“Aquella no era una cárcel, era una universidad del crimen.
Entré con un bachillerato en mariguana
y salí con un doctorado en cocaína.”
-Johnny Depp-
(George Jung. Película “Blow”)
Hace unos días, el ocho de mayo para ser exactos, vivimos lo que nunca se había vivido en el centro de nuestra ciudad. Un ataque directo en el que hubo dos personas fallecidas y dos heridas. Quien lo perpetró fue un chico de veintidós años llamado Maximiliano González, y que, según dicen, lo hizo por la cantidad de cinco mil pesos. Este joven ya había ido a la cárcel en el 2015 cuando tenía dieciocho años y más tarde en 2016.
Su historial tanto familiar como delictivo era lamentable. Su padre fue asesinado, y vivían en situación precaria. Su madre dijo que Max hacía un mes que no vivía con ella, precisamente por su mala conducta.
Además de los sentimientos encontrados, he visto muchos comentarios en las redes como es el de la pena de muerte, que le impongan todo el peso de la ley, que lo maten y demás etcéteras. Pero la pregunta fundamental para mí, tal vez no para todos y todas, es ¿Tenemos alguna responsabilidad como sociedad? Obviamente va incluido el gobierno. Yo digo que sí.
Dice el “Informe mundial sobre la violencia y la salud” (2002) de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que: “Aunque todas las clases sociales padecen la violencia, las investigaciones demuestran que las personas de nivel socioeconómico más bajo son las que corren mayor riesgo. Si se desea prevenir la violencia, se debe poner fin al abandono que sufren las necesidades de los pobres, que en la mayoría de las sociedades son quienes suelen recibir menos atención de los diversos servicios estatales de protección y asistencia”.
Dice la misma Organización Mundial de la Salud que “gran parte de la violencia guarda relación con las desigualdades sociales” por lo que, para luchar contra la violencia, “los gobiernos deberían esforzarse al máximo por mantener los servicios de protección social”.
El senador Bobby Kennedy alguna vez dijo que “cada sociedad tiene el tipo de criminal que merece”. Y si ponemos atención a lo que sucede a nuestro alrededor, vemos que son los más necesitados, los que viven en situación de pobreza, los más propensos al crimen…
Es urgente activar todas las instituciones policíacas para atender y detener a los criminales. Pero también es fundamental dedicarse a lo importante: Realizar acciones de prevención del delito, atender a los más necesitados, visitar sus comunidades y enterarse de sus carencias y atenderlas. Es importante el equilibrio.
Alguna vez lo mencioné. También es importante devolverle la credibilidad al gobierno. Sigue la corrupción, la impunidad y ahí no se menciona nada. El pueblo dice que no importa lo que se diga o haga, los del gobierno siempre serán corruptos. Ahí están las estadísticas de opinión.
El poeta peruano Carlos Pimentel dice que: “Todas las personas exigen respeto, pero casi nadie exige que el sistema respete el derecho que tenemos de vivir una vida digna, en paz, sin hambrientos, sin guerras, sin analfabetos, sin mentiras, sin modelo neoliberal y sin esclavos.”
Debemos atender lo urgente, es verdad, pero no hay que olvidar atender lo importante, lo esencial. No es tan difícil. Los que podamos, atendamos las zonas marginadas, apoyemos a nuestras instituciones gubernamentales. Si no podemos toda la semana por nuestro trabajo, apoyemos un par de horas los fines de semana. Que el gobierno promueva estas acciones. Nosotros los ciudadanos, hombres y mujeres preocupados y ocupados en tener una mejor sociedad los apoyamos. Pero con directrices y objetivos reales. Comencemos a trabajar juntos para construir una mejor comunidad. Mientras, que las instituciones de autoridad sigan trabajando en lo urgente.
Educación, cultura, arte, necesidades básicas aseguradas, empleo, atención médica de calidad, vivienda digna, son factores importantes para vivir en paz. Y en el caso de las instituciones carcelarias, éstas deben trabajar para asegurar la reinserción social, y no, como dice el epígrafe, que sigan siendo universidades del crimen.
Sólo así lograremos una cultura de la paz para el buen vivir.