Sociedad

De la imagen poética

TXT Asunción Guadarrama
Lectura 2 - 3 minutos
Madre-Taxco.
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De la imagen poética

TXT Asunción Guadarrama
Madre-Taxco.
Fotógraf@/ JUAN CARLOS GUTIÉRREZ
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Sin darnos cuenta: sobre las fotografías de Juan Carlos Gutiérrez Barraza.

Una mujer camina por Taxco de Alarcón, Guerrero. Debe de tener unos cincuenta años. Lleva en brazos a un niño y una figura –de madera, sospecho– del ángel de la guarda. Se alcanza ver la parte trasera de un Volkswagen, el atrio de una iglesia y gente caminando. Justo detrás del rostro de la mujer se observa la espalda de un hombre con sombrero. Cualquiera diría que es un campesino, quien vende cobijas o sombreros. La escala de grises, negros y blancos de la fotografía de Juan Carlos impide distinguir con claridad.

De manera análoga, la vida pasa. Se sabe que los grandes acontecimientos –terribles o hermosos– de la vida de alguien pasan así, “como si no nos diéramos cuenta”.

Es como la mujer de la fotografía de Juan. Ella posa para la cámara mientras carga al niño y a la figurita, mientras detrás de ella la vida pasa. Y son esas cenizas ardientes en las que la poesía suele reparar, en aquello que se muestra, con reticencia, en una escala del negro al blanco, “como si no nos diéramos cuenta”.

La fotografía de Juan Carlos Gutiérrez Barraza, como la poesía, como la prosa, busca hacernos ver que algo tiembla en el alma de las cosas y de los sujetos arrojados en la cotidianeidad. Se trata del inmenso campo de la realidad que nuestro torpe ojo no puede capturar de manera total. Por eso nos conformamos con migajas, con cenizas y, quizá, de esas migajas o cenizas podamos llegar a ver un despunte o advertir, más o menos, que el Uno, la Totalidad, nos mira con su terrible ojo.

El pintor ruso Kandinsky explicó que el arte se había vuelto hacia lo abstracto porque se buscaba la “naturaleza interior” del sujeto. El fotógrafo vuelve, con cada disparo de su cámara, hacia su material interior; es decir, busca, afanosamente, mostrar lo más interior de su interioridad y lo hace casi como cantando.

“El intelecto no canta”, ha escrito Antonio Machado. Es la forma anómala del conocimiento, la dimensión irracional de la existencia la que suele cantar en la poesía, en la prosa, en la fotografía; y canta con mayor agudeza y profundidad ahí en donde “no nos damos cuenta”.  

En Jiutepec, Morelos, Gutiérrez fotografió a un anciano, de perfil. Su cara está llena de verrugas y su mirada se dirige hacia un punto que la lente no quiso capturar.

Ahí mismo, en Morelos, una pareja posa para la cámara de Juan. Ambos miran al lente. En primer plano aparece el brazo izquierdo del varón; lleva un reloj de manecillas y se alcanza a leer “Guzmán” en parte de su tatuaje.

La narración, el relato de aquello que el anciano observa o del momento en que el varón de la fotografía se hizo este tatuaje –y la historia de la palabra “Guzmán”– es algo, sin duda, que pasa ahí sin que nos demos cuenta. Las fotografías de Juan Carlos Gutiérrez Barraza dan cuenta de esas cenizas ardientes, de esas migajas.

Lucha.

 

Años.

 

Asunción.

 

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