El fin de un año siempre nos invita a pensar, contemplar y reflejar sobre todo lo que ha ocurrido durante los 12 meses previos y recordamos con ganas y con alegría algunos acontecimientos, otros con tristeza y otros más con temor. Hemos vivido un año difícil no sólo por la crisis financiera que le ha pegado a nuestras carteras sino también por la inseguridad, la violencia y las marchas, entre otros sucesos. Hemos sufrido mucho calor y recibido poca lluvia; somos testigos de los cambios experimentados por los árboles y las plantas cuyas flores y hojas aparecen en meses diferentes a los esperados. Es importante estar conscientes de los acontecimientos climáticos que están pasando en todo el mundo de manera permanente, porque nos afectan a todos más que nunca.
El año 2011 fue notable por la fecha 11.11.11 y algunas personas alrededor del planeta pensaban que se iba a acabar el mundo, pero no pasó nada. Fue un año interesante por los avances tecnológicos, sobre todo en telefonía celular. Somos todos fanáticos del teléfono que, a la vez, es cámara y dispositivo de internet, videos y música. Estamos más conectados que nunca y de seguro seguirá esta tendencia.
Creo que el mensaje más fuerte que deberíamos subrayar es el que se centra en las personas, en las relaciones humanas, en la relación entre parientes y amigos. Vivimos una vida muy frenética y estamos todos muy ocupados trabajando, manejando, corriendo, hablando por teléfono, y no nos damos el lujo de pensar en nuestros cónyuges e hijos, mucho menos en nosotros mismos. Con tanta actividad no nos concentramos en una sola cosa y terminamos cometiendo errores. Todos los días hay accidentes en el libramiento y en la autopista entre Cuernavaca y la Ciudad de México y en muchos casos se debe a las prisas, la falta de atención, o por atender una llamada telefónica…
Es una situación paradójica: estamos muy conectados gracias al teléfono y pasamos horas comunicándonos con amigos y familiares, pero ya no nos comunicamos tanto de persona a persona, cara a cara, en vivo y en directo. Las familias están perdiendo su núcleo, y peligran el cariño y el calor que se generan al interior de una familia. Muchas familias ni siquiera se sientan a la misma mesa al mismo momento para compartir una comida o una cena. O se sirve la cena frente a la televisión y se acaba la conversación. Pero no somos nadie sin nuestras familias y amigos; no nos sentimos completos si no tenemos la oportunidad de compartir cómo nos sentimos o qué nos ha pasado. Es necesario pensar un poco en nosotros en relación con los demás y acercarnos unos a otros para ayudar, apoyar, acompañar y comunicar, para reír y compartir experiencias. Aprender cómo relajarnos, cómo dar lo mejor de nosotros para ayudar a los que lo necesitan, ofrecer sonrisas en lugar de críticas y enseñar a nuestros hijos la importancia de cuidar el medio ambiente.
Cuando nos sentemos a la mesa este 24 de diciembre para celebrar la Nochebuena, deberíamos estar conscientes de todo esto, de la necesidad de comunicarnos en persona y estar más dispuestos a ayudarnos mutuamente, sobre todo en cuanto al medio ambiente. Tenemos que trabajar para sentirnos bien porque el planeta Tierra está cambiando y eso nos afecta en todos los sentidos. Si la Tierra está bien, nosotros estamos bien. Vivimos muy conectados a nuestro planeta y a los cambios que sufre; es de importancia vital no ignorarlo.
Una vez más quiero agradecer a mi querido amigo Ricardo Cojuc, quien se toma el tiempo cada semana de corregir mis errores gramaticales, para que esta columna resulte mejor escrita y con un español impecable. ¡Gracias, Ricardo!
Por último, les deseo una muy feliz Navidad. Que sea un evento muy especial este año, basado en valores familiares, en el espíritu navideño de apoyo mutuo, de alegría y de paz. Les deseo todo lo mejor para el año que viene, un año retador en muchos sentidos; que sea un año lleno de tranquilidad, amor, compañerismo, comunicación, prácticas sustentables y mucha, mucha paz.
¡Nos vemos en 2012!