"Y ahora, he aquí mi secreto,
un secreto muy sencillo:
Es sólo con el corazón que uno
puede ver correctamente,
lo esencial es invisible para el ojo”.
Antoine de Saint-Exupéry
Hace un par de días, el sábado para ser exactos, me reuní con mis viejos amigos de la prepa. Cinco jóvenes, en aquel entonces, que se reunían para jugar a que formaban un grupo musical y que tocaban en fiestas y en tardeadas. Lo soñamos, y así lo hicimos. Después de un tiempo, la vida, los intereses, los estudios y los viajes nos separaron. Así pasaron los años, los matrimonios y los hijos, y por supuesto, una serie de experiencias que nos hicieron madurar. Un día llegó una pandemia que fue causando destrozos en el alma de cada uno de nosotros. Murieron muchos de nuestros amigos y amigas, así como familiares. Y algunos se siguen yendo porque la pandemia ha decidido quedarse a vivir entre nosotros.
Y eso, la pandemia, nos convocó a reunirnos y volver a tomar nuestros instrumentos musicales para ensayar como cuando éramos adolescentes. Como cuando éramos felices y no lo sabíamos. Como cuando no sabíamos qué pasaría con el futuro. Ni siquiera pensábamos en él.
La plática del sábado durante el desayuno, antes de comenzar el ensayo, nos hizo recordar los viejos tiempos y nos llevó a una conversación un poco diferente. Y surgió una pregunta: Si fueras a morir hoy, ¿Te irías tranquilo? Algunos dijimos que sí. Yo entre ellos. Pensé en todo lo que he vivido, y recordé que desde hacía muchos años cuando llegaba la noche, antes de dormir, decía: Padre mío, si ésta es mi última noche sobre la tierra, te doy gracias por todo lo que me has regalado. Absolutamente todo. Me regalaste una vida maravillosa, en la que, por supuesto, yo tuve que tomar las decisiones ante todas las opciones que me ponías sobre la mesa. En algunas me equivoqué, sin embargo, creo, que en la mayoría tomé buenas decisiones que me han llevado al lugar donde me encuentro. Así, que nuevamente te agradezco por todo lo que he vivido. Estoy listo para partir.
Más tarde, me di cuenta que, en otro momento de mi vida, lo que habitualmente decía por las noches cambió radicalmente. Ya tenía dos ramitas en mi árbol, mis pensamientos no eran los mismos de los de antes. Así, que, desde entonces, al caer la noche mis palabras cambiaron. Igual que antes, daba las gracias a Dios por todo. Le decía que si había llegado mi hora, que estaba listo, y agregaba: Pero si se puede, déjame quedarme aquí por un tiempo más. Déjame cuidar a mis hijos. Déjame guiarlos un ratito por este camino que se llama vida. Déjame amarlos con todo mi corazón. Qué sepan que hay un amor bonito. Un amor que cura todo y que da optimismo. Que despierta las ganas de ser mejor. Que te da razones para vivir porque la vida es una fiesta maravillosa a la que venimos a ser felices, pero no nos damos cuenta porque sólo vemos lo negativo. Mejor dicho, nos enseñan a ver lo negativo. Pero que llega un día en nuestras vidas en que nos damos cuenta, si abrimos bien los ojos, que tenemos el poder para sanarnos a nosotros mismos, para amarnos a nosotros mismos. Y si aprendemos a amarnos a nosotros mismos, entonces, y sólo entonces, podremos amar a los demás. Por eso te pido más tiempo, Padre mío. Así que, si tú dices que es hora de marchar, estoy listo. Pero si me lo permites, déjame más tiempo aquí.
No. No estoy listo para partir. Sin embargo, sé de mi fragilidad. Yo no tomo la última decisión. Y por eso, porque no sé cuándo me iré, decido vivir con optimismo y con más amor. Mucho amor. Decido dar lo mejor de mí, no como siempre, sino con más ganas todavía. Y aún con eso, como soy imperfecto, sé que me volveré a equivocar, me volveré a caer. Sin embargo, mis ojos, mis sentidos y mi corazón estarán más atentos.
Cada vez me queda menos tiempo. Cada vez está más cerca mi partida. Por eso quiero estar en paz con la vida, con mis amigos, con mi familia. Y no porque mi partida esté más cerca sino para que mi alma se vaya llenando de paz y de mucho amor para cuando me vaya, lo haga con un corazón lleno de luz. Espero lograrlo.
El ensayo musical estuvo lleno de canciones que nos gustan desde nuestros tiempos mozos. Así que entre canción y canción aparecía la anécdota de quienes ya se habían marchado y las lecciones que nos habían dejado.
Sin quererlo, el ensayo fue un pequeño tributo, casi nada, pero con mucho amor, tanto para los que se fueron como para los que todavía estamos aquí. A mí me hizo pensar y repensar muchas cosas.
Y, de hecho, ya comenzamos a pensar la fecha de regreso a los escenarios. Queremos hacer una “tocada” para recordar, con los viejos amigos, aquellos tiempos en que éramos felices y no lo sabíamos. Y también para recordarnos que, si seguimos el camino equivocado, todavía hay tiempo para cambiarlo para ser felices.