Conocemos cuando menos hace 30 años a Raúl Sánchez Ocampo, como parte del comité directivo estatal del entonces Movimiento Nacional de la Juventud Revolucionaria que en Morelos dirigía Jorge Meade Ocaranza. Es de los jóvenes que ganaron sus municipios, como Leopoldo Tovar Enríquez en Jiutepec, César Cruz Ortiz en Temixco y Raúl Sánchez Ocampo en Axochiapan. En efecto, no había competencia al frente pero hacia adentro era duro escalar y se daban con todo los priistas nuevos.
Siempre por diversas vías hemos mantenido el contacto con Raúl, incluso hace algunos años nos llamaba desde su residencia en Minnesota y en los últimos meses lo ha vuelto a hacer. Inquieto, amante irrefrenable de su Morelos, ha encontrado en el internet no estar lejos de su tierra y amigos. No tenemos el dato preciso, pero es el morelense migrante que más se conoce en los medios, porque opina lo de aquí comiéndose las uñas hasta allá, donde la nieve. Él es de una de las regiones más calurosas de nuestra tierra, Axochiapan, en mal momento llamada por algún chistoso “La Siberia morelense”, por ser el punto más lejano de la capital, dos horas más o menos. Lo que pasa es que nuestro Estado es chiquito en territorio.
Nos envía a sus amigos un sentimiento desde aquellas tierras, y aunque restriega su condición de migrante, satisface que haya logrado parte de sus objetivos, lo que él llama “su sueño americano”.
Aquí está:
Ya no hallan cómo corrernos
*Soy originario de Axochiapan, Morelos, y me convertí en migrante desde el año 1998, cuando aún se me hacía muy difícil tomar esa decisión, pero ahora sé que fue la mejor.
Por Raúl Sánchez
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Tuve la suerte de tener visa de turista y la aproveché para no pasar los sobresaltos que suelen sufrir casi todos los connacionales morelenses, y de inmediato le entré a la cultura del trabajo y del esfuerzo personal. A los dos días encontré trabajo, en el que sigo después de 12 años, echándole muchas ganas por salir adelante, pues “a este país hay que conquistarlo cada 24 horas”, si nevó o “te descansaron”, preocúpate por el día de mañana, porque los gastos siguen.
Siempre me dije a mí mismo que a mis hijos o los iba a vestir de gloria o los vestiría de luto, pero de que los sacaría adelante, lo haría. Y con orgullo y satisfacción, estoy a un paso de cantar victoria: un año a más tardar y habré logrado el sueño americano personal, que para mí no son riquezas, ni poder, sino hijos útiles a la sociedad. Están a punto de concluir sus estudios universitarios en Puebla, mi hijo como Ingeniero de Autopartes, y mi hija como Dentista.
Aquí, en las llamadas ciudades gemelas, Minneapolis y San Pablo, en el Estado de Minnesota, tenemos que soportar intensas nevadas y fríos casi todo el año. La verdad, no estábamos acostumbrados, sobre todo los del sur de Morelos. Me dicen que “comenzamos” a llegar “acá” a inicios de los años ochentas, y que en esa época se contaban con las dos manos los hispanos, y sobraban dedos. Minneapolis entonces era el paraíso: llegabas, te establecías en casa de un amigo o familiar y, ya con trabajo, buscabas tu propio espacio, como ahora. Los primeros hispanos se daban el lujo de tener dos o tres trabajos con licencias con diferentes nombres y metías a los hijos al “welfer” para que le dieran a cada uno su ayuda mensual. Era fácil cambiar de trabajo a través de las temporarias (oficinas que contrataban, y lo siguen haciendo, personal para colocarlo en diversas compañías), mismas que te pagan menos que la propia empresa y ellos se quedan con la diferencia, lo que les representa un jugoso negocio; claro, a costa de nuestra mano de obra. Sí, había dinero, pero era muy aburrido, sólo había un centro de abasto que aún sigue llamado “El burrito mercado”, al que asistía la comunidad latina, y entre ellos, los escasos primeros morelenses venidos desde Tlalayo, Axochiapan. A la fecha, en Minnesota hay morelenses de los 33 municipios del estado y del 98% de las comunidades morelenses, desde Palo Blanco hasta Fierro del Toro, y desde Hueyapan hasta Zicatlacotla, todos dispersos en los diferentes suburbios, aunque también están en otros estados. Hoy, ya no hay esa bonanza... y ya no hallan cómo corrernos. Ya les contaré.