Es domingo, tercer domingo del mes junio, día del padre, año 2019. Creo que por primera vez veo mucha gente comprando cosas para celebrar este evento. Con nosotros no hay equidad de género en este día, pues la celebración no es un día fijo como para las madres. Pienso en eso, pero ya no duele tanto. Ya me acostumbré. En algunos trabajos, mañana será día de descanso para los hombres que son padres. Las redes sociales hoy se llenaron de mensajes para los padres. Esta vez sí parece un día especial. Hasta algunos autobuses y rutas pusieron anuncios para celebrar. Yo me fui con mis hijos, Lobito y Manzanita, de compras. Se les antojó un ceviche Primo’s special y aguachile. Fue en ese momento que me di cuenta de la algarabía en las compras para festejar a papá.
Como muchos de ustedes saben, mi historia tal vez no fue lo mejor si hablo de mi padre. Cuando era pequeño, a pesar de los conflictos que viví con él, era más el amor que le tenía que cualquier otro sentimiento. Sin embargo, el tiempo pasa. Los hijos crecen y todo lo vemos desde otra perspectiva. Y así pasó conmigo. Me di cuenta de los errores y debilidades de mi padre. Veía su problema del alcohol como algo de lo que tenía que huir. Mi familia, mi madre y mis hermanos sufrían mucho. Yo también, pero siempre tenía en mi mente que un día me marcharía de casa. Y así fue.
Me fui de casa a los dieciséis años. a los veinte logré mi primera beca de estudios a la República Popular China. Hablé con los papás de Mayté, gran amiga de la prepa para que nos llevaran en su coche al aeropuerto. Mis padres querían acompañarme. Ya en el aeropuerto, al despedirme de mis padres, mi madre, con rostro digno y firme me dio la bendición, y con la ingenuidad sabia de la gente de su pueblo me dijo: Hijo mío, no me imagino cómo es vivir en otro país donde la gente es diferente y con una lengua extraña. Recuerda: si haces bien te va a ir bien. Pero si haces mal, así te irá. Consejo tan sencillo y humilde. Obvio, tal vez. Pero muy sabio.
Mi padre estaba muy emocionado. Me abrazo y me dijo: hijo mío, no sé si algún día te volveré a ver, pero tengo que pedirte perdón porque nunca te enseñé nada en la vida. Me dio un crucifijo de madera y me dijo que Dios me cuidaría por los caminos que anduviera. Me despedí de Mayté y de sus papás. Les agradecí su amistad y el gesto amable de llevarme al aeropuerto.
Ya estando dentro del avión. Mi mente se desbordó pensando en mi niñez, en mis amigos, en las experiencias vividas y todo lo que me esperaba en mi primer viaje al extranjero. De repente resonaron las palabras de mi padre en mi mente: “tengo que pedirte perdón porque nunca te enseñé nada en la vida”. De mi corazón, surgió un sentimiento y brotaron unas palabras de mi mente. Eso no es verdad. Mi padre sí me ha enseñado algo muy importante. Si no me enseñó cómo vivir, sí me enseño cómo no quiero vivir.
Mi padre era brusco, en su vida de campesino, nunca le enseñaron a expresar su amor. Nunca nos permitió un abrazo. Mucho menos un beso. Siempre escondió sus sentimientos…
Algunos años después, cuando regresé a casa, y habiendo aprendido nuevas formas de vivir, llegué a casa de mis padres besé a mi madre con cariño, como siempre lo hacía. Me acerqué a mi padre y le di un beso en la mejilla. No dijo nada. Se quedó callado mirándome. Serio. No creía que uno de sus hijos le diera un beso. Sin embargo, en medio del silencio, noté cómo se le llenaban sus ojos de esa agua salada que llaman lágrimas.
Desde entonces, cada vez que visitaba a mi padre le daba un beso en la mejilla para decirle que lo quería mucho y que me importaba más.
Mi padre dejó este mundo hace ya muchos años. estuve con él cuidándolo en las postrimerías de su vida. Le contaba historias mientras lo abrazaba hasta el día en que decidió marcharse a otros planos.
Mi padre ya no está conmigo, pero desde que se fue, a cada momento le agradezco sus enseñanzas. Soy quien soy ahora por todo lo que viví con él. Yo no sería quien soy si mi padre hubiera sido de otra manera. Gracias, padre mío por todas tus enseñanzas. ¡Feliz día del padre!