los animales, la naturaleza y la aventura.

Dayan Casaña

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