Cada que vamos a ese sitio nos vuelve a sorprender el brazo izquierdo de don Avelino y, más que toda la extremidad, lo que tiene en la punta del brazo: ahí donde debería estar una mano grande, callosa y negra, como su gemela, hay una prótesis de madera y metal que amenaza como espada japonesa. ¿Qué le habrá pasado?
–¿A qué hora nos cuenta de los fantasmas que hay en la hacienda? –pregunta uno de mis amigos a este hombre que mide más de 1.80.
–De regreso –responde.
Administran el lugar los ejidatarios
Según nos ha contado el propio guardián de esta edificación, desde hace más de una década el comisariado ejidal de La Mezquitera, del municipio de Tlaquiltenango, administra esta ex hacienda minera del siglo XVI que dirigiera y fundara Hernán Cortés:
–Hace más de diez años, una vez vino un funcionario del INAH, no sé si era el director o qué, y vio que una piedra grande suelta que era del escalón de la hacienda y me echó la culpa de que yo la había desprendido. Insistí en que yo no era el responsable y que podría arreglar eso, porque, qué chingar, fui albañil y sé hacerlo, pero él me siguió culpando hasta que le dije ya encabronado: ¡bueno ultimadamente qué chingar, el terreno es mío y la construcción es suya, llévese su construcción y yo me quedo con el terreno, a ver! Y así acabó aquella discusión.
Realizamos el paseo en el casco de la ex hacienda, localizada a una profundidad de ocho metros, que consta de acueductos con molinos de agua, lavaderos de metal, hornos fundidores de metal, cortadora de agua, purificador de agua, pero sobre todo de gigantescos amates que parecen gigantes amarillos atravesando con sus raíces la construcción. Una hora después y con nuestras cámara llenas de imágenes subimos.
La espera del cuentero
Don Avelino se encontraba debajo de una enramada, sentado a la mesa con tres hombres de su edad y uno más joven. Bebían cervezas y bromeaban. El cuidador de vez en cuando escupía al piso de tierra y secaba es escupitajo con sus huaraches de llanta.
En la tiendita comunitaria del lugar pedimos una bebidas y nos sentamos a unos metros de aquelloshombres. Esperábamos la primera oportunidad para pedir al encargado de la ex haciendaque nos platicara sobre los espantos.
Casi media hora después y a punto de irnos, don Avelino se acercó, con una botella oscura en la mano derecha. Arrastró una silla de plástico y se sentó a la mesa con nosotros, advirtiéndonos que no lo grabáramos con la videocámara. Después de por los menos cuatro Victorias, el ojo le brillaba tanto como el diente de oro.
Tomó un trago a su cerveza, sacó un Marlboro y se lo llevó a la boca. El brazo izquierdo hizo el intento de coger un encendedor de la mesa, como queriendo decir que era una mano humana que podía hacer cualquier cosa, hasta realizar el complicado acto de presionar el engrane sobre la piedra para que se produjera la chispa y el combustible se quemara.Yo agarré el encendedor con rapidez y le prendí el cigarro.
Fantasmas menores
–Iren. Varias personas me han contado que allá abajo espantan, pero yo no le creía hasta que a mí mismo me asustaron. Hace ocho meses unos muchachos me dijeron que en las fotografías que habían tomado había alguien que no conocían: ellos eran cuatro, uno tomó la foto y quedaban tres pero en la foto aparecían cuatro. Me mostraron la foto y sí, había cuatro personas, uno de ellos atrás, borroso. Yo les dije que no conocía a la persona que estaba detrás, que no era de aquí esa persona, porque yo conozco a todos los que viven acá y a los ejidatarios, pero ninguno de ellos era.
