Sociedad

Sueños poderosos

TXT Cristina Acasuso Rivero
Lectura 3 - 6 minutos
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Sueños poderosos

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Cristina Acasuso Rivero

Universidad Autónoma del Estado de Morelos.

Podría decir que he viajado por el mundo, aunque a decir verdad, la Tierra es tan inmensa que probablemente no conozco ni la milésima parte. Durante mis años más nómadas, entre los 18 y los 38 años, he tenido la oportunidad de viajar por 35 países y vivir en 8 de ellos; y he tenido la imprudencia de mudarme más de 45 veces de casa.

Todo este movimiento fue siempre incitado por la búsqueda de un sueño, lejano, incomprendido y un tanto amorfo, que me llevaba a sentir la necesidad de prepararme y estudiar más. Lo extraño de mi objetivo era un tanto indefinido, incluso para la misma soñadora. Eso es porque los sueños poderosos son como los charcos que persigue un conductor en una carretera acalorada, van avanzando a la par que el vehículo y se transforman en charcos igualmente lejanos con formas distintas. Pero esos son los sueños que, incluso cuando pasan por su forma ilógica, tienen una fuerza implacable.

Por ejemplo, cuando entré a la carrera de Biología, entró también un estudioso chavo que había decidido descubrir la quinta propiedad de las proteínas, mientras que la mayoría de nosotros ni siquiera sabíamos que las proteínas tenían propiedades. Cuando se enteró que dicha propiedad estaba ya descrita, se desalentó… pero sólo temporalmente. Luego su sueño mutó en una nueva pregunta que fue posible gracias al comienzo fallido. Pero si el objetivo no se moviese, no seríamos capaces de crecer, de evolucionar y de plantearnos objetivos más lejanos. Así, con el tiempo, nos vamos planteando objetivos que antes no éramos capaces de ver, charcos más lejanos. Así llegué yo a la UAEM, después de 3 años de viajar, estudiar y trabajar en varios países.

Cuando regresé a México, comencé a trabajar con animales-no-humanos entre un montón de gente capaz y resiliente, pensé que un título de licenciatura me ayudaría a avanzar en mi sueño. De alguna manera yo ya sabía que quería mejorar las relaciones entre los animales humanos y no-humanos; sólo que en ese entonces yo era incapaz de llamarle así a mi objetivo. Desconocía el área y las necesidades que el mundo futuro tendría cuando yo hubiera adquirido las herramientas para contribuir en dicha área. Pero veía el primer charquito, así que entré a la UAEM.

Aún recuerdo los nervios al recibir la llamada de mi hermano para anunciar que si había pasado y con el tercer mejor puntaje. ¡Y yo que pensaba que no iba a quedar! Viajamos por Morelos, Chiapas, Veracruz, Oaxaca, Guerrero, Edomex, Michoacán, Puebla, entre otros. Muestreamos ríos, plantas, invertebrados, aves, murciélagos, cacas, huellas, pedacitos de vómitos, DNA, huesos, etc., y fuimos la cena de cualquier cantidad de insectos. Incluso, formé parte del programa de intercambios con la UBA, en Argentina, donde me adentré en la biología molecular. Durante la carrera aprendí de personajes sumergidos en sus pequeños mundos matemáticos, químicos, fisiológicos, genéticos, moleculares, vegetales y microscópicos, por mencionar algunos. Había algunos profesores tan apasionados que era imposible resistirse a echar un vistazo a sus charcos. Fueron años memorables de crecimiento, pero, sobre todo, aprendimos a cuestionarlo todo.

Podría haberme titulado por promedio, pero decidí hacer tesis. No sabía enteramente por qué, pero intuía que eso me abriría más puertas en el futuro. Entonces, escribí una muy mala propuesta de investigación… que yo suponía buena. Era el primer bosquejo de un charco propio e hice lo mejor que pude con las herramientas que tenía. Resultó que la iniciativa se valora y dos grandes investigadoras de la UNAM me ayudaron a arreglar ese charco desbarajustado y a usar esa energía creativa. Así logré contestar preguntas medianamente en la dirección de mi interés; pero, sobre todo, adquirí más herramientas.

Me di el lujo de rechazar una oportunidad de doctorado directo en Tasmania, pensando que necesitaba antes una maestría. Me mudé a Quintana Roo y, para mi sorpresa, alguien en Francia encontró que mi trayectoria era prometedora. En el CRI, Paris, me cambiaron la vida. Primero, porque crearon una beca específica para que pudiera yo unirme a su Maestría. Segundo, porque me enseñaron la fuerza de la interdisciplinariedad y la colaboración entre mentes forjadas en distintas materias. Tercero, porque me brindaron la oportunidad de trabajar en las mejores universidades de Francia. Y cuarto, porque me hicieron notar que todas esas investigaciones maravillosas que yo leía eran hechas por humanos, mortales, que tienen incluso puntos débiles. Humanos, como yo, pero más adelantados en el camino, más fuertes. Entonces yo tenía que adquirir más fuerza.

Me fui a trabajar a Grecia, a una ONG basada en una isla remota llamada “El horno de los corsarios”. Durante ese tiempo estuve rodeada de gente que quería mejorar al mundo mediante el cuidado a los ecosistemas. Luego, ya con un poco más de claridad en mi propio proyecto, empecé un doctorado en Australia. Pero se robaron mi proyecto y me descartaron porque pensaron que “la mexicana no iba a llegar”. Me vi forzada a regresar a México para salir de deudas y comencé a aplicar a decenas de universidades.

Intenté irme a la UNAM, pero la burocracia del entonces CONACyT lo impidió debido a mi gran caída. Así que terminé en la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, empezando otro doctorado. Durante este tiempo, tuve acceso a discusiones, cursos y seminarios extraordinarios; además tuve oportunidad de trabajar en mi querido mar Caribe por varios meses. Estando en una de las mejores universidades del mundo, valoré más a cada maestro de mi pasado y entendí que hay profesores e investigadores buenísimos y malísimos en TODOS lados; sólo cambia la proporción. También inicié la tradición de ponerme mi anillo de graduación de la UAEM cada vez que doy un seminario para nunca olvidar que mi alma mater está en Cuernavaca, Morelos. Una ciudad de grandes pensadores y enigmáticos personajes que imaginan las formas más creativas en los charcos de las carreteras y que luego, les dan vida.

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