Revertir esa situación es una tarea muy compleja y larga, ya que el problema no surgió de un día para otro e igualmente no se irá como por arte de magia.
El 3o por ciento de los niños que padecen obesidad representan al menos el mismo porcentaje que serán adultos en pocos años y deberán requerir tratamientos especiales (y costosos) para las enfermedades que seguramente padecerán, como diabetes e hipertensión.
Los padres de familia deben tener conciencia de los riesgos que representa ese estado para sus hijos y desde el hogar tomar medidas preventivas, que deben incluir forzosamente un cambio de dieta y la práctica del ejercicio.
Sin embargo, resulta triste reconocer que los programas orientados a prohibir la comida chatarra en las escuelas públicas tienen como principales opositores a los padres, que reclaman que sus hijos tengan acceso a los productos a los que ya están acostumbrados.
Es, finalmente, un problema de educación. O de falta de ella.