Hace seis meses también vinieron unos muchachos en bicicleta. Eran tres. Me pagaron y se fueron por las veredas -cerca de la hacienda está el río Cuautla y hay espacio para la práctica del senderismo-. Regresaron como en una hora. Estaban tomando agua y uno de ellos abrió su cámara de video y dijo asustando: ¡no tengo ninguna imagen! ¡Son los chaneques, les dije yo! Es que hay chaneques a los que no les gusta que les tomen fotografías ni videos a su casa, a los caminos por donde andan. Los muchachos me pidieron una hora más para hacer fotos, les di permiso por el mismo precio y se fueron.
El mero chamuco
Yo siempre había querido que me asustaran porque no sabía qué era eso, siempre me había platicado pero directamente no.
Una vez vino un profesor que siempre venía a visitar la hacienda. Yo lo conocía desde que él era un chamaco. Pues vino ya una vez que había acabado la carrera, ya adulto y trajo a una alumna suya, una muchacha mucho más joven que él.
Ya era tarde y medio estaba oscureciendo y yo le ofrecí ir con ellos para que no se fueran a lastimar en la oscuridad pero se negaron. Yo de todos modos andaba al pendiente, acá arriba. Como a los veinte minutos que se fueron oí la voz de la muchacha que gritó “¡Ya, déjame!” Yo pensé que habían tenido algún problema de pareja. Al rato subieron juntos. Ya había oscurecido.
El muchacho, que no recuerdo su nombre, me dijo que a su alumna la perseguían los fantasmas y que el grito que pegó fue porque una mujer enrebozada, con un niño en brazos, la estuvo llamando, y como ella no se acercó la mujer se le acercó y la quería tocar. Por eso ella le gritó. El muchacho dijo que él no había visto nada pero que sí habían sentido algo extraño y se le enchinó el cuero.
Yo les dije que no creía que hubiera sido un espanto, a lo mejor era una persona y le tuvieron miedo y decidí bajar para que no me contaran. Para entonces ya todo estaba oscuro abajo, aunque por la luna arriba se podía ver algo. Bajé unos escalones y de pronto vi un bulto sobre la barda, era como una mujer con la cara tapada y no se le veían los pies, como que flotaba. Yo la quedé viendo y se me pararon los pelos del cuerpo. En eso hubo un tronido enorme, nunca había yo escuchado ese tronido. Y enseguida comenzaron a moverse las paredes y los arcos. Yo tuve mucho miedo y pensé en tirarme desde arriba hasta abajo pero como estaba oscuro y son más de ocho metros no sabía yo dónde caería. Todo esto ocurrió en menos de un minuto.
Cuando subí, me encontré a la pareja sentada, muy quietos. ¿Están bien?, les decía. ¿Están bien?, pero ellos no contestaban, parecían que estaban muy lejos y no me escuchaban, hasta que me acerqué y sacudí al muchacho por el hombro y como que despertó. Él sacudió a la muchacha y ella respondió. Sí, estoy bien.
¡Vamos a seguir al espanto! Les dije yo. Pero ella no quiso, ni el muchacho. Al rato se fueron en su coche. Ya eran como las 10. Yo me estuve pendiente escuchando en la tele y en el radio pero nada que hubieran dado algún reporte de temblor.
Esto que me pasó, lo imagino como cuando Zapata le echó binamita –dinamita- al acueducto, para echar a juir –para que huyeran- a los pinches jesuitas que trabajaban la hacienda y no daban ni un peso ni madres; así me imagino. Cuando los binamitó.
¿Quién nos espantó, quién era aquella mujer tapada? ¡Pos El diablo, Satanás, el Chamuco, los duendes, el Chaneque, el Amigo!, esos son los nombres con los que conocemos a este condenado.
Hasta se dejó retratar
Durante nuestra charla don Avelino se echó varias cervezas y eso le ablandó el corazón para dejar que le hiciéramos unos retratos, con la promesa de que en nuestra próxima visita le llevaríamos una foto enmarcada.
–Cuando vengan de nuevo quiero una foto pero montado en mi caballo, así como la que me sacaron en la película de Zapata.