El río de aguas turbias casi está en calma, repleto de olvidos y memorias que se hacen visibles en el reflejo de la luna. La barranca se extiende como una serpiente desenroscada en las profundidades de la ciudad, mientras las casuchas del barrio del Ahuehuete crujen como latas vacías de atún en la periferia y, aunque apenas se ubican a tres kilómetros del palacio de gobierno y del Museo de la Ciudad, parecen de otro mundo.
La gran cerca de tubos y vegetación separa las colonias más ricas de la ciudad de las zonas más pobres. De un lado se encuentra la zona exclusiva de fraccionamientos, restaurantes sofisticados, tiendas de diseñador, hospitales privados y universidades “élite”, construidos en una propiedad privada del cerro del Nogal. Del otro lado del mismo cerro quedan los barrios que surgen sin planificación ante el traslado de enfermos y pobres que viven hacinados, quienes afirman que la cerca ha sido construida para que no se mezcle una clase social alta con otra más baja.
El muro comenzó a construirse luego del inicio de la pandemia y permanece vigilado las 24 horas por guardias de la oposición, que de vez en cuando se pasean por los barrios bajos y revisan y reprenden sobre todo a jóvenes y comerciantes ambulantes, confiscando cualquier objeto de valor que dicen tomar, como un gesto de empatía con el Partido de la Contrarreforma.
Alicia sabe un poco en qué consiste el enfrentamiento entre Reformadores y Contrarreformistas. Tiene 20 años y estudia el tercer semestre de la carrera en Escritura Creativa. Hace más de una semana que no va a la facultad, pero esa mañana se dirige al taller de poesía para ver a Olivia, su amiga punk.
Al llegar a la calle Cri Cri, justo detrás de la estación de autobuses, Alicia ve pasar a un grupo de unas 70 personas armadas con machetes y lanzando insultos contra los guardias, que se van replegando en caparazón ante las puertas del Congreso. Ha cambiado la atmósfera y un velo de la realidad cotidiana se va desgarrado como si todo pudiera suceder y, mientras avanza la bola enfurecida, Alicia fija la mirada en una de entre muchas escenas que están sucediendo simultáneamente y ve cómo un guardia dispara a quemarropa a un hombre barbudo que antes le había gritado: !No me asustas demonio!
En el taller de poesía nunca había ocurrido nada y nadie era amigo de nadie, a excepción de Alicia y Olivia, que planeaban salir sigilosamente para ir a la fiesta de Aurelio, aprovechando que el doctor Albán comenzaba a ridiculizar los poemas que catalogaba como de evangelistas con un toque hippie, a burlarse de las supuestas tendencias liberales de sus autores y de los que dicen saber mucho sobre filosofías pero que no son más que unos “yonkis” de pacotilla, con las manos manchadas de sangre del narco.
Ante de salir, Lucía y Olivia profieren algunos insultos y se mofan de ciertos académicos que acuden a reuniones espiritistas de la oposición para que les digan lo que deben de hacer para no contagiarse y sacar de sus tierras a todos los que consideran un peligro para el progreso. Mientras, la ciudad queda blindada como si la enfermedad y los peregrinos tuvieran planeado derrocar el gobierno de Flores.
“Vamos, Aurelio ya nos está esperando allá afuera”, expresó Olivia.
Tomaron sus mochilas con estoperoles y parches en blanco y negro, y salieron del aula las dos punks. Cuando cruzaron la calle ya estaba aparcado en la esquina el Mustang rojo.
“¿Te diste cuenta de que escondió la medalla?, se hace pasar por muy decente, pero le gusta cogerse a los estudiantes y quién sabe qué más, seguro que sí anda en cosas turbias que ya se irán aclarando”, comentó Olivia.
“Pero te enojas porque el Aurelio te dijo que le ofreció llenarle el cantarito, hay que ver el lado bueno, si no fuera por eso, no nos hubiéramos enterado de que aparte de que al ruco le gusta el sadomasoquismo, está metido en cosas raras”, dijo Alicia.
