Pero conocer de cerca a través de testimonios y la familia del general sus virtudes y los tantos defectos –como que le creía a la gente sin consulta, ni dar tiempo— ha sido parte de lo más satisfactorio en el terreno del trabajo periodístico del que escribe. El azar, siempre el azar en estas áreas, como cuando en el año 1980 nos llamaba una señorita de voz con mando “de El Universal”, en tanto hacíamos la guardia en un diario que vivió su esplendor y a partir de poco lo ha perdido por la nula dirección de una persona atribulada.
Le dijimos que nos narrara qué sucedía en lo que suponíamos era el restaurante, cafetería y bar “La Universal” en el corazón de nuestra ciudad. “No, llamo de El Universal, el periódico. Soy Rebeca Lizárraga, la jefa de corresponsales”. Nos pusimos a sus órdenes. Decía que contaban con un corresponsal, un señor de edad madura que normalmente olvidaba enviarles información, que en ese momento tenía que cubrir los espacios de su sección y si podíamos ayudarla. Nos pidió nuestros datos y advirtió con claridad: “No estamos invitándolo a trabajar aquí, pero le pedimos auxilio”. Tenía el reportero cuatro notas propias y las ofrecimos. Eran días que solamente por télex y había que ir al IMSS en bulevar Juárez a buscar que lo prestaran. “Le pongo a uno de nuestros redactores para que le pase la nota, muchas gracias y lo busco”, dijo la sinaloense Lizárraga, tía de Daniel, viejo amigo, reportero en Morelos, luego en Proceso y actualmente una de las figuras nacionales en los terrenos del reportaje.
“Échale, de corridito”, fue lo primero que dijo “la voz” al otro lado del “cable”. Se trataba de Ricardo Alemán, joven reportero en ese momento en el área de corresponsales. Comenzamos la primer nota marcando comas, puntos y seguido y puntos y aparte. No, corrigió: “¡De corrido te dije, yo aquí ordeno el texto!”. Nos pusimos rejegos y dudamos que lo hiciera bien. Nos mandó a la goma, le respondimos igual y quedamos de darnos cualquier día un encontrón. Pensaba un servidor: “Si sólo trato de ayudar, no para que me maltraten”. Entonces apareció una voz más mesurada que, paciente, nos permitió las comas, los puntos y demás. Se llenaron las cuatro notas tras un largo espacio. Volvió a pedirnos los datos y nos pasó a la jefa que más en confianza, dijo: “Te voy a buscar, pero ahora no hay firma, primero arreglamos con el que tiene la plaza y seguro te voy a buscar. Me gustan algunas de estas notas”. Era Roberto Rock Lechón, toda una institución en este medio, del que ha sido director y vicepresidente. Entonces era un emprendedor redactor y reportero con el que solicitábamos ayuda para empujar y echar a andar su vocho, con el cristal hecho pedazos y el estéreo perdido, allá por Bucareli, cuando lo acompañábamos a alguna reunión del entonces PSUM, del que simpatizaba o formaba parte.
Terminamos la guardia en tiempo y forma y lo tomamos como una parte más del día, no medíamos proporción, sobre todo en esos tiempos que El Universal tenía el liderazgo en el diarismo nacional. Fue al día siguiente que al llegar a la redacción, Juan Emilio Elizalde Figueroa, con el que nos conocíamos desde las gradas del Miraval en los partidos de Liga Mayor, nos llevamos hasta la fecha duro y es producto de la cultura del esfuerzo, hermano de un gran amigo David “El Trompas” del barrio de nacencia, nos recibió alegre y gritón:
--“¡Pinche cacahuate, te la tenías guardada con lo de El Universal!”, y nos mostró el diario, donde aparecían tres notas de Morelos firmadas por el que hoy también les escribe. Estaban contentos todos los compañeros de esa inolvidable y excepcional redacción y no vamos a poner los nombres porque, por fortuna, muchos siguen vigentes, algunos se nos han adelantado, pero era una competencia fuerte, estaban los mejores, los más conocidos y cualquier ascenso era complicado, se tenía que ganar con trabajo. Diario nos regalaban notas rechazadas por duras o porque no eran del gusto del que editaba. Y algunas las enviábamos a México. Ahí sí que había una escalera, donde subir era complicado. Una buena escuela esa redacción, el parteaguas del periodismo local que, lamentablemente, hoy lo han echado a perder. Pero ese es otro tema.
Cuatro, cinco años en El Universal, haciendo trabajos especiales aparte de la corresponsalía, hasta que pedimos permiso por una invitación del gobernador Lauro Ortega en 1984 y luego en 1986 para trabajar en su administración.
Empezamos como lo hicimos, porque una madrugada de 1994 sonó el timbre del teléfono de la casa de todos ustedes. Era de la redacción de Excélsior, donde ya teníamos siete años y estuvimos hasta mayo de 1998 que volvimos al gobierno en un área que los periodistas conocen, la de comunicación social, porque unos colegas de “Le Figaro” de París –de los importantes diarios de Europa— requerían información porque vendrían a Morelos, en busca de información “sobre el mito de Emiliano Zapata”. El que hablaba se llama Jaques Torregano, un extraordinario fotógrafo, ganador de premios internacionales y con él estaba Jean María Montali, que reportearía el tema. Nos pusimos de acuerdo, Rolando Ortega Calderón, coordinador de Comunicación Social del gobierno en turno, de los que más conocen de estas tareas según lo constatamos, nos apoyó, incluso su hijo Pablo fue traductor de los colegas franceses.
Fue una experiencia imborrable reencontrarse con 34 sobrevivientes de la refriega revolucionaria, hablar con cada uno de ellos, llevarlos en un camión al palacio municipal de Cuautla, donde el artista Torregano hizo unas fotografías sensacionales, largas entrevistas hablando y hurgando en los archivos del maestro Valentín López González, para que sacaran un trabajo que se reflejó en el magazine de Le Fígaro con un modestísimo tiraje de 2 millones 500 mil ejemplares, un día domingo. Nada más. Hace 18 años, en el mes de mayo, cuando Zapata despertaba polémica a través del levantamiento del EZLN en Chiapas.
Nos permitió dos trabajos más especiales con ellos, uno de estos lo hizo profesionalmente Teresa Sánchez en la selva chiapaneca, con entrevista al Sub Marcos incluida (una periodista morelense de excepción) y otro que tiempo después realizamos por todo el país sobre un tema que estaba, está y no pasará un rato de moda: el narcotráfico. Este último no apareció conjuntamente en El Clarín, aquel pequeño diario que enterramos un diciembre de 1994. A propósito, por estos días se cumplen 21 años de un homicidio que hermanó a dos gobernadores, uno como parte de la ejecución y el otro como tremendo encubridor. Pero éste, también es otro tema.