En el estado mexicano de Guerrero la naturaleza construyó una de sus más sabias manifestaciones de artificio, misterio, paciencia y solemnidad.
Se trata del Parque Nacional Grutas de Cacahuamilpa, formado por una enorme caverna con cuatro kilómetros explorados (dos abiertos al público y dos más cerrados). Esta formación cuenta, además, con dos ríos subterráneos y más de 300 metros de techo rocoso que emerge como majestuosa montaña entre los pueblos de Pilcaya y Taxco de Alarcón en la Sierra Madre del Sur, en el municipio de Tetipac.
Se cree que la gruta fue descubierta y usada por los chontales posteriores a los olmecas (etnias autóctonas milenarias) como templos naturales para sus ceremonias religiosas. Entre estalagmitas y estalactitas de una envergadura de 20 a 85 metros de altura se abre un espacio que permanece inalterable a través de los siglos conectando como pocos el ayer y el ahora.
Las impresionantes formaciones rocosas llevan millones de años confirmando la persistente labor de las fuerzas naturales, que a través de la erosión van diseñando cada una de las figuras sombrías y poéticas en las que se transforma en la piedra caliza labrada por el agua.
Al caminar por el resbaladizo espacio, húmedo y oscuro, el visitante siente esa poderosa sensación de desequilibrio que lo arrastra a su centro cada vez más profundo.
Frente a este pasaje monumental, el hombre no puede menos que asombrarse y agradecer la oportunidad de ser testigo humilde de este vestigio viviente del Universo petrificado.
Las Grutas de Cacahuamilpa son una aventura espeleológica que cautiva a los visitantes, un viaje metafísico a las entrañas de la creación que nos enfrenta a lo eterno y a lo efímero, a lo que sabemos y a todo lo que nuestra especie ignora.