En el interior de la casa cuelga un candelabro que alumbra la estancia adornada con pinturas de Miró, caballitos robustos de Botero, y también han visto allí libros de Thomas de Quincey y volúmenes de masonería. Aurelio no tarda en reanudar el relato de lo que le pasó con Albán, mientras rellena un vaso de vino que se bebe de un trago:
“Un día iba caminando por la avenida, saliendo de la uni, cuando de repente un Mini Cooper se paró junto a mí y un don se presentó diciendo que era profesor de la Facultad de Escritura Creativa, que me invitaba a comer a un restaurante de comida yucateca... fuimos... y de ahí a ver una peli a su casa, donde recuerdo que tenía la colección completa del Marqués de Sade. Todo iba bien, hasta que empezó a contarme sus fantasías sadomasoquistas y me preguntó si quería actuar algunos pasajes de Juliette junto con él. Yo obviamente lo rechacé y dijo que eso lo excitaba más. Cuando empezamos a forcejear se desgarró su camisa y alcancé a ver una medalla dorada con el símbolo del úroboros, parecida a la insignia que aparece en las víctimas de los asesinatos reportados en el Catalejo. Salí de ahí y nunca más lo he vuelto a ver.”
“Quisiera saber bien qué significa, porque mi hermano también tiene un collar con el mismo símbolo”, dijo Alicia.
“Yo creo que deberíamos buscar al periodista que firma esos artículos en el Catalejo, me parece que usa el seudónimo del Tejón, pero se llama Hugo Lima, es amigo de mi padre”.
“Olivia, no creo que sea buena idea meterse en esos temas, recuerda que quien mira mucho tiempo el abismo, corre el riesgo de convertirse en él, ¿o cómo iba?, mejor ya relájense y vénganse a fumar un porrito conmigo”, dijo Aurelio.
Ellas aceptan, aunque Alicia sabe que tiene que buscar al famoso Tejón si quiere respuestas, y es que lo ha intentado pero su hermano no ha querido decir nada. A raíz de eso se han alejado y ella ya no quiere seguir postergando la intriga.
Después de fumar, las dos amigas empiezan a sentir un efecto psicodélico desconocido, es parecido al del LSD que alguna vez probaron en la playa, pero más fuerte. Olivia se asusta y se lleva a Alicia para hablar aparte. “Oye, no me siento bien, creo que estoy alucinando, será que le pusieron algo a nuestras bebidas?”.
Alicia trata de mantenerse serena y le propone mejor largarse de ahí y caminar hacia su casa, para ver si se les baja un poco el efecto. Reconoce que investigar sobre lo sucedido será un poco complicado con las alucinaciones, por lo que prefiere la calle. Olivia se deja llevar y acompaña a su amiga, sin decirle nada a Aurelio, salen de la casa y empiezan el trayecto.
Cuando avanzan unas cinco cuadras y se aproximan a la cerca, ven un espectáculo que no saben si atribuir a las alucinaciones o a la realidad. Mucha gente se desplaza corriendo, cargando lo que pueden de sus pertenencias mientras grupos de soldados irrumpen en las viviendas de hojalata, quemando todo a su paso y evacuando a la gente con la excusa de un brote de la enfermedad que se expande por todo el mundo.
Asustadas, corren hacia el que antes era el refugio de Alicia, y con horror contemplan que todo lo que ella poseía ha sido consumido por el fuego que se ha empezado a extender por las casuchas aledañas. Ahora los gritos son más urgentes, pues los soldados también se han puesto más nerviosos con la altura que han alcanzado las llamas de fuego y empiezan a empujar y golpear a la gente para que huya despavorida, mientras su mundo entero se cae a pedazos.
Lo primero en lo que Alicia piensa es en su hermano ¿Dónde estará? ¿Habrá logrado salir con la primera oleada de gente? ¿Se lo habrán llevado arrestado como hacen con los pocos que defienden sus casas? Mientras busca cosas valiosas que llevarse antes de que todo arda en llamas, se percata de que ha desaparecido la pequeña caja donde su hermano guardaba el collar. No queda duda, su hermano estaba ahí y ahora también ha desaparecido. Desconsolada sale corriendo gritando su nombre, pero su voz se esfuma entre el caos apenas como un murmullo entre los disparos y los crujidos del fuego.
Por instinto, Olivia la obliga casi a rastras a retirarse y corren para alejarse de la cerca antes de que los soldados las vean y las lleven del otro lado, como a la mitad de la ciudad que se constriñe como una serpiente enroscada en un espacio cada vez más pequeño.
Las dos punks apenas logran pasar entre los escombros y Olivia invita a Alicia a para pasar la noche en su casa, tal parece que encontrar a su hermano será imposible, al menos por esa noche. Alicia solo espera que haya logrado escapar, o incluso que esté arrestado, porque la posibilidad de que haya sido secuestrado y esté siendo torturado o asesinado hace que se le rompa el corazón. Ninguna de las dos va a rendirse y, a la mañana siguiente, a primera hora, arriban a las oficinas de El catalejo, porque hablar con Hugo Lima es más importante que nunca... y la ciudad se devora a sí misma.
Continuará